“A bordo del DC 6”.
Dada condición de aislamiento geográfico, el hecho de salir de nuestra tierra adquiere connotaciones fuera de lo normal, y no cabe duda que el medio de transporte más eficiente es el aéreo. Muchos hitos llenan las páginas de la historia de la aviación en Magallanes; uno que tiene especial relevancia es la inauguración del aeropuerto “Chabunco”, el 10 de mayo de 1956. La fecha se engalanó con el arribo del Presidente de la República General Carlos Ibañez del Campo a bordo de un cuadrimotor Douglas DC-6B de Lan Chile (Línea Aérea Nacional). Hoy nuestro principal terminal aéreo lleva el nombre de ese Presidente (el primero que llegó por aire a la zona ) y el glorioso “ DC 6” es recordado como la más noble aeronave que haya surcado los cielos patagónicos. Un año después, el 9 de mayo de 1957 Lan Chile inicia sus vuelos regulares a Punta Arenas con el modelo ya mencionado, considerado por los expertos como el mejor avión a pistón en la historia de la aviación universal.
A partir de estos acontecimientos el aire se transforma en el medio ideal para trasladarse al norte del país, no obstante, hacía una década que la Posta Austral de Lan operaba esta ruta e interconectaba diversas localidades de la provincia, incluso había vuelos a Río Gallegos, Argentina. Lo anterior demuestra el claro interés de las autoridades gubernamentales en unir con un medio de transporte moderno todo el país, además de ejercer la soberanía en diversos puntos del territorio. En esta materia cumplió un rol fundamental Lan Chile (en ese entonces estatal) y que fue fundada en 1929 durante la primera presidencia de Ibañez.
Al aeropuerto se podía ir en los buses de la empresa “Cóndor”, que hacían el recorrido habitual hasta el terminal desde sus oficinas ubicadas en Av. Colón al llegar a Magallanes. Los viajes en avión eran una ocasión especial y se preparaban con mucha anticipación, poniendo cuidado en elegir la tenida para embarcarse. En los aviones se comía bien, pues había que acortar las seis horas de vuelo hasta Santiago, eran seis horas muchas veces salpicadas de esos “vacíos”, que dejaban el estómago a la altura de las cejas. Pero desde los “DC 6” se veían nítidamente las ciudades, los autos, los árboles, pues volaban a menor altura que los “Jets”. A Santiago se llegaba al aeropuerto “Cerrillos”, generalmente de noche, lo que le daba mayor espectacularidad al aterrizaje admirando el mosaico de luces tan propio de la capital. Un factor importante han sido siempre las condiciones climáticas, en ocasiones los aviones debían ser desviados hacia otros aeropuertos cuando la situación lo ameritaba. Antes de que se habilitara el aeropuerto “El Tepual” de Puerto Montt, los aviones debían aguardar mejores condiciones en Bariloche, la estadía en dicha localidad hacía olvidar la espera.
El desarrollo de la aeronavegación comercial prosiguió con la aparición de otras líneas aéreas y la construcción de nuevos aeropuertos en el país. Fueron otros tiempos, tal vez más duros, pero más románticos, la historia del transporte aéreo se ha escrito a pulso con el esfuerzo de pioneros y mártires que quizás nunca presintieron cuánto nos facilitarían la vida. La tecnología también ha puesto lo suyo, en 1964 llegó el Caravelle, primer avión “a chorro” que operó en Chile, en 1966 debutaba el Avro conocido como el “caletero”, en 1970 entraríamos a la era del Boeing y en la década de 1990 llegamos a la etapa del “Airbus”, que actualmente estamos viviendo.
Pero no habrá otro avión como los “DC 6”, diseñado y fabricado originalmente como transporte militar a fines de la Segunda Guerra Mundial por Douglas Aircraft Company. Entre 1946 y 1959 se produjeron más de 700 unidades en distintas versiones. Específicamente el “DC 6B” estaba equipado con motores Pratt & Whitney, el avión tenía una longitud de 32,2 mts. y una envergadura (medida de extremo a extremo de las alas) de 35,8 mt. Alcanzaba una velocidad crucero de 507 km/h y su altura máxima de vuelo era de 7600 mts. Podía transportar hasta 102 pasajeros.
Ahora los vuelos son más cortos es verdad, incluso con música y cine a bordo, sin embargo, nada reemplazará al ronquido de esos cuatros motores que acariciaban el sueño en el crepúsculo.