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La historia del “vagón del armisticio”, donde los alemanes se rindieron ante los franceses y luego Hitler se los cobró “ojo por ojo”

Sábado 25 de Noviembre del 2023

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Fue construido como un simple coche restaurante de una línea de ferrocarril francesa, pero por las vicisitudes de las dos guerras se convirtió en un símbolo de victorias y de humillaciones. En 1918, la delegación alemana debió capitular dentro del vagón detenido en medio de un bosque, y en la Segunda Guerra Hitler lo recuperó y lo llevó al mismo lugar para que los franceses se rindieran allí. Tras la revancha, lo hizo llevar a Berlín para exhibirlo.

De los actos conmemorativos del centenario de la finalización de la Primera Guerra Mundial, celebrados hace cinco años, queda el recuerdo de la impresionante ceremonia realizada en al Arco del Triunfo, con la presencia de Donald Trump, Vladimir Putin, Angela Merkel, Emanuel Macron y casi todos los jefes de Estado europeos, y también la cena de gala que tuvo lugar esa misma noche en el Museo de Orsay, con centenares de invitados.

Pero el hecho de mayor valor simbólico más potente de esa jornada del 11 de noviembre de 2018 fue mucho más discreto y tuvo como escenario un vagón de tren sobre las vías que se adentran en el Bosque de Compiègne, a unos 80 kilómetros de París.

Allí, los protagonistas exclusivos fueron el entonces Presidente francés, Emanuel Macron, y la Canciller alemana en ese momento, Angela Merkel, unidos para dar un mensaje de paz y mostrarle al mundo que la amistad entre Francia y Alemania se sostiene en un vínculo indestructible.

El vagón en cuestión, a decir verdad, era en realidad una réplica -el incierto destino del original se contará más adelante en esta nota-, pero el valor del gesto no perdió por eso una pizca de su fuerza. Porque allí, en “el vagón de Compiègne” -el nombre con que pasó a la Historia-, se desarrollaron con diferencia de poco más de dos décadas dos episodios que marcaron a fuego los sangrientos enfrentamientos que Francia y Alemania tuvieron durante el siglo XX.

En ese vagón, acompañados por representantes británicos, el 11 de noviembre de 1918, los altos mandos franceses impusieron a Alemania las condiciones del Armisticio para dar por terminada la Primera Guerra Mundial, y en ese mismo lugar, pero el 22 de junio de 1940, Adolf Hitler le impuso sus condiciones al mariscal Philippe Pétain para la rendición y la división de Francia.

Escenario de la consagración de dos victorias, y de otras tantas humillaciones, “el vagón del armisticio”, como también se lo llama, podría haber sido además la locación de un tercer episodio de las grandes contiendas bélicas del siglo pasado -el de la rendición alemana en 1945- si no hubiese sido destruido.

Un largo y algo retorcido recorrido por los rieles de la historia para un simple -aunque lujoso- vagón que nació para ser coche comedor de una línea de trenes.

Un simple coche restaurante

El CIWL 2419 -esa era su numeración- de la Compagnie Internationale des Wagons-Lits. fue construido en 1914 en Saint-Denis y utilizado como coche restaurante hasta agosto de 1918.

Los viejos menús de la línea ferroviaria dejan constancia que estaba destinado a un público de alto poder adquisitivo, capaz de pagar los no pocos francos que costaba sentarse a sus mesas para degustar ternera salteada o carne de res bourguignon en el trayecto que unía París con el selecto balneario de Deauville.

Fue así hasta agosto de 1918, cuando el comandante en jefe de las fuerzas francesas y aliadas, el mariscal Ferdinand Foch, lo hizo reacondicionar para convertirlo en su oficina ambulante. La guerra estaba por terminar y él necesitaba moverse de un lado a otro con su Estado Mayor.

Ese era su uso en noviembre de ese año, cuando los alemanes debieron rendirse ante las fuerzas aliadas en territorio francés. Lo lógico hubiese sido que las tratativas y la firma del cese del fuego se realizaran en el cuartel general francés del Frente Occidental, pero los franceses temieron que eso derivara en una masacre.

Senlis, la ciudad donde Foch tenía emplazado su comando, había sufrido un brutal ataque alemán. Sus habitantes fueron tomados como rehenes y su alcalde fue ejecutado en septiembre de 1914, antes de la primera Batalla del Marne. Hubiera podido pasar cualquier cosa si los pobladores veían llegar a una delegación alemana, por más que fuera para rendirse y firmar la paz. “Estaba totalmente descartado que los enviados plenipotenciarios alemanes fuesen a la ciudad”, suele explicar a los visitantes el curador del Museo del Armisticio, Bernard Letemps.

Se decidió entonces que el vagón-oficina estacionado en un bosque cercano a Compiègne era el sitio ideal: un lugar aislado, sin posibles intrusos, que además de seguridad permitiera hacer las cosas con discreción, como pretendía Foch.

El primer armisticio

La delegación alemana, encabezada por el secretario de Estado Matthias Erzberger, cruzó la línea del frente la noche del 7 de noviembre de 1918. Los enviados viajaban en cinco autos y fueron escoltados por tropas francesas durante más de diez horas hasta llegar al bosque de Compiègne.

Allí los esperaba el mariscal Foch, que los recibió en el vagón, acompañado por un alto oficial de los aliados británicos. Si Erzberger pensaba iniciar una negociación para el cese del fuego en condiciones que no fueran demasiado lesivas para Alemania, se desilusionó de inmediato. El comandante francés lo saludó con frialdad y se limitó a entregarle un documento con todas las demandas que debían cumplir. Hecho esto, se fue luego de anunciarle que tenía 72 horas para aceptar las condiciones.

El pliego imponía a Alemania una fuerte desmilitarización, la pérdida de territorios, el pago de grandes indemnizaciones de guerra y otras concesiones, como la obligación de Alemania de liberar a todos los prisioneros de guerra mientras que los aliados no estaban obligados a hacer lo mismo con los alemanes, o la libertad de circulación de barcos aliados en sus aguas mientras se mantenía el bloqueo naval.

Los alemanes protestaron diciendo que esas no eran las condiciones para un armisticio sino para una rendición lisa y llana, pero no lograron cambiar un solo punto del texto. Debieron aceptar lo que consideraban una humillación.

El acuerdo -si se lo puede llamar así- fue firmado a las 5,30 de la mañana del 11 de noviembre en el vagón-oficina del mariscal, casi sin testigos por decisión de Foch, que no permitió la presencia de periodistas ni de fotógrafos, salvo un oficial del Ejército francés.

A partir de ese momento, la discreción del mariscal se volatilizó. Ordenó que se trasladara el vagón a París y se exhibiera junto con otros símbolos y trofeos del triunfo sobre los alemanes. El CIWL 2419 quedó instalado para que todos los parisinos pudieran visitarlo.

Después fue entronizado en un monumento a la victoria, frente a una gigantesca placa que rezaba decía: “Aquí sucumbió el criminal orgullo del Imperio Alemán”. En el lado opuesto de la explanada, se levantó una estatua del mariscal Foch, el gran vencedor.

La revancha de Hitler

Más de dos décadas después de aquella humillante rendición alemana en “el vagón de Compiègne”, la situación había cambiado radicalmente. La ofensiva de la Alemania nazi en Europa parecía incontenible y el ejército francés se mostraba incapaz de contener la poderosa ofensiva de las tropas del Tercer Reich.

La batalla de Francia, iniciada el 10 de mayo de 1940, había mostrado el abrumador poderío bélico de la Wehrmacht, ante el cual los Ejércitos franceses y británicos, anclados en tácticas y estrategias propias de la Primera Guerra Mundial, no habían podido oponer una resistencia eficaz.

París cayó el 14 de junio y el gobierno francés, presidido por Paul Reynaud, se estableció en Burdeos, pero la noticia la caída de la capital a manos de los nazis hizo que muchos líderes políticos franceses propusieran pedir un armisticio a Hitler y romper la alianza con Gran Bretaña.

Para la firma, Adolf Hitler hizo montar una escena que, a su criterio, les devolvía multiplicada a los franceses la humillación sufrida por Alemania en 1918. Hizo trasladar el vagón CIWL 2419 al bosque de Compiègne y ubicarlo en el lugar exacto de la firma del Armisticio de la Primer Guerra.

Para la ceremonia, el führer se sentó en el mismo lugar que había ocupado el mariscal Foch y ordenó a los delegados franceses que se sentaran en los lugares donde habían estado los representantes alemanes.

Después de leer el preludio del armisticio, Hitler se retiró de la sala, dejando al mariscal de campo Wilhelm Keitel a cargo de las “negociaciones”.

El acuerdo que los vencidos debieron firmar estipulaba que Alemania ocuparía dos terceras partes de Francia y establecía dimensiones minúsculas para el Ejército francés. Cuando los franceses se quejaron ante la dureza de las condiciones, los alemanes dejaron claro que no cederían en ningún punto.

La porción no ocupada quedó controlada por un gobierno colaboracionista con sede en Vichy conducido por el mariscal Philippe Pétain.

Para Hitler fue cobrarse la afrenta “ojo por “ojo”.

El final del CIWL 2419

La revancha del dictador alemán no se limitó a montar una escena invertida del primer armisticio, sino que fue más allá: ordenó destruir todos los trofeos y placas conmemorativas que rodeaban al monumento a la victoria excepto una estatua, la del mariscal Foch, para que quedara como testigo mudo e impotente de la derrota francesa.

En cuanto al “vagón de Compiègne”, ordenó ponerlo nuevamente sobre rieles y lo hizo trasladar a Berlín, como símbolo de la victoria y la revancha alemanas.

A su alrededor se instaló una plataforma de madera desde la que los berlineses podían ver el interior del vagón. Pese a que no se podía entrar en él, las vidrieras permitían observar el habitáculo, en el que además estaba expuesto el original tratado de Versalles, otro botín de guerra.

Fue su último emplazamiento. Tras la caída del Tercer Reich, en 1945, un grupo especial del Ejército francés dio prácticamente vuelta a Berlín y sus alrededores para encontrar al CIWL 2419 y llevarlo a París para devolverlo a su lugar original, frente a la solitaria estatua del mariscal Foch. No lo encontraron.

Años después, comenzaron a aparecer en diferentes lugares algunas pocas piezas que hoy están expuestas en el Museo del Armisticio.

Sobre su destrucción existen dos versiones: la primera de ellas sostiene que quedó destrozado luego de un accidente ferroviario en la estación de Crawinke; la segunda asegura que, a ver que Berlín caería, Hitler ordenó dinamitarlo para que los franceses no lo recuperaran y volviera a utilizarlo como escenario de una nueva rendición de Alemania.

Por Daniel Cecchini

Infobae