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Hace 40 años… una bomba en la Parroquia de Fátima

Por Marcos Buvinic Domingo 6 de Octubre del 2024

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Hace 40 años, en la madrugada del 6 de octubre de 1984, el Barrio 18 de Septiembre de nuestra ciudad despertó convulsionado por una explosión nunca antes oída y un cuadro dantesco: una bomba de alto poder explosivo había destruido la Parroquia de Nuestra Señora de Fátima de Punta Arenas.

La imagen de la Parroquia devastada no se borra de la memoria de los vecinos de la población. La impresión de ver ese templo, construido con tanto esfuerzo, convertido en escombros, era poca al lado de la presencia de restos humanos repartidos en una cuadra a la redonda. Con el clarear del día pudimos recoger los restos de una persona; luego se supo que era un teniente del Ejército que con otras tres personas habían puesto la bomba que, al parecer, explotó antes de tiempo y se llevó la vida de uno de ellos.

En la memoria de los vecinos antiguos de la población y de la comunidad de Fátima permanece vivo el recuerdo de lo sucedido: la sensación de temor y angustia por lo que podía pasar, la confusión de que cómo era posible que se atentara de ese modo contra una iglesia, la sorpresa de algunos de cómo era posible que los militares hicieran algo así, las preguntas acerca del grado de polarización que se vivía y el desprecio de la vida humana a que se había llegado. 

Para las nuevas generaciones es sólo un relato que han escuchado de algo que alguna vez sucedió en la Parroquia y en la población; por eso es una preocupación de muchos conservar y transmitir la memoria de lo vivido, pues no podemos olvidar que los pueblos que no conservan su memoria histórica corren el riesgo de repetir sus errores y sus dolores.

En muchos permanece abierta la pregunta de cuál es la lógica en que la destrucción de un templo del Pueblo de Dios se transforma en un objetivo político-militar, y todo esto en una población periférica de una pequeña y aislada ciudad austral. La respuesta se encuentra en todas las acciones terroristas que suceden a lo largo y ancho del mundo: su lógica es una demencial voluntad de dominio de los demás a través de la violencia y del miedo que paralice cualquier reacción y silencie cualquier disidencia. Es una lógica de poder y violencia tan antigua como el ser humano.

Muchas veces hay personas que me preguntan qué es lo que ha quedado de todo eso que sucedió. Más allá de los efectos políticos y represivos que hubo en esos años, luego del bombazo en la Parroquia, me queda la pregunta acerca de qué es lo que hemos aprendido con todo lo vivido en estos años. 

En la comunidad eclesial está vivo el compromiso por la defensa de la dignidad de todos los hijos de Dios, pues la defensa y promoción de los derechos humanos es parte de un camino de evangelización. La Iglesia siempre ha tenido claro que la coherencia en los compromisos evangélicos implica un precio que hay que estar dispuestos a pagar en el seguimiento del Señor Jesús.

Desde el mismo día del atentado contra la Parroquia de Fátima, la Iglesia ha buscado la justicia y hacer un camino de reconciliación en la verdad y el perdón. Quizás entre los lectores hay personas que estuvieron en la multitudinaria Eucaristía que se celebró, al aire libre, el domingo siguiente del atentado, y recordarán que en ella, el entonces Padre Obispo Tomás González invitó a los miles de personas presentes a levantar las manos abiertas y decir un “nunca más” a la violencia, y ofrecer las manos abiertas como un signo de perdón, en un compromiso de ser constructores de paz.

Un hecho poco conocido es que, poco tiempo después del atentado, el Padre Obispo Tomás González, pudo tomar contacto con los padres del fallecido teniente Patricio Contreras y acompañarles en el dolor por la pérdida de su único hijo, y manifestarles que la Iglesia oraba por su hijo fallecido, pues el Señor Jesús ha entregado su vida por todos y a todos nos llama sus hermanos.  

Desde el punto de vista judicial, el caso de la bomba en la Parroquia de Fátima ya está cerrado. Fueron procesados por conductas terroristas un general y dos suboficiales en retiro, y fueron sobreseídos por prescripción del delito; por su parte, el Ejército hizo un “mea culpa” y realizó gestos reparatorios. Aunque se trata, legalmente, de un caso cerrado, permanecen abiertas dos preguntas para que las sigamos respondiendo ahora y también lo hagan las nuevas generaciones: ¿cuáles son los mecanismos ideológicos, institucionales y sicológicos que hacen posible estas conductas demenciales?, y ¿qué hemos aprendido con todo esto para que “nunca más”?

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