Una mujer maravillosa
La semana pasada escribía sobre “un ser humano peligroso”, como llama el Papa Francisco en su reciente carta sobre la crisis planetaria del cambio climático, a quienes se ponen a sí mismos o sus intereses particulares como absolutos y por sobre el bien de todos. Esta semana quiero contarles de una mujer maravillosa.
Vivimos tiempos muy complejos, con la guerra arrasando diversos países y dejando una estela de muerte, dolor y destrucción; con una crisis climática que nos tiene al borde del colapso planetario, con la violencia de las bandas criminales que ponen en jaque a países y a la vuelta de cada esquina, con una decadencia ética del poder político -de todos los colores- que le sigue restando su poca credibilidad, y la lista de problemas podría seguir para largo. Por eso, necesitamos volver la mirada a los mejores testigos de la raza humana que nos ayuden a ver las cosas con otros ojos, con los ojos de la fe, de la esperanza y del amor.
Resulta que hoy, 15 de octubre, se celebra la fiesta de Santa Teresa de Jesús, una mujer maravillosa que vivió en España hace quinientos años, pero su vida y su obra son muy actuales porque fue una mujer que supo vivir en su tiempo, afrontando las situaciones con audacia y confianza; pero, al mismo tiempo, vivió con mirada de futuro, adelantada a su tiempo, porque rompió inercias y estereotipos de su época, ganándose algunos adversarios, pero abriendo caminos nuevos en la sociedad, en la Iglesia, en la literatura y, muy especialmente, caminos nuevos para las mujeres.
Teresa de Ahumada, conocida como Teresa de Jesús, fue la fundadora de las Religiosas Carmelitas, que desde entonces son las testigos vivientes de la rica humanidad, de la delicada sensibilidad unida a una fe recia y audaz, de la hondura de la oración y del amor al Señor Jesús y al prójimo, que les legó su fundadora. Y, es verdad que, en cierto sentido, a una madre se la conoce por sus hijas.
En ese tiempo, el destino de la mujer era ser esposa y servir al marido y a los hijos, o ser soltera cuidando a sus padres, o irse a un convento sirviendo a Dios bajo la vigilancia de los clérigos. No se concebía una mujer sola en la vida. Pero, a los 21 años, Teresa, contra la voluntad de su padre que le buscaba un marido, se escapó de su casa para ingresar a un convento, y vivir una aventura de fe y amor que la llevó a iniciar un nuevo tipo de vida religiosa, fundando casas donde la mujer era persona y libre para vivir el seguimiento del Señor Jesús, cuando eso no ocurría ni en la sociedad ni en la Iglesia, ni en ninguna parte. Siguiendo al Señor Jesús, Teresa fue feminista cuando aún no existía esa palabra.
Teresa es maestra de oración, es decir, es una maestra en el encuentro con Dios y en vivir en el amor. Desde el silencio orante, Teresa se involucraba en lo que pasaba en el mundo para dar alguna respuesta, y así lo dice a sus hermanas religiosas: “Está ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo, pues le levantan mil testimonios, quieren poner su Iglesia por el suelo, ¿y hemos de gastar tiempo en cosas que, por ventura, si Dios las diese, tendríamos un alma menos en el cielo? No, hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios asuntos de poca importancia”.
Teresa de Jesús vivió y enseñó que en el diálogo con Dios lo importante es el amor, no unas técnicas ni unas devociones, ni muchas ideas ni lindas palabras, sino que -decía- “no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho, y así lo que más les despierte a amar, eso hagan”. Vivió y enseñó que el diálogo con Dios acontece desde la admiración de la humanidad de Cristo: “veo claro que por esta puerta hemos de entrar, y en tiempos de sequedades es muy buen amigo Cristo, porque le miramos hombre y lo vemos con flaquezas y trabajos, y es compañía”. En tiempos en que muy pocos -y menos las mujeres- sabían leer y escribir, Teresa a través de sus escritos, cartas y poemas, además de la enseñanza que entrega sobre el encuentro y diálogo con Dios, es uno de los puntos altos de la literatura mundial.
El Nuncio del Papa, en ese tiempo, pretendió descalificar a Teresa, diciendo de ella: “…fémina inquieta, andariega, desobediente y contumaz, que a título de devoción inventaba malas doctrinas, andando fuera de la clausura, contra el orden del Concilio y los prelados; enseñando como maestra, contra lo que san Pablo enseñó, mandando que las mujeres no enseñasen”. Esas palabras muestran, por contraste, lo que Teresa fue en su tiempo, rompiendo moldes e inercias porque amaba a Jesucristo y su Iglesia, y no se resignaba a que no se viviera la belleza del evangelio.
En el mundo complejo que vivimos, “tiempos recios” como decía Teresa, quedémonos con una de sus palabras más conocidas: “Nada te turbe, nada te espante. Todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta”.