Por qué reeditar “Sus desnudos pies sobre la nieve”
Las obras de Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) y, en especial, el segmento de ellas que para efectos de este prólogo nos interesan, son textos de penetración psicológica, de introspección, de búsquedas interiores y de las otras, de eternos dilemas: el bien y el mal, la luz y la oscuridad, la vida y la muerte; dilemas no necesariamente de opuestos categóricos, pues una luz no siempre es señal de bien en sus escritos.
Ese segmento al que aludíamos es el de aquellas cuatro novelas que tienen como insumo o contexto la ciudad de Punta Arenas, el Estrecho de Magallanes y el Barrio Yugoeslavo de las décadas de 1950 y 1960, con el fragmento que le toca del río de las Minas -que atraviesa la ciudad de cerro a playa-. Pero este entorno geográfico contiene dentro de sí el micro espacio familiar, un espacio que puede ser aún más sorprendente que el universo mismo, con sus propios inviernos, tormentas, goteras, amaneceres y atardeceres en la escasa superficie de una vivienda empobrecida y donde la dinámica de vida y peculiaridades de sus personajes, han dejado huella en los que van quedando y tienen la facultad de discernir.
Respecto del antiguo Barrio Yugoeslavo -hoy Croata-, y enclavado casi en el centro de la ciudad, intenta dejar atrás su pasado de personajes no siempre agradables, sus calles empedradas, sus prostíbulos, casas abandonadas o sitios como la chancadora de ripio, uno de los escenarios de crueles juegos de la niñez. El barrio de entonces estaba en los márgenes, colindaba con el basural de la ciudad, de tanto en tanto lavado o tapado por la lluvia o la nieve, pero siempre aflorando en forma de desechos tangibles o miserias humanas, todo ello sepultado en la actualidad por la costra de concreto armado de nuevas poblaciones y la costanera, pero ahí está donde siempre estuvo y ese espacio es una constante en la literatura de Mihovilovich.
En medio de estos elementos turbulentos como el río o el basural con las gaviotas que a él acuden y son blanco predilecto de la brutalidad infantil, nuestro autor recurre a un símbolo liberador y capital en su obra: el Estrecho de Magallanes, con sus amaneceres y su carga ancestral.
Con todo ello, nos aventuramos a apostar por una suerte de saga que se inicia, precisamente, con “Sus desnudos pies sobre la nieve” (1990) y sigue con “Desencierro” (2008) “Espejismos con Stanley Kubrick” (2017) y “Utero” (2020). En estas novelas, un narrador en primera persona nos habla o divaga desde un útero materno, desde la infancia, la adultez, la vejez, desde otras vidas o dimensiones, desde una ventana mirándose a sí mismo, desde los sueños o el delirio cuestionando y cuestionándose, busca y trata de sacar de sí aquello que lo atormenta, aun cuando ello lo haga transitar por la senda del dolor, del mal, del arrepentimiento o de las culpas.
Desde un punto de vista formal resulta curioso observar que sólo en la tercera novela, este narrador se identifica y asume la identidad de Iván Aldrich, para luego en “Utero” autodenominarse Juan, a secas. Hacemos la salvedad que, aunque tengamos la sospecha de escritos autobiográficos, mientras los textos no contengan el rótulo de biografía, autobiografía o memorias, para nosotros es, naturalmente, ficción.
El presente texto lo situamos luego como el inicio -la infancia- en la búsqueda incesante de este protagonista, con todos elementos que ya mencionáramos y en el que resalta la figura omnipresente de la madre, factor determinante del rumbo familiar, por sus costumbres y creencias: por ejemplo, la mención de “sus desnudos pies sobre la nieve” es literal y real en esta familia de ficción y ello les valió ser reconocidos, denostados y motivo de burlas en el barrio, que hace que el personaje-narrador reconozca hacia el final del libro: “Hasta ese momento no me había percatado de la tendencia natural de la familia al sufrimiento y era sintomático que ello se tradujera en alteraciones físicas y afectivas”.
Una madre que con sus espasmos al borde de la locura pareciera conocer el camino hacia las verdades, hacia los orígenes, aquellas verdades que el protagonista no encuentra en las paredes de la Iglesia Don Bosco, de la que va y viene sin respuesta, aun cuando Jesús baje de la cruz y pase a su lado rumbo al barrio yugoeslavo por calle Sarmiento. La madre los atormenta; difícil resulta distinguir en ella los verdaderos signos de una enfermedad, de los asomos de la manipulación, pero al mismo tiempo es el eje en torno del cual gira la existencia: “Yo tengo miedo que la espera se traduzca en muerte, y qué es la muerte sino quedarnos solos, extraviados fuera de nosotros, adormecidos como extraños si no somos capaces de vivir sin ella”.
Como contrapartida hay un padre, en apariencia ausente, una suerte de contrapeso del desvarío reinante, pero su presencia en la vida del protagonista es fuerte, al extremo que, en el conjunto de las cuatro novelas señaladas, se percibe un cierto temor reverencial que evita las referencias directas, menos una crítica por sus actitudes. Con una fuerte carga alegórica aparece una hermana que tiene la capacidad de hacer nevar y un hermano obsesionado por contar, por enumerar, y que, cuando lo hace por más de tres días seguidos surge el viento como elemento perturbador de la naturaleza.
Los símbolos y las imágenes se multiplican y seguirán en los textos posteriores de Mihovilovich: el agua, el fuego, la luz, las ventanas y en este texto en especial, la nieve, la bailarina de la cajita de música y esa canción a la que se alude de tanto en tanto, siempre desconocida, tarareada o silbada y que sólo el abuelo paterno parece darle cierta coherencia con una vieja melodía yugoeslava.
El libro termina, pero las interrogantes siguen de por vida; ya se lo había dicho la esperpéntica adivina a la que su madre lo llevó: “-Iremos donde Adriana para que sepas qué viene en los años que te tocan- “, y le correspondió escuchar: “-Habrá en tu alma demasiadas inquietudes y muchísimo dolor, pero más aún: dudas que quizás nunca aclares- “. Ya lo había experimentado en carne propia: “Al estacionarme a un costado de los basurales y escudriñar bajo sus rumas de papeles y cartones me quedaba una sensación desconcertante como si un viento perpetuo me indicara siempre que todo termina siendo llevado a lugares imprecisos e ignorados”.
Esta tercera edición de “Sus desnudos pies sobre la nieve”, una obra publicada hace más de treinta años, ya contiene las claves que han hecho de la literatura de Mihovilovich un producto de impecable factura técnica en cuanto al manejo del lenguaje, ritmo narrativo, una original prosa poética, descripción de lugares y personajes, presencia de símbolos y recreación de atmósferas -en especial las sórdidas- entre otros aspectos relevantes.
Ello lo ha convertido -a no dudarlo-, en uno de los más importantes escritores de nuestro país.