Necrológicas

– Higinio López Sillard

– Cremilda del Carmen Márquez Vargas

– María Nahuelquín Barría

Turistas en Chile

Por Jorge Abasolo Jueves 30 de Noviembre del 2023

Compartir esta noticia
90
Visitas

Cualquier gringo que pise Chile de la mano de la reputada guía de viajes Lonely Planet estará advertido de dos fenómenos que ocurren en Sudamérica y de los que el norteamericano medio tiene nociones escasas. El primer fenómeno es que en Brasil se habla portugués y no castellano (y que ambos son dos idiomas diferentes). 

El segundo fenómeno es que en Chile sí se habla castellano, pero que sus habitantes lo han adaptado de tal manera que a veces se hace difícil comprenderlo.

Aún para el viajero que creyó ilusamente que en el fin del mundo hablaban como lo hacían los locutores de pulida pronunciación vallesolitana del cassette de “Spanish in one week”. Enseguida la guía presenta una serie de ejercicios fonéticos para que el rubio viajero se entrene en el habla local. Consonantes que desaparecen y conjunciones que se transforman. Lonely Planet da algunos rudimentos, los básicos. Lo más relevante es que los nativos tienden a no ser hostiles, y que un vaso de agua no se le niega a nadie. Pero ese par de nociones es como enfrentarse a la selva con un cortaplumas o como caer en el Bronx con acento de Oxford. 

Ni una palabra de uno de los recursos más recurridos de nuestro país: el garabato, expresión que en el resto del mundo hispanohablante significa “rasgo irregular hecho con un lápiz” o derechamente algo mal escrito, pero que en Chile hace referencia explícita a ciertas palabras más bien groseras que se dicen mucho, pero de las que se habla poco.

Alfredo Matus, ex presidente de la Academia Chilena de la Lengua, me dijo en una entrevista que la palabra grosería no alude solamente a malas palabras. Grosero puede ser tanto un gesto descortés, una palabra culta como “imbécil” o un dicho indecente. En el casi de ser un dicho indecente, éste generalmente se ancla en tres ámbitos o campos de lo tabú; es decir, de aquellas cosas de las que no se habla. El primero de ellos es el religioso, que cuando se utiliza para maldecir pasa a ser blasfemia. En este campo los españoles tienen mayor experiencia que nosotros. 

El infringir el tabú religioso no prendió en América, menos en Chile, como lo asegura el lingüista Ambrosio Rabanales. Otro campo favorito del dicho indecente es el ámbito escatológico u excrementicio.

“La proliferación del huevón ha despojado a la palabra de las referencias ofensivas”, me dijo una vez el gran escritor ya fallecido Guillermo Blanco.

Al Premio Nacional de Periodismo le molestaba lo que técnicamente se llama desemantización de la palabra huevón. Aunque las críticas de Blanco no caen en la autoflagelación, “es cosa de sintonizar una película en el cable y ver la cantidad de shits y de foucking que se dicen en inglés para darse cuenta que no es algo que solamente ocurre en Chile”. 

Lo cierto es que nuestro insulto más común se ha transformado en una muletilla, un signo de puntuación, sinónimo de “compadre”, de “tonto” o de “imbécil”, según la entonación. “Incluso las mujeres jóvenes, pese al evidente contrasentido biológico, se tratan de huevona”.

¡Cosas que pasan sólo en este country llamado Chile…!