De la Calcomanía al Sticker
Según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, Calcomanía significa: “Estampa coloreada que se transfiere por contacto de un papel, al que va adherida, a otra materia”. Una simple búsqueda en internet nos aporta que las calcomanías surgen en la década de 1930.
Las más antiguas calcomanías de las que tenemos memoria son aquellas que debían sumergirse en agua tibia antes de ser pegadas, todo en una delicada operación que requería de una técnica precisa, para que no se rompieran o quedaran con burbujas. Entonces recordamos, por ejemplo, esos típicos adornos o utensilios caseros de antaño, un azucarero o una simple baldosa de azulejo, adornados con calcomanías en forma de pergaminos rodeados de flores con leyendas del tipo “Lo mejor de la vida es la ilusión”.
Esta expresión de arte gráfico se orientó inicialmente a la entretención infantil, para luego ser usada con fines informativos, publicitarios y decorativos, quedando como el reflejo de determinadas épocas. Recordamos en especial el fin de la década de los ‘60 cuando irrumpió con fuerza en diversos ámbitos de la cotidianeidad. El arte pop, el auge del diseño y la revolución de las flores, contribuyeron con colores y formas verdaderamente inéditas que se apoderaron de nuestras retinas. Así fue como en las micros el “Pague con sencillo” o “Yo también fui último modelo”, reemplazaron a “Dios es mi copiloto” o “Si en San Cristóbal confías, de accidente no morirás”. Los autos y bicicletas de la época se llenaron de flores y figuras. En los autos “a la moda” era imprescindible la huincha de cuadros blancos y negros adherida a la parte superior de los parabrisas (había que ser “maestro” para instalarla) haciendo las veces de visera que, junto a la infaltable cola de zorro en la antena de la radio, completaban un conjunto decorativo sin parangón (aditamento, este último, muy propio de nuestra Patagonia).
A nivel nacional la fábrica más reconocida de calcomanías fue “Madecal S.A.” (Manufactura de Calcomanías S.A.). En Punta Arenas se vendían principalmente en “La Capital”, propiedad de don Santiago Mullins y conocida también como “La Casa de la bicicleta”, ubicada inicialmente en Lautaro Navarro frente a la III Zona Naval y luego en José Nogueira en el edificio del Hotel Plaza. En “La Capital”, se podía encontrar un gran surtido; las caseras, -para señalar los recipientes de arroz o azúcar, por ejemplo-, los emblemas de los equipos de fútbol, las escolares (héroes de la patria, banderas, plantas, aves, etc.) y también el último grito de la moda.
Otra importante fuente de abastecimiento de atractivas pegatinas, era la publicidad de las marcas de vehículos y de insumos y accesorios automotrices, las cuales con una dosis de buena suerte se podían obtener en las casas del ramo. En este rubro, hacía su debut la tecnología autoadhesiva, y lo “top” era escribir directamente a las compañías, -en especial de Estados Unidos-, solicitando las calcomanías. La gracia era conseguirse las direcciones y la carta en inglés respectiva; mi primo Mario “Cacho” Estefó (Q.E.P.D.) me dio una copia de la carta y me comentaba que una profesora de inglés de buen corazón había hecho la misiva, que luego circuló de mano en mano y fue la llave mágica para que los puntarenenses tuvieran acceso a este mundo de colores y fantasía. Entre las gráficas más cotizadas podemos citar: “STP”, “Wynn’s”, “Castrol”, “Hella” o “Tyrolia”. Estas figuras adornaban, por supuesto, los autos y micros como también bolsones y portafolios escolares. Pero eso no fue todo, pues nosotros los magallánicos ocurrentes como siempre, hacíamos de las ventanas de nuestros juveniles dormitorios verdaderos muestrarios de calcomanías; aún podemos encontrar en la ciudad algunas viviendas que conservan en sus ventanas este testimonio.
Las antiguas calcomanías ya desaparecieron del mercado, los autoadhesivos y la cultura urbana del “Sticker” han sentado sus reales y alientan el afán coleccionista de muchos. Es el mismo afán que nos movía hace cincuenta años, detrás de los colores, las formas y la magia del diseño. Dan ganas de volver a subirnos a una micro de las antiguas, de esas Dodge con carrocería Wayne, que llegaron con el apoyo del programa “Alianza para el Progreso” y leer “Pague con sencillo”. Soñemos, divaguemos, lo único cierto es que ahora o hace medio siglo…”Lo mejor de la vida es la ilusión”.