“Hoy canta Gardel”
“Hoy canta Gardel” o “Cantó Gardel” se decía (se dice cada vez menos) para aludir al día de pago, día mágico en la vida de todo trabajador o trabajadora. Ese pago es el sueldo o -estrictamente hablando- remuneración; la retribución pecuniaria a todos y todas quienes ofrecen sus servicios de trabajo.
Determinar las razones por las cuales los seres humanos trabajan puede dar lugar a interminables discusiones: porque les gusta, porque es su medio de subsistencia, porque se realizan o porque les da la oportunidad de poner en práctica lo que estudiaron. Tal vez se encuentren tantas razones como opiniones haya al respecto.
En general, los seres humanos dedican un tercio de la existencia al trabajo y ello influye en aspectos sumamente importantes de sus vidas. Así es como, esta actividad puede determinar entre otras cosas: la formación o disolución de una familia, el lugar de residencia, las relaciones sociales, el estado de salud e incluso el carácter de los individuos, familias o grupos. Por otra parte, la actividad laboral cicla la vida cotidiana en jornadas diarias, que a su vez generan el ciclo mensual asociado a las fechas de pago como hitos. Estos hitos se manifiestan en la vida laboral, hogareña, y por supuesto financiera, dando lugar a ritos y viejas costumbres que adornan la existencia.
Cada vez que “canta Gardel”, suceden cosas, o sucedían, pues los hábitos van cambiando.
Ese día se llegará con alguna “cosita” a la casa y tal vez se comerá mejor que de costumbre y se brindará en la intimidad del hogar por los presentes y los ausentes y por ese futuro que espera a la vuelta de la esquina. También ese día -si el bolsillo lo permite- es el momento de cumplir las promesas contraídas, en especial con los hijos, para “cuando me paguen”.
En la “pega” la fecha contribuye a mantener los ritos de la cultura laboral, con sus propias características de acuerdo el lugar de trabajo. El cafecito de la oficina se acompañará de algún “extra”, y a la salida alguien se “rajará” al calor de la amistad en alguna de las “picadas” habituales y se comerá “a la carta”, remplazando el omnipresente “menú del día”. Que más da sacarle una “puntita” al sueldo antes de ir a cancelar las fieles y odiosas deudas, compañeras de años y razón de ser de romerías por financieras, multitiendas o cualquier otro negocio donde se tenga “cuenta” (o “rayeo”).
El día de pago (o a lo más, el día siguiente) es el momento que pululan por los lugares de trabajo en afanes de recaudación: la promotora de cosméticos, la señora de los milcaos, el vendedor de confites y, en otros tiempos: el suplementero. Son aquellos acreedores que facilitan la vida mediante un servicio personalizado y basado en la confianza en la gente de trabajo.
Y ya que hablamos de estas cosas, no podemos olvidar a un personaje ya extinguido y superado por los modernos medios de pago; del tiempo cuando no existían las tarjetas de débito, los cajeros automáticos, ni menos aún, las transferencias electrónicas. Estamos hablando del “habilitado (a)”, héroe máximo de la jornada, cuyo hábitat natural era generalmente el de las reparticiones públicas. El “habilitado” era el funcionario encargado de ir al banco a “cambiar” el cheque de los sueldos, portar el efectivo y luego pagar a sus compañeros; tarea que, en los tiempos que corren, sería un deporte de alto riesgo.
Estas son algunas reflexiones y recuerdos de un día de pago, ese instante que somos un poco más felices que el resto de los días.
¿Y Gardel? ¿Qué tiene que ver el “Morocho del Abasto” en todo esto? Las más recurridas versiones explican esta relación por la costumbre de Gardel, de regalar parte de lo que le pagaban en sus actuaciones, a la muchachada que lo esperaba a la salida de los sitios donde se presentaba. Entonces, cuando en algún lugar se anunciaba “Hoy canta Gardel”, era sinónimo de que alguna retribución llegaría de sus manos generosas.
“A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago”
(Antonio Machado; “Retrato”).