La violencia escolar: la crisis postpandemia que continúa
El informe “Sin miedo en la escuela”, elaborado por destacados académicos nacionales, pone en evidencia una realidad preocupante: el regreso a las clases presenciales tras la pandemia de Covid-19 ha intensificado los problemas de violencia escolar y ha agravado las dificultades de salud mental entre estudiantes. Este fenómeno no es aislado ni espontáneo; es el resultado de un sistema educativo que ya presentaba fisuras estructurales y que, bajo el peso de la crisis sanitaria, colapsó en áreas críticas como la convivencia, la carga laboral docente y la disponibilidad de recursos.
El incremento de incidentes violentos en las escuelas no puede entenderse sin considerar el impacto psicológico de la pandemia en los niños y adolescentes, quienes enfrentaron un aislamiento prolongado, pérdida de habilidades sociales y, en muchos casos, traumas personales o familiares. Sin embargo, sería un error limitar esta crisis a las secuelas de la emergencia sanitaria. La violencia escolar también refleja un problema social más amplio: la normalización del conflicto y la falta de estrategias efectivas para resolverlo de manera pacífica.
El informe propone cinco líneas de acción prioritarias que, lejos de ser meras sugerencias, son un llamado urgente a repensar cómo enfrentamos este desafío. La implementación coherente de políticas públicas, la capacitación del personal docente, la transformación de normas sociales, la inversión en recursos adecuados y el uso de datos para monitorear y ajustar intervenciones son medidas esenciales. Cada una de estas áreas apunta a una solución integral y sostenible, pero requieren voluntad política y compromiso social para materializarse.
Un aspecto central destacado en el informe es la importancia de programas como “A convivir se aprende”, que busca integrar la salud mental y la convivencia escolar en la respuesta a esta crisis. Si bien estas iniciativas son pasos en la dirección correcta, su impacto estará limitado sin evaluaciones constantes y un financiamiento robusto que garantice su continuidad y ampliación.
La violencia escolar no es un fenómeno que pueda abordarse exclusivamente dentro de las aulas; requiere la participación de toda la comunidad educativa, incluyendo a las familias y a los propios estudiantes, como agentes activos de cambio. Fomentar una cultura de respeto y diálogo debe convertirse en el eje de nuestra convivencia, no sólo en las escuelas, sino en la sociedad en su conjunto.
En última instancia, el informe “Sin miedo en la escuela” nos deja una lección clara: la violencia escolar no es sólo un síntoma de la pandemia, sino un reflejo de nuestras prioridades como sociedad. Si aspiramos a una educación que forme ciudadanos integrales, es imperativo actuar ahora, con decisión y recursos, para transformar nuestras escuelas en espacios seguros, inclusivos y respetuosos para todos.