Necrológicas

– Hans Félix Bruning Pérez

La mezquindad de la vieja y la cebolla

Por Marcos Buvinic Domingo 14 de Julio del 2024

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Algunos días me sucede que al ver o escuchar las noticias siento una desazón y un fastidio muy grande ante tanta violencia, tanta corrupción y sinvergüenzura, tanta incompetencia, tanta superficialidad y tanta discusión inútil. No sé si a ustedes, amables lectores, les sucederá igual. Gracias a Dios, esto no me pasa a menudo, pero hay días en que la vida de nuestra sociedad parece un pantano tenebroso o un lago de fuego en que no hay escapatoria posible.

 

No se trata de una deriva depresiva ni de una crítica a tal o cual sector social o político; tampoco se trata de consumir ingenuamente lo que ofrecen los medios informativos, pues cualquier persona con un poco de sentido crítico percibe que tal medio carga las tintas hacia un lado y otro medio las carga en sentido diverso; pero, los hechos son los hechos, más allá de los énfasis, sus explicaciones e interpretaciones. Se trata, más bien, de hacernos cargo que todos somos responsables de la vida de nuestra sociedad; aunque, por cierto, los niveles de responsabilidad son muy distintos entre las personas, dependiendo del tipo de influencia que tengan en la vida social.

 

En este pantano tenebroso o lago de fuego, pocas palabras son más maltratadas que los “valores”. Todos dicen defender valores y derechos, desde el abogado que se ufana en redes sociales de lograr la libertad para sus clientes narcotraficantes, hasta los que defienden que las municipalidades contraten para sus festivales a cantantes que promueven la narcocultura; desde los que no les importa contaminar con tal de obtener ganancias, hasta los que promueven el consumo de la marihuana porque dicen que consumirla es un derecho con fines recreativos (o sea, su proyecto es un país de “volaos”).

 

En esas ocasiones, pareciera que nos abandonaron el sentido de lo razonable y el del bien común, pero vivimos en un país donde nuestro pueblo tiene mucho sentido común, mucho más del que suponen y muestran algunas voces habituales de los medios informativos y redes sociales. Nuestro pueblo tiene un gran sentido del bien común y es solidario, muchísimo más que el egoísmo que muchos actores sociales exhiben en sus inútiles palabras y mezquinas discusiones.

 

En medio de la mezquindad y egoísmo del que -a veces- se hace gala, recordé una antigua leyenda rusa que Fedor Dostoyevski incorpora en su novela “Los hermanos Karamazov”, y aquí se las comparto.

 

“Había una vez una vieja que era muy mala, y murió. La mujer había realizado en su vida solamente una acción buena. Llegaron entonces los demonios y la echaron en el lago del fuego. Pero el ángel de la guarda que estaba allí, pensó: “¿qué buena acción suya podría recordar para decírselo a Dios?”. Entonces recordó algo y se lo dijo a Dios: “Una vez arrancó de su huerto una cebolla y se la dio a un pobre”.

 

Y Dios le respondió solícitamente: “Toma tú esa misma cebolla y échala al lago, de forma que se pueda agarrar a ella. Si logras sacarla del lago agarrada a la cebolla, irá al paraíso, pero si la cebolla se rompe, entonces se quedará donde está”. El ángel corrió donde estaba la mujer y le alargó la cebolla diciendo: “Toma, mujer, agárrate fuerte, vamos a ver si te puedo sacar”.

 

Y comenzó a tirar con cuidado. Cuando ya casi la había sacado del todo, los demás pecadores que estaban en el lago del fuego se dieron cuenta y empezaron todos a agarrarse de ella para poder salir también. Pero la mujer era mala y les pateaba gritando: “¡Me va a sacar a mí y no a ustedes, es mi cebolla y no la ustedes!”. Pero apenas había pronunciado estas palabras cuando la cebolla se rompió en dos. Y la mujer volvió a caer en el lago del fuego y allí arde hasta el día de hoy. El ángel se echó a llorar y se fue”.

 

Hasta ahí la fábula de la vieja y la cebolla. Ciertamente, ante tanto egoísmo y mezquindad que -a veces- experimentamos en nuestra sociedad, habrá muchas cebollas y muchos ángeles trabajando para sacarnos de ese pantano tenebroso o lago de fuego, pero siempre será asunto de cada uno si acoge la oferta del ángel con la cebolla y permite que muchos salgan de allí. El problema es que cuando alguien rechaza mezquinamente la oferta, son muchos los que pagan las consecuencias de ese egoísmo.

 

Si con la pandemia del coronavirus no aprendimos la lección de que nadie se salva solo, ¿qué tendría que sucedernos para que la aprendamos?