¿De qué se trata eso de creer?
Hace unas semanas, mientras en el supermercado hacía las compras para mi casa, se me acercó un hombre, de unos 45 a 50 años, y me dijo que frecuentemente leía estas columnas dominicales. Me dijo que él no era creyente, y luego agregó que, en realidad, no sabía si tenía fe o no. Me pidió si en alguna columna podía explicar de qué se trata eso de tener fe y creer.
Trataré con mis palabras, y también con palabras de muchos otros creyentes, de dar respuesta a la petición de ese lector acerca de qué significa tener fe y creer. Lo hago con plena conciencia que, para otras personas o grupos religiosos, esto de creer puede ser comprendido de otras maneras; es decir, trataré de explicar qué significa para los cristianos el tremendo regalo de la fe y de creer.
Lo primero que habría que decir, para despejar algunos equívocos, es que la fe no es un sentimiento. Por cierto, la persona creyente siente y experimenta su fe como un movimiento interior, pero la fe no se reduce a “sentir algo” o “sentir a Dios”, ni se reduce a un sentimiento del cual no soy responsable, de manera que cuando no sienta nada dejaría de creer. Por el contrario, el hecho de creer implica una decisión razonada; es decir, el que cree es porque -responsablemente- ha decidido creer.
El hecho de creer tampoco es una simple opinión personal acerca de algo que pareciera o podría ser, como cuando decimos “yo creo que…”, en el sentido de expresar una opinión personal sobre algo. Es decir, la fe no se reduce a una opinión subjetiva, de manera que cada persona podría creer lo que le parece, porque la fe se refiere a Dios, el cual no depende de mi fe ni es una elaboración de las ideas que cada uno tenga sobre Dios.
Creer y tener fe no es una costumbre cultural o una tradición recibida de los padres y los mayores. Sin duda que es muy bueno nacer en una familia creyente y recibir desde niño una orientación cristiana en la vida, pero la fe no se reduce a una educación religiosa (“yo estudié en tal o cual colegio religioso”) o a unas costumbres familiares (“mi familia siempre ha sido apegada a la Iglesia”), porque la fe es una decisión personal; es cada uno quién toma la decisión de creer. Pero, al mismo tiempo de ser una decisión personal, ésta me pone en contacto con otras personas que han hecho la misma experiencia y decisión; es decir, nadie cree solo, siempre es con otros que, mutuamente, se reconocen enriquecidos por esta presencia de Dios; es decir, siempre creemos con una comunidad de creyentes que caminamos juntos, y eso es la Iglesia.
También es importante despejar que la fe no es un conjunto de normas morales. Ciertamente, creer en Dios tiene sus consecuencias y sus exigencias en la manera de actuar de los creyentes, pero la fe no se reduce a unas normas morales o como dicen algunos “yo no le hago mal a nadie”. Por el contrario, creer en Dios es algo que tiene más que ver con el amor que con un deber a cumplir; es decir, la fe tiene que ver con sentirse y saberse amado por Dios y responder a ese amor, por eso, la fe siempre es una respuesta agradecida y gozosa, una respuesta que abre a una esperanza siempre mayor (eterna) y que se celebra y, por cierto, tiene que ver con un compromiso serio de trabajar por un mundo más humano y más digno para todos los hijos e hijas de Dios.
De esta manera, creer tampoco es una especia de calmante o tranquilizante ante los dolores de la vida. Por cierto, creer en Dios es fuente de paz, consuelo y esperanza, pero creer es mucho más que tener algo a qué aferrarme en los momentos difíciles ni tampoco es “el opio del pueblo”, sino que creer es el mayor estímulo para buscar y vivir, luchar y trabajar de manera consciente y responsable por una vida buena y mejor para todos.
Entonces, la fe cristiana no es creer en “algo”, sino que es creer en Alguien, lo cual comienza cuando nos encontramos con Jesús. Es en el encuentro con el Señor Jesús, a través de su Palabra y en el diálogo orante con Él, que el cristiano va haciendo una experiencia que va tomando toda su persona -su manera de pensar, de sentir y de actuar-, y la presencia del Dios que es Amor lo atrae cada vez más y va iluminando todos los aspectos y dimensiones de la vida. Eso es lo que expresa un texto de la carta del apóstol Juan, que dice: “nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es Amor” (1 Jn 4,16).
Porque creemos en el Señor Jesús y le creemos al Señor Jesús, somos conscientes que nuestra fe es el mayor regalo con que Dios ha enriquecido la vida que gratuitamente nos dio, y por eso una de nuestras mayores alegrías es anunciar y compartir con otros lo que gratuitamente se nos regaló. Como decimos, entre los cristianos, todos los creyentes somos discípulos misioneros.




