¿Por qué Magallanes?
Por Víctor Fugellie Vukasovic
Los que tuvimos la oportunidad de viajar a comienzo de los años 70 al norte a estudiar, recordaremos muy bien a nuestros compañeros de época del continente chileno consultándonos acerca de nuestro acervo austral como también de nuestros idílicos paisajes y, tal vez influenciados por las lecturas de los cuentos de don Pancho Coloane, por la fuerza de nuestros mares. En esa época en que resultaba difícil viajar no era extraño que nos convirtiéramos en las estrellas del momento pues nos consideraban, al provenir y pertenecer a la provincia de Magallanes, como si regresáramos de una odisea propia de Ulises y, no podía faltar, la reiterativa pregunta que en esas tertulias con empanadas y vinos navegados siempre asomaba: ¿Por qué Magallanes? En nuestras respuestas carentes de hesitación dábamos a conocer como la fuerza umbilical de nuestra común placenta austral no nos permitía abandonar nuestro edén patagónico y, si lo intentábamos, esa fuerza nos resultaba infranqueable. A continuación, distendidamente, nos expresábamos con una animada retórica típica de aquellos tiempos que conocemos muy bien los añosos magallánicos:
“Como es sabido, Magallanes se sitúa bajo un segmento de la biósfera que es continuamente esculpido por Eolo con sus rudas cinceladas. Cuando ellas provienen desde el Oeste, entonces es tal su impericia que pierde el control con expuestas ráfagas difíciles de registrar. Se trata de un clima dinámico con continuos cambios de temperatura que activan nuestra memoria para enfrentar, si se presenta, el rigor de la nevada”. Las preguntas eran tan numerosas como extensa nuestra provincia: “Si es tan fuerte el viento, ¿Se aprovecha su energía cinética? “Por ahora se ocupan molinos de viento para extraer agua para consumo en las estancias”, ¿Cómo se calefaccionan? “En un comienzo con carbón y leña, durante los 60 con gas licuado y ahora hay una gran cantidad de viviendas conectadas a una red domiciliaria que conduce gas natural directo desde los pozos”.
En algún momento descubrí que muchas de las teorías, que en las escuelas allende los Andes aprendíamos, también tenían cabida en esas respuestas pues es en Magallanes donde mejor se manifiestan al mostrarse frente a nuestros ojos y poder, en bondad, describirlas. Era muy apreciada la tertulia sobre el ciclo hidrológico del agua aseverando que la Patagonia nos permite observar la evaporación permanente de sus mares y la posterior condensación del vapor de agua sobrante en numerosas gotas pintadas por el sol que exponen, al contraste de la bóveda celeste, hermosas y variadas escenas con las nubes que forman, como también cuando asidas por un lazo fraterno e invisible, en forma de nieve y lluvia van matizando numerosos ríos, arroyos, quebradas, acuíferos, proporcionando agua para la vida y lubricando, a la vez, el pincel de tan alta energía cinética con que se van formando oscilantes pampas vestidas de coironales y aromáticas matas.
Es cierto, habitábamos una época plena de idealismos y ávida de conocimientos, sobre todo libre de contaminantes mentales, esos contaminantes que ininterrumpidamente fueron destruyendo nuestro citadino ambiente.
50 años después
La pregunta afloró más de 50 años luego de esas tertulias, de la boca de un compañero de universidad de paso por Punta Arenas: ¿Qué pasó con tu ciudad?
Es cierto, Punta Arenas está ajada. Además, es en proporción la más contaminante del país y quizá del continente Sudamericano. Entusiasmarse por disponer de 1,8 habitantes por vehículos es, en realidad, una falacia si se expresa en toneladas de vehículos por habitantes o en emisiones de CO2/habitantes. En tan sólo un año, podríamos llenar el rectángulo de la Plaza de Armas de extremo a extremo sepultando hasta a la Catedral con nuestras emisiones. Dicho de otra manera, si llenáramos autos similares a los que utilizamos con el CO2 que emitimos durante un año y los ponemos uno sobre otro, alcanzaríamos una altura de 915 metros. Contribuyen, otros contaminantes propios de la combustión interna con sus calles y avenidas cada vez más teñidas de los vertidos vehiculares. Las basuras que se distribuyen con la dinámica del viento por la ciudad. Aparcamientos en sus aceras destruyendo todo tipo de ornamento orgullo pretérito de sus habitantes y, al mismo tiempo, sepultando el reconocimiento de haber sido la más limpia de Chile. Motos y cuatrimotos destruyendo nuestros parques. Pero tal vez, el más notorio, ese ruidoso ritmo que aplasta nuestra oralidad reduciendo su número de palabras a un léxico cercano a dialectos impropios de la cultura que hubo en los años de mis recuerdos.
Entonces, se repitió la pregunta, esta vez con un predicado.
¿Por qué Magallanes,
por qué sigues acá?
Simplemente porque me atrae su naturaleza sobre todo cuando declama con armónicos y primitivos colores a través de sus bosques otoñales para dar paso a diversas tonalidades con las que se manifiestan los espejos de nuestros lagos y mares.
Se alargarán los días y asomará una y otra vez una fauna cada vez más abundante y vigorosa.
La sinfonía de trinos permitirá distraer la memoria sensorial de la aplastante cadencia con que nos cobija la ciudad. “¡No hay caso sigues igual!”.