Transición energética, la clave es la transmisión
Javier Tapia, director ejecutivo de la Asociación de Transmisoras de Chile Consejero del Consejo de Políticas de Infraestructura (CPI)
Chile vive un momento clave en su transformación energética. Tenemos la mirada puesta en alcanzar la carbono-neutralidad al 2050, un desafío que exige altos grados de coordinación, cuantiosas inversiones y visión estratégica de largo plazo. En ello, el sector eléctrico juega un rol central.
Sin embargo, a pesar de los esfuerzos, no es aún seguro que lleguemos triunfantes a la meta. En gran medida, ello se debe a que mientras celebramos récords en el desarrollo de capacidad instalada de energías limpias (particularmente, generación solar y eólica), los “cuellos de botella” en su transmisión dificultan su plena integración al sistema.
La paradoja es evidente: nos hemos preocupado de fortalecer el corazón que bombea sangre limpia al sistema, pero hemos descuidado el entramado de “venas y arterias” que permiten que el ecosistema perviva. Mejor dicho: sin una infraestructura suficiente, segura y resiliente, los avances en generación renovable podrían quedar estancados y no beneficiar, en definitiva, a las personas y empresas que impulsan nuestra economía.
Según un estudio encargado por nuestra asociación al Instituto de Sistemas Complejos de Ingeniería (Isci) y la consultora Spec, actualmente enfrentamos un déficit de transmisión de 3.000 MW en el Sistema Eléctrico Nacional, el cual persistirá al menos hasta el año 2030. Si a Ud. esto le dice poco, equivale a invertir unos US$900 millones sólo para ponernos al día. Si se considera, además, la necesidad de dotar al sistema de mayor flexibilidad y almacenamiento, la estrategia futura de inversión debe ser una que contemple una sobreinversión marginal en transmisión, de modo de reducir costos futuros ante variaciones en la demanda y la ubicación de la generación.
Por ello, modernizar la planificación de la transmisión y adecuarla a las necesidades de hoy es un imperativo que no puede esperar más. De no cerrarse la brecha, el crecimiento sostenible del sistema eléctrico y la posibilidad de alcanzar las metas de descarbonización pueden verse comprometidos.
La buena noticia es que, al parecer, las autoridades se han dado cuenta de la urgencia y magnitud del problema de la transmisión. El proyecto de ley de transición energética -que debiera convertirse en ley muy pronto- representa un avance significativo para el sector y debiera permitir destrabar proyectos, pues soluciona un conjunto de otros temas, no menores en importancia, que entrababan su desarrollo. Él incluye medidas para agilizar la expansión del sistema, reducir los tiempos de ejecución de los proyectos y aminorar la conflictividad, entre otras. Quedaron importantes aspectos fuera durante la tramitación, que esperamos sean retomados a la brevedad, pero sin duda es un avance en el sentido correcto.
Finalmente -nunca debe olvidarse-, no todo es “fierros”, planes y legislación. La transición energética es un proceso social que requiere la colaboración activa de comunidades, empresas y autoridades. Somos conscientes de que los proyectos de transmisión generan impactos en los territorios, por lo que el diálogo temprano, la participación activa y la construcción de confianza con las comunidades locales son esenciales. Cada línea, cada subestación, debe ser, además de un canal eléctrico, un puente hacia un desarrollo más sostenible y equitativo.
Como industria de la transmisión, trabajamos arduamente para que la transición sea una realidad en todas sus dimensiones.