“Alvarado”, más que una simple biografía testimonial: un intento de alcanzar justicia
Por Sergio Reyes
La novela de Guillermo Mimica, “Alvarado”, se presentó por primera vez en público en la Universidad de Magallanes el 3 de diciembre de 2021. Como es demasiado común en Punta Arenas, el mejor momento de adquirir un libro que empieza a circular es el día de su lanzamiento. Posteriormente, ya es un asunto con algo de dificultad. Desafortunadamente, no pude asistir al lanzamiento y luego el tiempo transcurrió sin que hiciera el esfuerzo de “buscarlo”. La editorial Umag, que aparece como productora, no tiene ni centro de distribución, ni de información. Uno pensaría que eso sería cosa fácil en estos días de comunicaciones expeditas, basta con una humilde página web, y ya. Pero, no es así.
El protagonista central de esta novela no es ficción. Es de carne y hueso y mantiene su nombre original en el libro mismo, Luis Enrique Alvarado Saravia. Lamentablemente, Luis Alvarado falleció el recién pasado 1 de enero de este año, en Año Nuevo, en la ciudad de Castro, Chiloé, a sus 82 años. Este hecho me motivó a hurgar por un ejemplar de la novela que no había leído. Tuve la fortuna de encontrar un último ejemplar en la vieja Casa de Remates de Punta Arenas y me aboqué a leerlo y asimilar parte de la historia de quien en 1973 fue compañero de prisión en las mazmorras de la ciudad, isla Dawson y la antigua Cárcel Pública, antes que salgamos a distintos exilios, él a Dinamarca, yo a los Estados Unidos. A 1973 Alvarado tenía 32 años, yo 19.
El escritor quiso hacer un libro más interesante que una simple biografía testimonial del protagonista, insertando otros dos personajes, entre ellos Carlos Kusanovic –el austriaco, según Alvarado, y un segundo narrador, López. Al fin, los dos son uno sólo con distintas miradas de cómo enfocar el trabajo y cuánto involucrarse emocionalmente en el tema, uno debe ser supuestamente enfocado en los hechos, el otro no puede dejar de bregar con sentimientos de cercanía a su personaje principal al que tiene que entrevistar.
Alvarado va sacando de su memoria detalles de su sufrimiento desde el día que ocurre el golpe de estado en Chile, el 11 de septiembre de 1973, y que se han mantenido vívidos hasta el mismo momento de su narración. Corren por las páginas de este libro, nombres y descripciones de gente que un puntarenense reconocería por ser una ciudad pequeña. En un momento, el personaje principal dice que no ahondará en los detalles de la tortura a la que fue sometido, porque ya ha tenido que sufrirla en sus declaraciones judiciales y que mejor le dará una copia de aquello. El escritor, adjunta esa declaración donde en efecto se describen las penosas descripciones de las barbaridades que cometieron los funcionarios de la dictadura de Pinochet en Magallanes, ensañándose en hacer sufrir a sus prisioneros. Estos fueron desde abogados, fiscales, doctores que trabajaron para la dictadura, hasta simples militares que actuaban por orden de sus oficiales, o por su propia iniciativa y, ciertamente, oficiales militares y agentes de “inteligencia”.
Alvarado fue, junto a Héctor Avilés, parte del primer consejo de guerra contra el Partido Socialista, y a ellos les pedían pena de muerte, al fin reducida a cadena perpetua. Para quienes sufrimos los rigores y los castigos al haber sido también prisioneros, esto es todo reconocible, y podemos corroborar que es verdadero. Esto, novela o testimonio, ocurrió, desgraciadamente. Los torturadores, sus métodos, sus jefes, de uniforme y de corbata, también, y la mayoría de ellos siguen en nuestro medio como si nada hubiesen hecho, en impunidad total.
El lector irá descubriendo en las páginas de este libro parte de una historia terrible que se quiere borrar, que se quiere negar, que los mismos torturadores niegan, según se manifiesta en un capítulo donde se detalla un careo entre Luis Alvarado y su torturador, o el que ordenara torturar, el fiscal militar, abogado, Gerardo Alvarez Rodríguez.
De que este libro no es una biografía de Luis Alvarado, queda claro. Poco o nada se dice de su salida al exilio en Dinamarca, de cómo tuvo que sobrevivir allí, de cómo, al igual que todas y todos los exiliados pasaron años soñando y trabajando por el fin de la dictadura en Chile. Poco también se habla de su retorno al país. Si se explica porqué no pudo residir en la ciudad que lo vio nacer en el barrio San Miguel.
Al fin, en el esquema de la novela, hacía el fin se desatan tensiones, se resuelven conflictos, interesantemente, entre los dos protagonistas ficticios, que tampoco lo son. Quedan pendientes, sin embargo, muchos conflictos, entre ellos el de la reconciliación, y el de la falta de verdad, justicia y reparación. Lo bueno del libro, sin embargo, es que Alvarado nos seguirá hablando después de su muerte.