Necrológicas

Un precio excesivamente alto

Por Abraham Santibáñez Domingo 29 de Septiembre del 2024

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Hace poco más de 40 años, en mi calidad de periodista, fui invitado a Israel. Lo que no imaginé era que esa visita me llevaría más allá de sus fronteras. Ya había estado en los Altos del Golán, una zona en el límite con Siria donde se había librado una violenta batalla durante la Guerra de los Seis Días. Como recuerdo de su derrota, todavía estaban ahí los restos oxidados de los tanques sirios. Esta vez, en 1982, en el sur de El Líbano, el ambiente era distinto. 

Los conflictos internos habían culminado con la invasión de Israel que se sentía amenazado por la violencia extremista. En ese escenario mediterráneo, que me recordó mi niñez en Til-Til, las autoridades invasoras me llevaron hacia Beirut. El viaje comenzó junto a los restos del castillo de Beaufort, una fortaleza de los cruzados. 

Los habitantes de la zona no se mostraban locuaces al verme acompañado de soldados fuertemente armados. En la ruta, una joven libanesa mostró, sin embargo, su entusiasmo, expresando su agradecimiento a las tropas de ocupación. (A mi vuelta a Chile, ese elogio mereció una dura recriminación por parte de nuestro amigo Alejandro Hales, quien años más tarde sería ministro de Minería).

Con la perspectiva del tiempo, pienso que la reacción que recogí entones en El Líbano correspondía a una sensación de alivio de quienes vivían en una zona asolada permanentemente por la guerra interna. En ese recorrido vi casas destruidas y cerros de escombros. A diferencia de lo que se puede ver en Chile tras un terremoto, eran ruinas de viviendas aplastadas por proyectiles y bombas. Era imposible saber cómo habían sobrevivido sus ocupantes. Y no se trataba de enemigos externos. 

Resultaba comprensible, pues, que esos libaneses miraran con optimismo la presencia de los ocupantes israelíes.  Habían vivido por años en medio de una agotadora guerra civil. Era el mismo país que hasta hacía poco gozaba de la fama de ser el más democrático de la región. La historia ha sido dura con quienes viven allí. 

La situación no ha mejorado en medio siglo. En los últimos días, en una oleada de violencia, El Líbano ha sufrido una vez más la destrucción y la violencia. La guerra en Gaza, que ahora cumple un año, se trasladó como era inevitable, hacia más allá de la frontera norte de Israel.

Hezbolá, el enemigo no es el mismo que en Gaza, pero Israel (bajo la implacable conducción de Benjamín Netanyahu) sostiene que para asegurar su supervivencia se requiere que ambos movimientos sean borrados de la faz de la tierra. La comunidad judía en Chile se niega incluso a reconocer la diferencia con la autoridad palestina.

El problema es el altísimo costo: una brutal cifra de muertos y heridos. En Israel crece el cansancio, sobre todo porque todavía hay un centenar de rehenes en Gaza. El mundo entero está consciente del peligro de la ampliación del conflicto. En Estados Unidos, el aliado indispensable de Israel, en medio de la campaña presidencial, sigue aumentando el rechazo.

 Conforme las últimas cifras, en El Líbano y en Gaza, la eliminación de cada eventual terrorista ha implicado la muerte de miles de inocentes.

No era lo que querían los libaneses que conocí en 1982. Su simple aspiración era la paz.

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