Necrológicas

“Nene, ne-ne-ne, ¿qué vas a ser cuando seas grande?”. (a propósito de la PAES y de la PAA)

Domingo 14 de Enero del 2024

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“Cuando seas grande” es -a estas alturas- una antigua canción del rockero argentino Miguel Mateos. La composición de 1986 retrata a un chico “de familia”: “Soy un chico de la calle, camino la ciudad con mi guitarra, sin molestar a nadie”. Sin embargo, clama “Estoy casi condenado, a tener éxito, para no ser un perro fracasado” (…) “Soy el sueño de mamá y papá; No, no les puedo fallar” y casi como una ironía responde que será “…estrella de rock and roll, presidente de la nación…”, es decir, la disyuntiva entre su vocación y “ser alguien” en la vida, con poder, con prestigio social.

En lo personal, “ser alguien” no tuvo dobles lecturas en el plano familiar, la cosa era muy simple: después de la enseñanza media, “ser alguien” se lograba trabajando o prosiguiendo estudios, los que prácticamente se entendían como universitarios pues, salvo contadas excepciones, no había gran oferta de Institutos de Educación Superior. “A la Universidad o a trabajar” fue la instrucción.

Traemos el tema a colación, a propósito de la Prueba de Acceso a la Educación Superior (PAES) rendida en noviembre de 2023 y, en general, del Proceso de Acceso a las Universidades chilenas 2024. Recordamos entonces nuestro tiempo de postulantes con fuerte presión personal, familiar y social.

Me tocó sortear el mecanismo de la época para acceder a la educación universitaria a fines de 1977 (Prueba de Aptitud Académica). En esos años, los resultados se publicaban con nombre y apellido en el Diario El Mercurio los primeros días de enero del año siguiente. Se enteraba la familia, la polola o el pololo y sus familias, el barrio, la dueña del boliche de la esquina, los compañeros de curso, en fin, todo el mundo.

También se enteraban los profesores (as) incluidos los (as) los que -al menos en nuestro caso, en el entonces Liceo de Hombres- nos dijeron a varios, más de una vez: “ustedes con ese comportamiento, no van a ser NADA en la vida”. Entonces, con esos “consejos” y anticipándonos a la canción de Miguel Mateos ya teníamos el problema resuelto: “Nene, ¿qué vas a hacer cuando seas grande?”: “NADA”.   

Al respecto, y como plantea una corriente de la historia “no hay que juzgar los hechos del pasado, con la óptica actual”. En la Enseñanza Media no había Orientadores. Psicólogos, Unidades Técnico Pedagógicas y demases; había Rectoría, Inspectoría General y los Inspectores de Pasillo. La cosa -en ocasiones- se ponía áspera y más de una “diferencia de procedimientos” terminaba en “consejos” como el ya citado. El ambiente, en general, era tenso y pese a lo señalado siempre había un profesor o una profesora que nos decía que “lo esencial es invisible a los ojos”. Estaban también los Inspectores de Pasillo, los Auxiliares y Administrativos; tipos nobles con conciencia de clase, con quienes en más de una ocasión compartíamos las marraquetas con ají que íbamos a comprar en el recreo al negocio de Ivanovic (hoy Café del Inmigrante). A riesgo de olvidos, señalamos con mucho cariño a los Sres. Ugarte, Bórquez, Andrade, Miranda, Mansilla, Dittmar, Riquelme, Romero, entre otros; grandes formadores y sabios consejeros, a ellos debemos parte de lo que somos.

A pesar de todo, a pesar de nuestros descuidos y de los factores del entorno, logramos salvar las exigencias para llegar a la Universidad y nos titulamos; ello con algunos esfuerzos de última hora, el apoyo de un gran profesor de matemáticas, el inolvidable René “Popeye” Càrdenas, uno que otro facsímil de la prueba resuelto angustiosamente y la ayuda de “La Mano de Dios”.

La semana entrante se conocerán los resultados de las postulaciones a las universidades, y ahí a revisar si los puntos de la PAES o las notas de Enseñanza Media alcanzan o no alcanzan, a ver si los cálculos de “puntajes de corte” fueron acertados y si da para entrar de inmediato o quedar en lista de espera. Es decir, las ilusiones y los sueños se reducen a una cuestión de números, sin olvidar la disponibilidad de recursos que garanticen el acceso efectivo a la Educación Superior.

Ojalá muchos cumplan sus sueños, si así no fuera, la vida no termina ahí. Si bien podríamos morirnos porque nos faltaron puntos en una operación de vesícula, nadie se muere por un par de puntos en la PAES, la PSU, la PAA o como se llame. Podríamos morirnos porque golearon a nuestro equipo, o morir de amor, porque de que hay amores que matan, los hay (“Los amores que matan, no mueren”, cantaba Pimpinela), pero no nos vamos a morir por esto; la existencia no empieza ni termina en la puerta de una Universidad; la casa de la vida tiene también otras puertas.

Por último; eso de “camino la ciudad con mi guitarra, sin molestar a nadie” no está nada de mal, como tampoco lo está, escribir crónicas dominicales para este diario y ¡vaya que somos felices con ello!