Tiempos de muerte
Me gustaría escribir acerca de las vacaciones y temáticas relacionadas con la época estival, pero lo ocurrido en la última semana es difícil que deje indiferente a nadie. En muy pocos días hemos observado a la distancia la catástrofe humana, social y ecológica de los incendios en la zona central del país, cuyas reales consecuencias difícilmente podremos cuantificar en el corto plazo, para después observar incrédulos el fatal destino del ex presidente Piñera, en un accidente que conmueve por las circunstancias y repercute en la población por la investidura de un ex presidente elegido democráticamente.
El punto común entre ambos acontecimientos es la presencia de la muerte, con el inevitable impacto que provoca en la reflexión de las personas, especialmente en nuestra cultura occidental en que se evita su análisis debido a la ansiedad que provoca. Y aunque se diferencien en aspectos obvios, las más de 130 víctimas fatales del incendio y el deceso del ex mandatario nos llevan a la misma conclusión: la fragilidad de la vida es mucho más patente de lo que nos gustaría aceptar.
Pero reflexionar acerca de la muerte no tiene nada de malo, al contrario, cuando se hace de manera constructiva resulta una de las formas más efectivas para comprender su relación inherente con la existencia. Por eso las religiones en general la han considerado como una temática central en sus postulados y, como es un acontecimiento inevitable, se aborda desde la trascendencia del ser humano, es decir, que nuestra existencia no resulte finita, sino se transforme para ingresar en una dimensión superior. Se ha observado en investigaciones que las personas al tener una creencia de este tipo, bajan sus niveles de ansiedad ante lo desconocido que significa la muerte, especialmente cuando se asimila como la “nada”.
Hablar acerca de la muerte nos humaniza, nos acerca a nuestra naturaleza imperfecta y debería ayudarnos a establecer jerarquías en nuestras necesidades e intereses. El ser conscientes del final de nuestra vida, pero al mismo tiempo no conocer el cómo y cuándo, es una de las paradojas más interesantes a las que nos enfrentamos. Una de las experiencias más duras en la vida, pero al mismo tiempo de las que más nos enseña acerca de lo que somos en realidad, es la pérdida de seres queridos. A la experiencia del “dolor psicológico” le llamamos aflicción, la que es provocada por el significado de la pérdida o vacío que deja quien se ha ido. La aflicción es única y personal en cada individuo y, muchas veces, se tiende a aliviar al practicar rituales sociales que vienen a simbolizar un “antes y un después” de lo ocurrido. Estos ritos (como los funerales, velatorios, etc.) constituyen lo que denominamos “luto”, y si bien se interpretan de manera diferente por las personas, pretenden ayudar a ir superando la aflicción por medio de la comunión y apoyo mutuo entre las personas que lo experimentan, los llamados “deudos”. Las reacciones que se observarán serán diferentes según la pertenencia y cercanía con la o las personas fallecidas, lo que además es una interpretación personal producto de la construcción mental y emocional que cada individuo haga. De ahí que podamos explicar que se experimente una profunda tristeza en circunstancias que nunca se trató directamente con la persona que murió, que se cumplan con rituales funerarios por compromisos sociales o de otro tipo sin experimentar aflicción, o que el fenómeno de la “personalización” deje claro que la muerte no se mide en número de víctimas, sino en la cercanía afectiva para que se produzca un efecto genuino en las personas.
Si hay algo que nos pueden dejar estos días, es que frente a la muerte debe presentarse respeto, más allá de las diferencias de cualquier tipo, pues otras reacciones probablemente reflejarán una pobreza espiritual que perjudica más a quien la ejerce que a quien podría ir dirigida. Ante la muerte debería, ojalá, surgir la solidaridad y otras actitudes relacionadas que humanicen nuestro actuar, para defender principios que nos lleven a la cautela y al acompañamiento, empatizando con aquellos que sufren. Finalmente, no puedo dejar de citar a Epicuro y su famosa frase para evitar la ansiedad ante la muerte: “cuando existimos, la muerte no está presente, y cuando ella está presente, ya no existimos”.