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Nadie vio nada, nadie escuchó nada

Por Marcos Buvinic Domingo 8 de Septiembre del 2024

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Ante cualquier situación compleja, a menudo, la búsqueda de testigos es una empresa difícil: pocos están dispuestos a dar su testimonio. Si se trata de delitos, ahí la búsqueda de testigos es aún más complicada -según dicen los que trabajan en ese tipo de investigaciones-, porque de lo que haya sucedido, nadie vio nada y nadie escuchó nada.

 

Ante los casos de corrupción y de delitos económicos que paralizan la vida del país, es inevitable preguntarse si acaso nadie se dio cuenta de lo que sucedía cuando tales o cuales autoridades se guardaban platas fiscales en sus bolsillos. ¿Nadie se dio cuenta o nadie vio nada turbio hasta que todo reventó? O ahora, en el “caso audios”, ¿ninguna autoridad se dio cuenta de lo que sucedía hasta que se conoció la grabación?

 

En los whatsapp que van siendo filtrados aparece que eran muchos los que sabían y utilizaban la información que se movía en esos mensajes. Entonces, es normal que cualquier persona que interesada por la vida del país se pregunte para qué sirven las autoridades a quienes se les confieren los mecanismos del poder y -valga la redundancia- la autoridad para fiscalizar, si ellos mismos están metidos en el juego de los que trepan y trepan, engañando a la gente buena y riéndose de la inocencia de la gente sencilla.

 

Ahora los problemas legales de las élites del país llenan toda la pantalla, mientras que los problemas que afectan a la gente común son postergados o -simplemente- invisibilizados, o aparecen como molestosos asuntos secundarios o van pasando al olvido. Así, entonces, en qué quedaron los problemas con las distribuidoras de energía y las tremendas alzas de las tarifas eléctricas, o qué está pasando con las listas de espera de salud, con gente que se muere mientras las cartas en que los citan están en la basura, o -simplemente- se les ha declarado como muertos mientras esperan que les avisen; o qué está pasando en el combate a la delincuencia y el narcotráfico que tienen atemorizados a todos, mientras nos vamos olvidando de lo que es vivir y trabajar en forma segura.

 

Y podríamos seguir, porque en qué están las familias que lo perdieron todo -hace siete meses- en los incendios en Valparaíso y han tenido que pasar el invierno a la intemperie, o qué pasa con las pensiones miserables con que intentan sobrevivir muchos adultos mayores y que, a pesar de promesas y años que pasan, siguen iguales. En fin, la lista sería larga y cada uno de ustedes puede agregar otras situaciones que conoce más de cerca y que ponen en evidencia la ceguera y sordera de quienes tienen responsabilidades o podrían hacer algo.

 

Todo eso sucede mientras las élites sociales, políticas, económicas, judiciales, están ocupadas en sus propios asuntos y dejando abandonado al pueblo en sus problemas. Élites preocupadas de blanquear su propia imagen o de no aparecer en algún fatídico whastapp, o tratando de mejorar alguna imagen ahora que se acercan las elecciones.

 

Realmente, aquí es muy acertado el refrán popular de “no hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que el que no quiere oír”, porque sucede que ver y escuchar son acciones intencionadas, es decir, para ver hay que querer ver, y si no es así la mirada pasea distraída o cierra los ojos a lo que le molesta. Igualmente, para escuchar hay que querer escuchar, prestando atención para comprender lo que se oye, y de no ser así sólo hay ruido de fondo sobre los propios intereses.

 

La ausencia de vista y oído se ha manifestado en autoridades políticas que se ensucian la conciencia y las manos con dineros corruptos, en autoridades policiales que robaron a manos llenas, en autoridades judiciales ensimismadas en hacer carrera y obtener beneficios, en autoridades militares que han defraudado dineros de la patria que juraron defender; también, en su momento, en autoridades eclesiales que no prestaron oídos a quienes denunciaban ser víctimas de abusos o encubrieron a los culpables. Así, en muchos ámbitos sería larga la lista de autoridades y élites que no vieron nada ni escucharon nada.

 

Esto puede parecer sólo la constatación de penosas realidades de nuestra sociedad, pero también es el anuncio de que la fe en Dios es -precisamente- la que permite ver y oír de verdad, porque Dios es el que ve y escucha: “Yo he  visto la aflicción de mi pueblo, he escuchado el clamor ante sus opresores” Éxodo 3,7) y no sólo ha “bajado para liberarlo de la mano de los egipcios”, sino que se ha hecho hombre en el Señor Jesús y permanece viendo y escuchando, liberando de toda esclavitud: de Él aprendemos a ver y a escuchar

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