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El potente llamado a la paz que hiciera el Papa Juan Pablo II desde Punta Arenas un 4 de abril de 1987

Jueves 4 de Abril del 2024

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A las 11,38 horas de un día como hoy, pero hace 37 años, llegaba a Magallanes el entonces Papa Juan Pablo II. Una visita considerada histórica. Imborrable y cargada de un sentimiento de profundo amor.

Su Santidad vino a recibir el agradecimiento de miles de chilenos y argentinos, por la mediación del Vaticano que evitó una guerra entre dos naciones hermanas.

Fue el 22 de diciembre de 1978, cuando el Papa Juan Pablo II realizó un dramático llamado a la paz ante el Sacro Colegio Cardenalicio de Roma, en presencia de los embajadores de las dos naciones en cuestión.

Las noticias de la época difundían profusamente el conflicto armado entre Argentina y Chile por la posesión de las islas ubicadas al sur del canal de Beagle. Algo que era inminente. Sólo era cuestión de horas para que las fuerzas de ambos países vecinos entraran en guerra. Cuando el panorama era sombrío, desde el Vaticano llegó la primera luz de esperanza para una solución pacífica.

“El 21 a la noche, el Papa se fue a dormir resignado porque creía que no iba a poder hacer nada. Había escrito un documento muy desesperanzado. Por la madrugada, le llegan las noticias de una disponibilidad de Videla y Pinochet. Le dicen: ‘Tenemos acá el télex de Videla, y también está de acuerdo Pinochet. Dicen que si usted hace una intervención fuerte se podría parar la guerra”. Entonces se escribe la segunda parte de ese documento, donde le anuncia al mundo que había detenido la guerra y que mandaría a su representante personal, el cardenal Antonio Samoré”, relata el periodista Bruno Passarelli, en una entrevista para el diario argentino Página 12, autor del libro “El delirio armado”, que cuenta los entretelones del conflicto entre argentinos y chilenos.

Llegada del Papa

A eso vino el Santo Padre a Chile, y específicamente a Punta Arenas. A entregar un mensaje de amor y a reforzar la paz, que tanto costó conseguir.

Ese 4 de abril de 1987 Punta Arenas estaba convulsionada. No era para menos. Arribaba a estas tierras del confín del mundo el máximo líder espiritual del mundo católico.

Un  ambiente que se vio convulsionado desde mucho antes. Con meses de antelación se realizaron todos los preparativos. Cientos de reuniones de coordinación. Nada podía quedar al azar. La planificación se tenía que cumplir a la orden de la Santa Sede.

El caudal de noticias que generaba la presencia de Su Santidad en Punta Arenas copaba todos los espacios noticiosos. Llegaron corresponsales de todos lados, nacionales y extranjeros. 

Una visita definida por el coordinador general de la visita, Patricio Riquelme, como “uno de los momentos más trascendentes en nuestra historia regional”.

El avión que trajo al Papa aterrizó la mañana del sábado 4 de abril de 1987 en el aeropuerto Presidente Carlos Ibáñez y el Pontífice pisó suelo magallánico a las 11,38 horas.

Por altoparlantes se escuchaba en el terminal aéreo el himno oficial de Los Huasos de Algarrobal, “Mensajero de la Vida”, el número uno por esos días en todas las radios.

El único encuentro donde la gente podría ver y escuchar al ilustre visitante era el estadio Fiscal. A las siete de la mañana comenzó a llegar en masa la gente al recinto de Avenida Bulnes y Enrique Abello.

Cifras de Carabineros de la época centraron el movimiento en más de 40 mil personas, incluida toda la gente que logró ingresar al multitudinario acto litúrgico.

Llamado a la paz

“Quiero hacer un nuevo llamado a la paz, desde este extremo del cono sur americano”, partió diciendo Karol Józef Wojtyla.

“Esta tierra, que hace unos años pudo haber sido escenario de un conflicto sangriento entre naciones hermanas; ha sido testigo, por la gracia de Dios, de una paz fraterna y honrosa”.

Exhortó a todos en el estadio “a ser artífices de la paz que es fruto de la justicia, pero que sólo se afianza por el amor y el perdón”.

Pidió a todos adoptar los procedimientos convenientes para erradicar cualquier tipo de violencia, “que encontréis los medios concretos para crear una verdadera cultura de paz y de concordia”.

“El Papa os pide que practiquéis y difundáis esta consigna entre los hombres y las mujeres de Chile, de Argentina, de América Latina y del mundo. La paz es una labor abierta a todos, no sólo a especialistas, a políticos, a gobernantes”.

Llamó a oponerse a aquellas pasiones humanas que corrompen el corazón: el orgullo, los prejuicios, la envidia, el inmoderado deseo de riqueza y de poder, la soberbia que incapacita para reconocer los propios errores. Todo ello conduce a la injusticia y provoca tensiones y conflictos. Para conseguir la paz hay que librar cada día un combate interior, dentro de nosotros mismos, contra estos enemigos de la paz”.

“No emprendáis jamás la vía de la violencia, que deriva de la ceguera de espíritu y del desorden interior. Una vez más ruego a los que usan la violencia y el terrorismo, que desistan de esos métodos inhumanos que cuestan tantas víctimas inocentes: la senda de la violencia no lleva a la verdadera justicia, ni para sí ni para los demás”.

Conservar la naturaleza

Aclarando que la Iglesia no está contra del progreso científico y técnico, “desde este cono sur del continente americano y frente a los ilimitados espacios de la Antártida, lanzo un llamado a todos los responsables de nuestro planeta para proteger y conservar la naturaleza creada por Dios: no permitamos que nuestro mundo sea una tierra cada vez más degradada y degradante; empeñémonos todos en conservarla y perfeccionarla para gloria de Dios y bien del hombre. Hago votos para que el espíritu de solidaridad que reina hoy en los territorios antárticos -dentro del marco de las normas internacionales vigentes- inspire también en el futuro las iniciativas del hombre en el sexto continente”.