El duro oficio periodístico
Los 50 años del golpe militar han suscitado diversos recuerdos, algunos muy dolorosos, y no pocas discusiones, incluyendo ruidosos altercados en el Congreso. En este escenario, creo que es el momento de recordar a quienes, en el gremio periodístico y de las comunicaciones, de diversas maneras, algunas horriblemente fatales, fueron víctimas de violaciones de sus derechos humanos.
La lista es larga aunque comparada con los miles de personas detenidas, torturadas y asesinadas, que se registraron a partir del 11 de septiembre mismo, es relativamente mucho menor. Su importancia, sin embargo, es mayor. Lo acaba de reiterar el periodista Eduardo Sepúlveda, nuevo presidente de la Asociación Nacional de la Prensa: “La libertad de prensa no sólo es importante para la democracia, la libertad de prensa es la democracia”.
Con posterioridad al 11 de septiembre de 1973, por lo menos un centenar de periodistas y comunicadores fueron detenidos y asesinados según el recuento “Morir es la noticia”. El profesional Ernesto Carmona y un equipo de colaboradores voluntarios investigaron estos casos los que finalmente fueron dados a conocer en forma de libro en 1997.
Es posible que no estén todos. Ello a pesar de que se incluyó a una treintena de periodistas que fallecieron en los años 90 como consecuencias de sus sufrimientos. Se consideran entre ellos personalidades como Patricia Verdugo y Marcela Otero, víctimas de cáncer y numerosos otros profesionales que murieron en el exilio. Cada caso, en verdad, encierra una historia de sufrimiento y dolor.
Entre este centenar de periodistas, comunicadores y trabajadores de medios, es inevitable mencionar a José Carrasco Tapia, a quien se conmemora cada año desde que su cadáver fuera encontrado abandonado junto a los muros del Parque del Recuerdo. Había sido secuestrado y “ejecutado” por un comando autobautizado “11 de septiembre”, después del atentado contra Augusto Pinochet en el Cajón del Maipo.
Peppone, como le decían sus amigos, estudió Periodismo en la Universidad de Chile y trabajó como tal en distintos medios. También era militante del MIR.
Como él, hay militantes políticos en el centenar de víctimas identificadas en “Morir es la Noticia”. Pero también hay mujeres y hombres sin más culpa que trabajar en medios identificados por la dictadura como de la Unidad Popular o, simplemente, de la izquierda. Pero, además de los muertos y desaparecidos, hubo periodistas amenazados o que fueron objeto de atentados como el que casi le cuesta la vida a Mónica González o la macabra amenaza consistente en lanzar a la puerta de la casa de Emilio Filippi una cabeza de cerdo con una bala en la frente. Y hubo más, mucho más: seguimientos en la noche, atentados nunca aclarados, intranquilizantes llamados telefónicos o mensajes anónimos hechos llegar a las oficinas.
En forma paralela, desde el mismo 11 de septiembre, la prensa sufrió una feroz represión: primero se cerraron diarios, revistas y radios identificados –con razón o no- con la Unidad Popular. Más adelante se clausuraron otros medios, algunos cercanos a la Democracia Cristiana e incluso a la Derecha.
En los años siguientes, en tono variable, imperó la autocensura y en ocasiones la censura. Hubo situaciones absurdas, como la prohibición de publicar fotografías.
Pero lo más trágico, sin duda, es que sin una prensa plenamente libre pudieron ocurrir miles de abusos que en su momento quedaron impunes.