¿Un 2024 optimista?
Eduardo Pino A.
Psicólogo/[email protected]
Como todo fin de año, las personas entregan los mejores deseos en Navidad y proyectan un nuevo año lleno de parabienes a quienes le rodean. Desde los más sinceros y personales abrazos, hasta las masivas y despersonalizadas (pero bonitas) tarjetas virtuales que se envían por cortesía. El año nuevo es probablemente el ritual más asociado a la renovación, siendo el ciclo por excelencia en que la mentalidad se resetea para comenzar de nuevo, reverdecer proyectos o volver a encantarse con metas u objetivos cuyos procesos fueron perdiendo color a lo largo del camino. La noche de año nuevo destaca por el pensamiento mágico de creer en supersticiones que nos ayudarían a alcanzar variados propósitos, decretando que el jolgorio espantará los malos espíritus. Por eso la celebración de Año Nuevo es tan universal, ya que simbólicamente la alegría de esa noche debería extenderse por el periodo que está naciendo nuevamente. Es que más allá de pasar esta festividad en un gran jolgorio, de manera más íntima en familia o incluso en soledad, las personas en general se predisponen para enfrentarla con esperanza y alegría, aunque a veces interiormente se sientan como el Teniente Dan junto a Forest al final de la cuenta regresiva.
Uno de los aspectos que más se destaca en estas instancias es volver a recuperar el optimismo, entendido como la propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable. Numerosas investigaciones destacan la importancia del optimismo desde diferentes puntos de vista, desde el orgánico respecto al alivio de diferentes males, pasando por el psicológico en la favorable interpretación de estados emocionales, o el funcional en que se logran de manera más eficiente los desafíos propuestos, hasta el social donde se observa un mayor dominio de conductas asertivas comunicacionalmente para una interacción más armónica con los demás. Si bien el optimismo es un aspecto disposicional o propio del individuo, no puede ir disociado de la realidad que le rodea, ya que pasaría a convertirse en una ilusión inocente que impediría un análisis más racional que nos lleve a mejores resultados. No se trata tampoco de irse al otro extremo, como en la frase “un pesimista es un optimista bien informado”, si no de evaluar de manera estratégica los factores externos intervinientes para hacerse cargo de estrategias que nos permitan el mayor dominio posible a nuestro alcance.
Este mes se dio a conocer una investigación de la Universidad de Bath en el Reino Unido, donde se encontró que las personas excesivamente optimistas se asociaban con capacidades cognitivas inferiores que quienes analizaban el ambiente con mayor realismo, y por ende al resultar adversas estas condiciones, tenderían a presentar mayor pesimismo. Esto se corroboraba con la efectividad de decisiones financieras o de negocios importantes que se tomaban, las que eran mayores en sujetos realistas y racionales que en sujetos cuyo optimismo estaba basado en ilusiones solamente. El investigador a cargo, Chris Dawson, expresa que este tipo de optimismo irrealista está muy arraigado en la sociedad, pero lleva a altos niveles de error y fracaso al sesgar a los individuos en la evaluación que hacen de las situaciones, por lo que llama a valorar los análisis racionales realistas, incluso cuando nos nieguen lo que queremos obtener.
Si bien el optimismo es una variable psicológica importante relacionada al bienestar de las personas, debe buscarse el equilibrio de integrarlo en los análisis de las situaciones para presentar disposiciones a lo positivo, guardando los recaudos que lo conecten con las condiciones de la realidad, desafío aún mayor cuando ésta resulta adversa. Pensar que todo va a salir mal a priori, resulta tan inadecuado como creer firmemente que todo resultará como lo deseamos simplemente porque lo decretamos mentalmente, aunque no hayamos hecho nada práctico que nos posibilite aumentar las posibilidades de éxito. En tiempos difíciles, donde la incertidumbre parece ser el sello y los senderos nos encaminarían inevitablemente al pesimismo, se necesita una predisposición al optimismo realista, producto del trabajo estratégico obtenido de la reflexión e información, más que sólo de expectativas personales que suenan bien pero se estrellan ante el pragmatismo de un ambiente complejo. ¡Feliz y optimista-realista 2024!




