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Tiempo profundo en las Coves de Meravelles

Por Alejandra Mancilla Domingo 31 de Marzo del 2024

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Las Coves de Meravelles, a las afueras del pueblo catalán de Benifallet, fueron descubiertas en 1967 y 1968 por un grupo de expedicionarios, pero hoy se sabe que ha habido humanos en ellas desde hace cinco mil años. Fui de visita recientemente, con una guía de ésas a las que les brillan los ojos mientras hablan, gozando de su trabajo. Las cuevas no son gigantes, pero su gracia está en la variedad de formas geológicas que pueden verse en ellas: estalactitas, estalagmitas, columnas (cuando las dos anteriores se juntan), “brócolis”, banderas, y excéntricos (unas formas que parecen coral, pero que son sólo roca). A diferencia de otras cuevas, que ya no cambian en el tiempo, éstas son cuevas que “crecen”. La humedad adentro es del 90 por ciento y la temperatura todo el año alrededor de 15. En esas condiciones, la cal de la montaña donde se encuentran es arrastrada por el agua que se va filtrando lentamente, y solidificándose con el tiempo. Claro, aquí el movimiento es lento. Un centímetro de crecimiento tarda cien años. La guía nos cuenta cómo, luego del neolítico, las cuevas fueron usadas por pastores que protegían a sus animales aquí durante la tormenta, y por quienes necesitaban esconderse. Tres familias pasaron 115 días aquí, durante la Guerra Civil Española, y hasta hicieron una chimenea junto a uno de los pocos puntos por donde circula el aire hacia afuera. Mientras falangistas y republicanos bombardeaban pueblos y se mataban unos a otros, a nadie se le ocurrió atacar las cuevas.

Al final del recorrido, la guía nos pide quedarnos en silencio. Hoy se ha puesto de moda en la academia el concepto de “tiempo profundo” y pienso, mientras admiro el espectáculo, que éste es un lugar perfecto para entender su significado. Las Coves de Meravelles han estado aquí desde antes de Cristo y estarán probablemente aquí después del Antropoceno; mucho después de Putin y Trump, después incluso (quizás) de que israelíes y palestinos se entiendan o se anulen mutuamente. A las cuevas no les vale nada el tiempo humano… ¡mi vida entera no es ni medio centímetro de estalactita! Me pregunto si visitas periódicas a lugares cómo éste nos ayudarían a los seres humanos a adquirir un poco más de perspectiva y a bajarnos el ego. “No somos nada”, decimos frente a los desastres naturales. Pero lo mismo deberíamos recordar frente a lugares cómo éste. La conclusión debería ser más humildad y más cuidado y respeto por lo otro y los otros. Pero ¡ya! Se acaba la visita. Ya hay que bajar al pueblo, comprar suvenires y llenar el tanque de bencina. La vida humana sigue. El tiempo profundo queda en la cueva. Es hora de seguir quemando nuestro tiempo superficial en la tierra.

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