¿Por qué arde América Latina?
- La plantación desenfrenada de especies no autóctonas inflamables ha contribuido a alimentar incendios mortales, incluso en lugares conocidos por su clima fresco y húmedo.
En Chile, más de 130 personas han muerto en los incendios forestales de este año, los más mortíferos de la historia del país. En Colombia, el mes pasado, el humo de un incendio forestal se extendió a las afueras de Bogotá, desafiando la reputación de la ciudad de clima frío y húmedo. En Argentina, un incendio forestal arrasó un bosque declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Estos incendios forestales se suman a la destrucción causada por los incendios que batieron récords en el Amazonas en octubre de 2023. No se trata de un patrón normal: en muchas partes de la región, los incendios forestales no forman parte de la historia natural del paisaje, salvo las llamas provocadas por “rayos ocasionales”, afirma Francisco de la Barrera, científico medioambiental de la Universidad de Concepción (Chile).
Pero los científicos afirman que las llamas se han avivado por la combinación de un fuerte patrón climático de El Niño, la profusión de árboles no autóctonos y el cambio climático. Los investigadores advierten de que los mismos factores podrían poner en peligro otras ciudades del continente.
“Estamos muy preocupados, porque cada nuevo incendio es más grande, más amenazador y con un impacto cada vez mayor”, afirma de la Barrera.
La herencia del cambio climático
Los incendios catastróficos tienen múltiples causas, pero el cambio climático es uno de los principales impulsores, afirma la climatóloga Maisa Rojas Corradi, ministra de Medio Ambiente de Chile. En la última década, el país ha sufrido 16 megaincendios, que coincidieron con “las temperaturas más altas registradas en la zona central de Chile”, afirma Rojas. La megasequía que se abatió sobre la región en 2010 es una de las más prolongadas en un milenio, afirma Wenju Cai, climatólogo de la agencia científica nacional australiana, CSIRO, en Melbourne.
Según Cai, el cambio climático también está reduciendo la nubosidad y los glaciares de los Andes chilenos. Eso significa una disminución de la luz solar reflejada y, como consecuencia, un aumento de las temperaturas.
Este año, los efectos del cambio climático se han visto amplificados por un fuerte patrón climático de El Niño, afirma Cai. Las cálidas temperaturas de la superficie del mar frente a la costa de Chile han intensificado las temperaturas en el interior y han alimentado “los vientos cálidos del este que soplan a través de los Andes desde Argentina hacia Chile, avivando el fuego”, afirma.
El bosque y la ciudad se encuentran
Los humanos también han proporcionado abundante combustible para los incendios locales con la plantación bienintencionada de árboles. En el siglo XX, se plantaron eucaliptos originarios de Australia en las colinas que rodean Bogotá para frenar la fuerte erosión, explica Dolors Armenteras, bióloga de la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá. Se eligió el eucalipto porque crece rápidamente y se adapta bien a diversas condiciones.
La plantación tenía un “noble objetivo”, dice Trent Penman, científico especializado en incendios forestales de la Universidad de Melbourne (Australia), pero un gran número de eucaliptos proporcionan una gran cantidad de material inflamable en forma de restos de corteza. Éstos se inflaman con facilidad, produciendo numerosas brasas que pueden volar por carreteras, ríos y otros cortafuegos, propagando rápidamente el fuego.
De la Barrera afirma que los árboles no autóctonos desempeñaron un papel en los incendios de Chile. Según el Ministerio de Agricultura, las plantaciones forestales de la región de Valparaíso, escenario de los mortíferos incendios de enero, duplicaron su superficie hasta superar las 41.000 hectáreas entre 2006 y 2021. El eucalipto representa casi el 40% de la superficie cubierta por plantaciones en Chile.
“En los últimos 20 ó 30 años, las ciudades se han acercado mucho más a las plantaciones”, afirma De la Barrera, quien añade que las poblaciones situadas en la periferia rural-urbana de las ciudades corren un mayor riesgo de incendio en el futuro.
Un incendio anunciado
“Cuando vi los incendios de Bogotá, fue como ver una Crónica de una muerte anunciada”, dice Tania Marisol González, ecologista conservacionista de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Se refiere a una novela del premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez en la que nadie en un pequeño pueblo puede detener un asesinato, a pesar de las muchas oportunidades de hacerlo, un paralelismo con la incapacidad de detener los incendios forestales.
Según González, América Latina debe tomar más medidas preventivas, como reducir la carga de combustible y construir cortafuegos. Armenteras afirma que el riesgo de incendio podría reducirse en los bordes de las ciudades latinoamericanas sustituyendo los árboles invasores de estas zonas de transición por especies autóctonas menos susceptibles al fuego. No sabemos lo suficiente sobre la inflamabilidad de las especies en América Latina; no sabemos qué especies se pueden utilizar”, afirma.
Rojas, ministra chilena de Medio Ambiente, afirma que la labor del gobierno es hacer que el país sea más resistente a los incendios. Una posibilidad, dice, es promover “paisajes biodiversos, con fuentes de agua protegidas y áreas cortafuegos, especialmente en la interfaz urbano-rural. Así se reducirán los riesgos para las personas y la naturaleza”.
Pero queda un largo camino por recorrer: De la Barrera advierte que las medidas propuestas por Rojas requerirán cambios legales y normativos sustanciales.
El Ministerio de Medio Ambiente colombiano no respondió a la solicitud de comentarios de Nature.