Necrológicas

– Hans Félix Bruning Pérez

Una pintura, estatuas y sustitutos: la historia del perro que fue símbolo de la música y se hizo famoso tras su muerte

Jueves 11 de Julio del 2024

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  • La imagen de Nipper, cuya cara miraba un fonógrafo, recorrió el mundo durante decenas de años. La idea que lo consagró y los homenajes que recibió.

Fue uno de los perros más famosos del mundo. Al contrario de sus hermanos igualmente famosos, que algo hicieron en la vida, él conquistó la fama y su gloria sentadito frente a la corneta de latón de uno de los primeros fonógrafos de la historia. Hace hoy ciento veinticuatro años, la oficina de patentes de Estados Unidos registró una de las más famosas marcas de la historia, su logo y su lema: “His Master’s Voice – La voz de su amo”, para la Victor Recording Company que, con el tiempo, sería la RCA Victor. Y su perrito, claro, que fue mostrado en diferentes poses y actitudes, unos cambios de nada en la imagen, pero el perrito era siempre el mismo. Existió, se llamó Nipper y lo más increíble de todo es que pasó a la historia sin hacer nada, porque fue famoso cuando ya estaba muerto. Morir es la peor de las costumbres que siguen los perritos.

Los congéneres de Nipper pasaron a la historia por sus acciones. Los de la tele y el cine, Rin Tin, Tin, Lassie, Toto, el de “El Mago de Oz”, no eran únicos: tenían sus dobles; Laika fue la primera perrita, soviética ella, que conquistó el espacio; Tubby fue el terrier más condecorado en la Primera Guerra Mundial por su coraje y su valentía; Hachiko fue el perro japonés que durante diez años esperó en la estación del tren el regreso de su dueño muerto, como reza la estatua que hoy lo recuerda; la Dama y el Vagabundo, los 101 dálmatas y hasta Snoopy, con su simpático aire filosofal, hicieron de las suyas en dibujos animados. Pero Nipper, el perrete de la RCA, hizo nada. Su historia combina la lealtad, la ternura y el árido mundo de los negocios.

Nipper nació en Bristol, Inglaterra, en 1884 y vivió once años: murió en 1895 y fue enterrado en Kingston upon Thames, en Clarence Street, en un parque pequeño que entonces estaba rodeado de magnolias. Hoy, en cambio, se levanta allí una sucursal del Lloyds Bank. Pero pese al riguroso y áspero mundo del dinero y las inversiones, en la pared del Lloyds, ni bien entra uno a la derecha, una placa de bronce recuerda al terrier que descansa en sus cimientos.

Bueno, lo de terrier está un poco por verse. Nipper era un mestizo que tal vez tenía mezcla, influencia digamos mejor, de un Jack Russell terrier, aunque algunas fuentes sugieren que era un terrier de pelo liso o un cruce de Bull terrier. A quién le importa. Le llamaron Nipper, que quiere decir chiquillo, niño, muchachito, criatura, pero también define a un ave de presa, porque solía morder la parte posterior de las piernas de sus visitantes. Vamos, que iba a los garrones directo.

Su dueño fue Mark Henry Barraud, un escenógrafo que se ganaba la vida en el Prince’s Theatre, que fue la primera casa de Nipper, su primer refugio. Cuando Barraud murió en 1887 y Nipper tenía tres años recién cumplidos, pasó a manos de los hermanos del escenógrafo, Philip y Francis, que fue quien se llevó al perrete a vivir con él a Liverpool. Francis Barraud era artista plástico y una tarde, cuando el progreso irrumpía en la vida cotidiana de los británicos Francis pintó a Nipper en 1898, tres años después de su muerte, sentadito y muy atento frente a un fonógrafo de cilindro, de los primeros fabricados por la compañía Edison Bell.

Era una bella obra, simple y sencilla. Barraud, que seguía los pasos de su padre en el arte, había estudiado en la Escuela de Arte de Heatherley y en la Royal Academy, donde se graduó con medalla de plata. Se perfeccionó en Beaux Arts de Amberes, Bélgica. También era un buen fotógrafo, con estudio propio en Londres, habilísimo en capturar la vida cotidiana de la época y en retratar a algunos grandes personajes. Lo de la fotografía no es casual porque Barraud usó una antigua imagen de Nipper como modelo para su pintura. Alguna vez contó: “Es difícil decir cómo me surgió la idea: de repente se me ocurrió que sería muy bueno tener a mi perro escuchando el fonógrafo, con una expresión inteligente y bastante desconcertada. En casa teníamos un fonógrafo y a menudo me daba cuenta de lo desconcertado que estaba Nipper al ver de dónde venía la voz que escuchaba. Fue la mejor idea de mi vida”.

Una gran idea

Así tituló su obra, “Perro mirando y escuchando el fonógrafo” y, como título tentativo, suplente o adjunto, “His Master´s Voice – La voz de su Amo, o de su maestro”. Seamos francos, Barraud buscaba dinero porque el arte a menudo no da para vivir, por más medalla de plata y Beaux Arts en Bélgica que adornen tus estudios. Previsor y astuto, Barraud presentó en 1899 una solicitud de derechos de autor de su imagen y salió a venderla a posibles editores.

Lo primero que pensó fue ofrecerla a la Edison-Bell, que tenía su casa central en New Jersey, Estados Unidos, y una filial en Londres que estaba a cargo de un señor llamado James E. Hough. Barraud le enseñó su pintura y a Nipper, fijado para siempre en su desconcierto, y Hough lo despachó con un sencillo y terminante: “Los perros no escuchan fonógrafos”. Un visionario el tipo. A Barraud todo le importó nada. Supo, le dijeron, que su pintura tal vez se vería mejor si cambiaba la bocina del gramófono, que ya estaba un poco pasada de moda, por una nueva y brillante bocina de latón. Así que fue a las oficinas de Maiden Lane, de Gramophon Company, a pedir una prestada para tomarla de modelo. Allí topó con el gerente de la compañía, William Barry Owen que tenía una visión diferente de los negocios que su colega Hough. Y le dijo a Barraud que, si además de la bocina de latón nueva, cambiaba también en su pintura el sistema de reproducción del fonógrafo, el original mostraba una reproducción a través de cilindros y ahora, en pocos meses, todo había pasado a discos, en una palabra, si Barraud colocaba en su obra un fonógrafo “Berliner”, que era lo que Gramophone vendía, tal vez la empresa estaría dispuesta a comprarle la pintura.

Dicho y hecho. Barraud pintó un nuevo gramófono, dejó a Nipper tal y como estuvo siempre, con su cabecita de ir a los garrones de los visitantes ligeramente inclinada a la izquierda. Y Berliner Gramophone compró el cuadro y los derechos de autor de la obra. Barraud cobró por todo, incluida la frase “His Master’s Voice”, cien libras. Hoy no parece mucho. Pero quien se tomó el trabajo de calcularlo a libra de hoy, la suma era, penique más, penique menos, unas doce mil libras. Igual, ni se acercaba a las utilidades que el cuadro le reportó a la discográfica. El óleo original estuvo muchos años colgado en la sala de acuerdos del sello británico EMI en Hayes, Middlesex, al oeste de Londres.

La sucesora de Berliner fue Victor Talking Machine Co., conocida luego como RCA Victor y más tarde como RCA Records; Zonophone fue la filial británica de Berliner y más tarde de Victor; Gramophone Co. Ltd., que fue conocida siempre como “His Master’s Voice” y sus sucesoras EMI y HMV Retail usaron a Nipper y su legendaria pose ante el ya no menos legendario gramófono. Incluso la marca y su lema fueron usados por una filial de la Victor en Japón. La Japan Victor Company, conocida como JVC. La imagen pasó a los Estados Unidos y fue el exitoso sello de Victor y de HMV, de los negocios de música HMV y apadrinó la RCA Radio Corporation of América. Berliner la registró para que fuese usada en Estados Unidos el 10 de julio de 1900, hace ciento veinticuatro años.

Nipper se hizo un perrito legendario. Por supuesto, nunca falta alguien, intentaron revivir su imagen a través de un perro parecido al que le adjudicaron el dudoso parentesco de hijo de Nipper y llamaron Chipper, que se sumó a la RCA en 1991. Hasta hoy, varios perros representan a Nipper y a Chipper, que tienen que ser reemplazados pronto porque son cachorros y los cachorros crecen rápido. El Nipper que alguna vez fue, es estatua y monumento fue casi dejado de usar por RCA Records y EMI: no le pidan gratitud a una discográfica.

El perro homenajeado

Una gigantesca estatua del Nipper real, cuatro toneladas de peso, se puede ver aún hoy en el edificio de RTA, antiguo distribuidor de RCA, en el 991 de Broadway, en Albany, capital del estado de New York. Otro Nipper presidió el Nipper Park de Merrifield, Virginia, trepado a la Lee Highway, la ruta 29, hasta que fue devuelto a Baltimore, donde alguna vez coronó el antiguo edificio de la RCA en Russell Street. Esta estatua incluye el gramófono que intriga al perrito. Se salvó de ser destruida cuando el sitio donde estaba emplazada en Virginia se vendió a un grupo de promotores inmobiliarios que urbanizaron el sitio: la calle que lleva al nuevo barrio se llama Nipper Way.

En Inglaterra hay una pequeña estatua de Nipper trepado a una puerta del Merchant Venture Building, en la esquina de Park Row y Woodland Road, en Bristol. El sitio es parte de la Universidad de Bristol y no queda muy lejos del antiguo Prince´s Theatre que fue su primer hogar, su primer refugio. Hace catorce años, el 10 de marzo de 2010, un pequeño camino cerca de donde duerme Nipper en Kingston upon Thames, fue bautizado como “Nipper Alley” en recuerdo al “antiguo residente del pueblo”. Nipper fue a parar a Londres cuando el artista Barraud, ya entrado en años, lo puso en manos de la viuda de su hermano Mark.

Esta es la historia del perrito de la RCA, que pasó a la historia sin hacer nada. Bueno, tanto como nada… Durante más de un siglo giró en distintos aparatos y en las etiquetas y los viejos discos 78, de los más modernos LP y hasta en los plateados y enigmáticos CD y acercó al mundo entero a la música. Debe haber inspirado miles de historias de amor; debe haber llevado a Mozart y a Los Beatles a oídos que nunca habían escuchado a uno y a otros, debe haber acunado a su modo a miles y miles de bebés, debe haber descubierto y esparcido los grandes tesoros de la música popular, los que cuentan las alegrías y sufrimientos de la gente; fue, en suma, un aliado fiel de la cultura y de la civilización. Y todo lo hizo sentado frente un gramófono, con la cabeza inclinada hacia la izquierda y un interrogante en sus ojos marrones. De dónde venía esa voz, de dónde llegaba esa música.

De tu alma, perrito. De allí llegaba todo.

Por Alberto Amato

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