Necrológicas

– Viviana Flores Méndez

– Luis Enrique Alvarez Valdés

La doble vida de Leonard Bernstein: homosexualidad oculta, amor por su esposa y el beso en la boca a Michael Jackson

Lunes 11 de Diciembre del 2023

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  • “Maestro”, la película dirigida y protagonizada por Bradley Cooper narra la vida del compositor y director de orquesta. Talentoso e histriónico, ocultó su identidad sexual por años y volvió junto a su esposa para cuidarla en su enfermedad final. El éxito de “Amor sin barrera”, los programas educativos por TV y su relación con los Panteras Negras.

Después de su premiere en el Festival de Venecia, llegó a salas “Maestro”, la película dirigida y protagonizada por Bradley Cooper; dentro de pocos días estará, también, subida a Netflix. Una biopic que trata de desentrañar la compleja, atractiva y refulgente personalidad de Leonard Bernstein. En un primer momento la obra de Cooper llamó la atención por los motivos equivocados: una polémica ridícula desatada por la protesta de unos pocos que criticaban que el actor hubiera usado una prótesis para la nariz de su personaje, con el fin de parecerse más al Bernstein original. Luego de declaraciones altisonantes, titulares destacados (y algo maliciosos) y una polémica alimentada por la estupidez, “Maestro” parece destinada a ser una de las protagonistas de la temporada de premios en Hollywood y a cosechar varias nominaciones (según algunos especialistas, merecidas) a los Oscars.

Una de las cuestiones que más llama la atención es que se haya tardado tanto tiempo en filmar la vida de Bernstein, una vida de película: ascenso temprano e inesperado, éxito colosal, un gran amor, amores clandestinos, una doble vida, conflictos con su sexualidad, fama, cuestiones políticas, traiciones, contradicciones, dolor.

Leonard Bernstein fue compositor, director de orquesta, divulgador, activista político, personaje ineludible del Siglo XX. Con su talento compositivo y su histrionismo (otro talento, claro) se mostró capaz de dirigir las más conmovedoras sinfonías de Beethoven, crear “Amor sin barreras”, ser una celebridad en Estados Unidos, homenajear a los Panteras Negras y tener una profusa vida sexual.

Alguna vez declaró: “Yo no quiero ser como Toscanini que se pasó la vida estudiando y perfeccionando 50 obras. Me moriría del aburrimiento. Yo quiero dirigir. Tocar el piano. Escribir para Hollywood. Seguir siendo un músico en el más maravilloso de su significado. También quiero enseñar. Y escribir libros y poesía. Y creo, de verdad, que puedo hacer todo eso bien”. Razón no le faltaba. Se destacó en casi todos esos campos. Era prolífico e inquieto. Por eso transitó los más diversos campos. De las sinfonías a los musicales, de las bandas de sonido (Nido de Ratas por ejemplo) a los programas de televisión educativos.

Alex Ross, el crítico musical del New Yorker, en su libro El Ruido Eterno compara a Bernstein con John Fitzgerald Kennedy. Ambos pertenecieron a la misma generación, ambos salieron de Harvard, ambos superaron orígenes étnicos históricamente marginales, ambos se destacaron en la era de la televisión, la utilizaron para su despegue, y los dos, también, tuvieron una extendida y oculta vida sexual.

Es difícil comprender la magnitud que tuvo la figura de Bernstein en su tiempo, a lo largo de varias décadas de la segunda mitad del Siglo XX. Hoy no existe ninguna figura que se acerque a su perfil o a su relevancia. Parece imposible que un director de orquesta y un compositor adquiera tanta fama, se convierta en un personaje con esa enorme popularidad. De todas maneras, para algunos eso actuó en contra de su legado. Alex Ross dijo sobre Lenny: “Bernstein vivió hasta una edad avanzada con un aura de desilusión instalándose a su alrededor. Los expertos coincidían en que había malgastado su talento entre glamorosos conciertos como director, apariciones en los medios y fiestas chics radicales en su penthouse. Pero los fracasos de Bernstein tuvieron más peso que los éxitos de muchos otros”.

Para este crítico la decisión fatal en la vida profesional de Bernstein fue la de aceptar convertirse en el director de la Filarmónica de Nueva York, un halago que nadie rehusaría. Pero esa tarea consumió mucho de su tiempo sin permitirle escribir más obras importantes. Sin embargo, su aporte como director de la orquesta fue notable en cuanto a calidad interpretativa, acercamiento a los jóvenes y difusión de grandes autores norteamericanos.

Además de sus composiciones clásicas también incursionó en la música popular dejando su sello en varias obras de Broadway como On the Town y Trouble in Tahiti. Pero su marca indeleble fue “Amor sin barreras” (West Side Story). Beethoven, Tin Pan Alley, una historia de amor, la crítica social, las pandillas.

“Amor sin Barreras tiene todo el derecho a ser considerada una obra inflexiblemente moderna: su lenguaje es audaz, resulta imprevisible en sus giros estilísticos, es políticamente comprometida y está imbuida de la vida contemporánea”, escribió Alex Ross. La obra es un canto a la diversidad racial (y conociendo la historia de Bernstein se puede afirmar que también lo es a la sexual): “Algún día, en alguna parte, encontraremos una nueva forma de vivir, hay tiempo para nosotros”.

Leonard Bernstein escuchaba todo lo que salía. A mediados de los ochenta fue uno más de los que quedó deslumbrado con Milchael Jackson. Admiraba, entre otras cosas, su capacidad de performer, de traspasar límites para llegar al público, algo que él siempre había buscado (y, decididamente, había conseguido). En 1986 invitó a Michael a un concierto que brindaba en Los Angeles con la Filarmónica de Nueva York. Al término de la función, Jackson fue a los camarines a felicitar al director. Apenas lo vio, Bernstein lo recibió con los brazos abiertos y lo abrazó muy fuerte, levantándolo; los pies de Jackson quedaron pateando el aire. Cuando lo bajó le dio un sonoro beso en los labios. Los testigos dicen que Jackson entró en shock; luego de un largo silencio, con la voz más finita que de costumbre, y con cada sílaba temblequeando, Michael Jackson, intentando cambiar de tema, le preguntó: “¿Siempre manejas así la batuta?”.

Leonard Bernstein solía saludar a todo el mundo con un beso en la boca. Pero, la mayoría de las veces, no se trataba de un mero piquito, sino que eran besos en los que estaba implicada la lengua. Lo cuenta su hija Jamie en su libro de memorias Famous Father Girl. Así los músicos de su orquesta, su hija, amantes, amigos y otras celebridades recibían besos de Bernstein. Tan extendida era su costumbre que cuando a principios de la década del setenta fue a brindar un concierto al Vaticano para Paulo VI, la noche previa recibió un telegrama enviado por un amigo: “Leonard, acordate: en el anillo, no en la boca”.

En la década del cincuenta se casó con Felicia Montealegre. Felicia era pianista, actriz y triunfaba en la radio y en la incipiente televisión. Era una mujer vital y hermosa. Parecía la pareja perfecta. Se conocieron a través de Claudio Arrau (ella también era chilena), maestro de Bernstein. Ella dejó su carrera para dedicarse a su familia. Tuvieron tres hijos. Después de muchos años de casados, Lenny la dejó. Necesitaba vivir su verdadera vida y no ocultarse. Leonard Bernstein era homosexual.

Algunos afirman, utilizando categorías que en esa época no se conocían, que era pansexual. Otros no están de acuerdo: “El era gay, un gay que como tantos en esos años se casó. No tenía conflicto con su sexualidad. Era, sencillamente, gay”, declaró su amigo el dramaturgo Arthur Laurents.

Sin embargo, no fue fácil para Bernstein. El ya pertenecía a varias minorías. Era judío y comunista. Además la homosexualidad era considerada una depravación. El casamiento no sólo debe considerarse como una fachada para que alguien público como él pudiera continuar con una promisoria carrera. La homosexualidad era algo contra lo que muchos batallaban. Bernstein se sometió a tratamientos psicológicos y terapéuticos que tenían como fin revertir su inclinación sexual (se debe recordar que se utilizaba la palabra “invertidos” para calificar a un gay). Algún biógrafo del músico afirma que otros maestros suyos, le aconsejaron a Bernstein casarse para alejar los rumores sobre su homosexualidad que se habían esparcido en al ambiente. “Si la noticia se confirma, tu carrera habrá terminado”, le dijeron.

Lo cierto es que el conflicto de Bernstein con su sexualidad hace recordar al del escritor John Cheever tal como el cuentista lo muestra en sus diarios. La doble vida lo llena de conflictos, contradicciones, insatisfacción y muchísima culpa.

Con la publicación de la correspondencia de Bernstein se supo que Felicia siempre conoció la inclinación sexual de su esposo pero que poco le importó. Su vínculo era indestructible.

En una de esas misivas sin fecha pero que se cree que data de 1951 o 1952, Felicia le escribió: “Eres homosexual y nunca vas a poder cambiar. No admites la posibilidad de una doble vida, pero ¿qué puedes hacer si tu tranquilidad, tu salud, tu sistema nervioso, todo, depende de un cierto patrón sexual? ¿Qué puedes hacer? Estoy dispuesta a aceptarte como eres, sin ser una mártir. Probemos, veamos qué sucede si eres libre de hacer lo que quieras pero, por favor, sin culpas ni confesión. Nuestro matrimonio no se basa en la pasión. Se basa en la ternura y el respeto mutuo”. Felicia le ofrecía su amor y comprensión sin culpas y sin confesiones que la lastimaran, sin intimidades ajenas que la laceraran; prefería no saber.

El matrimonio duró más de dos décadas. Bernstein se separó en 1976. En esa época estaba enamorado de un joven músico, Tom Cochcran. Pero no se conoce con certeza si el motivo de la separación fue el amor por él, que ya no era necesario fingir, que ya no podía mantener las apariencias o que la relación con Felicia, los viejos pactos, se habían fracturado. A Lenny y a Tom se los había empezado a ver juntos en lugares públicos sin temor a paparazzis ni a los comentarios homofóbicos. Lo que sí se sabe es que un año después Felicia fue diagnosticada con un cáncer de pulmón avanzado. Bernstein, apenas se enteró, volvió a su lado. La cuidó con devoción en su convalecencia y agonía. Felicia murió en 1978.

Cuando ya era una celebridad alrededor de quién sólo se generaba unánime aprobación, pudo ver el expediente que el FBI había acumulado sobre sus diversas actividades y opiniones políticas. Investigado y perseguido durante el Macarthismo por su filocomunismo, apoyó a lo largo de los años las más diversas causas políticas. Fue una de las voces que se alzó contra el racismo y en favor del movimiento por los derechos civiles, apoyó grupos revolucionarios, recaudó fondos para organizaciones políticas, dio recitales benéficos y firmó cuantas solicitadas y declaraciones pudo.

Pese a su fama e influencia siempre tuvo una intensa actividad política en favor de las minorías. Esta inclinación sirvió también para que Tom Wolfe se burlara de él y de sus amigos y congéneres sociales, en el demoledor La Izquierda Exquisita (The Radical Chic). Wolfe con su ojo certero y repleto de sarcasmo narró en ese famoso artículo una velada organizada por Leonard Bernstein y su esposa en el amplio y exclusivo departamento de Park Avenue.

Wolfe utiliza esa reunión -organizada con el fin de recolectar fondos para el movimiento radical de Los Panteras Negras- para burlarse de los participantes y marcar las contradicciones. A Bernstein lo llama todo el tiempo Lenny, como lo hacían sus amigos. Y entre Aaron Copland, Otto Preminger, Jason Robards, Stephen Sondheim, Henry Miller, Lillian Hellman, ministros, jefes de redacción del New York Times, jugadores de fútbol americano, actrices, músicos, publicistas, cineastas y pintores, paseaba también la plana mayor de los Panteras Negras. Tapados de piel y camperas de cuero, joyas millonarias y armas, gomina y peinados afro. Wolfe se regodea con los canapés de roquefort (todavía no se llamaba queso azul) y nuez, el whisky caro y el caviar que consumen los invitados. A partir de ese artículo el compromiso de Bernstein fue muchas veces menospreciado y motivo de mofa.

Otra conexión con Kennedy se dio en 1971. En ese año Jackie –ya entonces convertida en Jackie Onassis- le encargó la composición de una Misa. La obra fue un pastiche con momento excepcionales y otros no tan iluminados, con referencias amplias, desde autores clásicos a melodías beatle. A pesar de que su estreno fue un gran acontecimiento por los nombres involucrados, el Presidente Richard Nixon se rehusó a participar del estreno. El FBI le recomendó no concurrir porque teniendo en cuenta al autor podría haber mensajes subversivos en la obra y existía la posibilidad de que la gran velada se terminara convirtiendo en una emboscada para Nixon. En las grabaciones presidenciales que se dieron a conocer en virtud del Watergate, se lo escucha a Nixon diciendo que Bernstein era “un hijo de puta”.

Durante años prometió una ópera sobre el Holocausto pero esa obra quedó trunca. Hasta se reunió en varias oportunidades con Woody Allen para que fuera el libretista.

A fines de la década del cincuenta comenzó a tener intervenciones en televisión en la que oficiaba de divulgador. En YouTube se pueden ver algunas de ellas. Hay una, de 15 minutos de duración, que es ejemplar. Se titula “¿Qué es la música Clásica?”. Parado delante de una gran orquesta (su orquesta, la Filarmónica de Nueva York) y con una batuta en la mano, explica primero todo lo que no es la música clásica y termina llamándola “Música Exacta”. Luego, se sienta en el piano y toca un standard de Gershwin de distintas maneras, descollando en una simpática imitación de Louis Armstrong. Tiene histrionismo, gracia, carisma y es claro.

Verlo dirigir una orquesta era un espectáculo hipnótico. Se lo veía concentrado, casi abducido por la música, pendiente de cada músico, cada sonido. La batuta se mueve con frenesí, el canta, exclama, sonríe, se despeina. Parece imposible imaginar que alguien ponga más energía en una actividad. Cada uno de sus movimientos, cada uno de sus gestos, muestra compenetración, una descomunal capacidad actoral y pasión.

En los primeros días de octubre de 1990, Lenny no se había sentido bien. Al principio le pareció algo no demasiado inusual para un hombre de 71 años. Pero con el correr de los días supuso que era algo serio. No quiso decir nada ni ir al médico. Debía aguantar unos días porque de otro modo lo obligarían a suspender el concierto que tenía previsto en Tanglewood, una localidad especial porque allí había tenido lugar su primera función como director de orquesta. Interpretaría la Séptima Sinfonía de Beethoven. Tanglewood fue también la sede de su última presentación.

En el Tercer Movimiento un ataque de tos lo golpeó, pero se repuso y pudo finalizar el concierto. Pocos días después, el 14 de octubre de 1990, a causa de neumonía, Leonard Bernstein moría en su departamento del edificio Dakota, el mismo en el que diez años antes habían matado a John Lennon.

Por Matías Bauso

Infobae

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