Necrológicas

Mínimos éticos

Por Marcos Buvinic Domingo 27 de Octubre del 2024

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Este fin de semana estamos eligiendo nuestras autoridades regionales y comunales, imagino que todos esperamos que sean elegidos buenos servidores del bien común. En esta columna continuaremos con el tema del domingo pasado. Nos preguntábamos dónde y cómo se está formando la conciencia moral de los chilenos, y veíamos que ésta hace agua por todos lados, pues la crisis de las instituciones conlleva una crisis en la formación de la conciencia ética de las personas. 

También decíamos que en medio del apagón ético de nuestra sociedad hay que encender luces, y la luz primera y fundamental somos usted y yo; es decir, que cada uno persona busque la calidad ética de su vida según los criterios de la propia conciencia, ese “lugar” donde para los cristianos es Dios mismo que dialoga con cada persona. Pero eso no basta; sin embargo, es lo primero y fundamental, pues sólo esa opción personal puede sostener todo el conjunto de decisiones éticas.

La formación de la conciencia moral abarca toda la vida de cada persona; es una tarea permanente porque en la vida nos vamos encontrando con nuevas situaciones y desafíos -personales y sociales- que exigen nuevas decisiones. Si bien hay una continuidad de los valores fundamentales, éstos deben ser vividos en situaciones nuevas y problemas nuevos. Así mismo, se trata de un proceso que requiere atención permanente, pues la conciencia ética al igual que la autoridad -como dice un amigo mío- “crece con la lentitud de las palmeras, pero se puede perder con la rapidez que cae un coco”, y tantas “caídas” y tanta corrupción lo confirman.

También, casi sin darnos cuenta podemos vernos movidos a actuar porque “todos lo hacen así” o “así son las cosas ahora”; incluso, seguir el consenso de una mayoría puede darnos seguridad al sentirnos parte del ambiente, acogidos por los demás y justificados por el mismo consenso, pero ese pacto adormecedor genera vacíos y desilusiones, insatisfacción con la propia vida y crea una dictadura de costumbres por parte de los que controlan los medios de comunicación y las redes sociales.

A lo largo de la historia, en todas las culturas, religiones y sistemas filosóficos, los seres humanos han buscado criterios éticos que sostengan la vida grupal; así es como se ha formulado la llamada “regla de oro” que dice “trata a los demás como quieres que te traten a ti”, o “no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”. Es una ética de la reciprocidad que, en todas las culturas, busca minimizar los daños, de algunos o de muchos, y maximizar el bien para todos. Entonces, la opción de la conciencia personal por el bien (teniendo en cuenta que no existe, salvo casos patológicos, el proyecto de vida de “ser malo”, pues aún los “malos” buscan ser “buenos” en lo que hacen) y la “regla de oro” son los mínimos de cualquier ética.

Hace casi cuatro meses, en una columna puse la pregunta “¿de dónde sacar una ética para todos?” y sintetizaba cuatro pistas que vuelvo a indicar: una ética del cuidado de toda forma de vida; segundo, una ética de la solidaridad que pone a los menos favorecidos -en cualquier sentido- en primer lugar; tercero, una ética de la responsabilidad por la Casa Común; y por último, una ética de justicia para todos, pues la justicia es el derecho mínimo que damos a otro de que pueda existir y recibir lo que le corresponde como persona o ser viviente, y eso significa una institucionalidad capaz de evitar los privilegios y las exclusiones sociales, pues de esos privilegios y exclusiones provienen los conflictos que desgarran la sociedad dejando más y más víctimas.

Lo señalado hasta aquí puede ser asumido por cualquier persona, no importa su cultura, su religión, su ideología o cualquier tipo de distinciones que pueda haber entre las personas, pues son pistas que parten de los mínimos éticos ante las nuevas situaciones que vivimos en nuestro afiebrado mundo y maltrecha sociedad.

Por cierto, hay mucho más que los mínimos éticos. Para los cristianos, ese más es la ética que se fundamenta en las enseñanzas del Señor Jesús, las que dan su sentido pleno a los diez mandamientos la tradición judía, y en cómo la Iglesia ha ido aplicándolas en las diversas situaciones de la vida personal y social. El Señor Jesús también formuló la “regla de oro” diciendo “Haz a los demás todo lo que quieras que te hagan a ti. Eso es todo lo que enseñan la ley y los profetas”, y va más allá, porque los mínimos de la ética de reciprocidad no bastan para que el ser humano encuentre esa plenitud que sólo recibe en el amor: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

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