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Cuando tenía 7 años

Por Emilio Boccazzi Campos Lunes 11 de Septiembre del 2023

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Emilio Boccazzi Campos
Arquitecto

Cuando tanto se ha dicho y escrito del fatídico y horroroso 11 de Septiembre de 1973, hoy en que se conmemoran 50 años de aquel día, quisiera no escribir algo respecto de la reflexión que como adulto pudiera expresar.

Quisiera manifestar lo que mi recuerdo de niño, que a esa fecha tenía 7 años muy cerca de cumplir los 8. Cursaba el 2° básico en mi entrañable Escuela Superior de Hombres N°7 de Punta Arenas (a pesar del nombre ya teníamos a las primeras compañeras mujeres pero en muy menor número aún). Vivía a sólo una cuadra de mi colegio. Mi jornada como alumno del primer ciclo, era en la tarde, por lo que de seguro desde muy temprano, ese día, mis padres supieron que el país entero estaba literalmente “en llamas” y que no iría a clases. Es más, tengo el recuerdo que ese día el encierro de todos, lo que después aprendí, se llamaba “toque de queda”. Recuerdo que ese día a las 3 de la tarde estábamos todos guardados y me parece que al otro día el toque o encierro era a las 6 de la tarde. No recuerdo cuando re-comenzamos las clases.

Mi padre dueño del mítico Café Ñandú, en calle Waldo Seguel, enfrente de Carabineros y a metros de la Plaza de Armas, me hizo observar la cotidiana y anormal presencia permanente de tanques o tanquetas en dicho perímetro.

Dentro de mi curso de la Escuela 7 tenía como compañero a Alvaro, con el cual era además amigo, pues mi padre Humberto (Betoto) y Armando (Piquete) papá de Alvaro eran amigos de la vida, con los que compartimos muchos picnics o paseos a la Reserva Forestal o a San Juan antes del golpe.

Cuando el maldito golpe vino, el Tío Piquete fue apresado no recuerdo donde, pero sé que en algún momento estuvo en Dawson. Mi acercamiento con el “golpe” fue comenzar a percibirlo a través de mi pequeño amigo Alvaro y sus pequeñas hermanas. Muy rápidamente esa familia se tuvo que marchar de Punta Arenas y de Chile. Así mi amigo y compañero de niñez me mostraba el dolor y la desintegración familiar forzada.

Por otro lado, marca un recuerdo que aún ronda en mi mente pero más en mi oído. Lo que el régimen militar denominaba como “bandos” y que eran llamados públicos que hacían dando por TV o Radio, largos listados con nombres de personas que eran buscadas o que se indicaba que debían presentarse inmediatamente. Dentro de estos nombres que un niño de 7 años no conocía, me llamó la atención el apellido Panicucci. No recuerdo si se repetía (Nelda, Dante u otro) pero me llamó la atención por sobre los otros escuchados.

En las conversaciones entre mis padres todo era cuidado y cautela. Pasados los meses o años, veía a mi madre conversar con mi abuelo Sandalio (que vivía en el primer nivel de nuestra casa) que le contaba a mi madre sobre lo que él lograba escuchar desde Radio Moscú. De seguro era muy distinto a lo que se lograba saber a través del único canal que para ese entonces teníamos, que era Televisión Nacional. Las radios locales de seguro muy monitoreadas por las pautas entregados por el gobierno militar. Ya habíamos llegado a los ‘80 cuando comenzó a aparecer la Radio Presidente Ibáñez y los programas de su director Roque Tomás Scarpa. Ya en camino a la secundaria en el San José mi madre escuchaba religiosamente la Radio Cooperativa casi a toda hora.

Volviendo a los recuerdos de los ojos de un niño, y también de los oídos atentos a la conversación de sus padres, siempre fuente importante de información y análisis, escuchaba a mi padre hablar de su querida prima Silvia y lo terrible que había significado para ella, que su marido, profesor universitario en Valparaíso, salió en búsqueda de alimentos para un almuerzo dominguero y nunca más volvió. Profesor de izquierda fue desaparecido por los organismos represores y de “inteligencia” militar.

La tía Silvia partió autoexiliada a Venezuela por varios años, hasta que regresa a Chile y rearma su vida y se empareja con el periodista José “Pepe” Carrasco, al que se lo matan producto de la venganza por el atentado con Augusto Pinochet en el Cajón del Maipo, horas después de este atentado fallido. Esto ocurría el 8 de Septiembre de 1986.

Quizás desde ese día, me refiero al desgraciado 11 de Septiembre de 1973,  el niño de 7 años de aquella época tuvo un forzoso aterrizaje con la realidad, con la crueldad y el dolor que a través de hechos y acciones ocurridas en su entorno, le mostró que la Democracia y la convivencia se deben cuidar y respetar, pues de lo contrario, el ser humano deberá creer “…que el mundo fue y será una porquería ya lo sé, en el 503, y en el 2000 también…”.

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