Algunos recuerdos de la Escuela 7 (9).
El año 1972 nos traería también otras novedades. Una de ellas fue un programa piloto para que los niños de las escuelas públicas aprendiéramos a esquiar. Nosotros acostumbrados a los deportes “populares”, accederíamos a una disciplina un tanto elitista. Desconozco si esto obedecía a un Plan Nacional o, si por el contrario, fue una iniciativa netamente magallánica. Recuerdo que fuimos un par de veces; la jornada se iniciaba muy temprano en las mañanas cuando pasaba una micro a buscarnos a la escuela (sólo íbamos los de séptimo y octavo) y enfilaba hacia el Club Andino en el Cerro Mirador y también iban niñas de la Escuela Nº3 del Barrio Prat. En el refugio del Club nos recibían con desayuno y luego íbamos a retirar los implementos para las clases de esquí que se prolongaban durante todo el día, con intervalos para el almuerzo y la once.
Otra experiencia fue la asistencia un día a la semana a la antigua Escuela Vocacional Nº50, que funcionaba en calle Chiloé, donde actualmente está el estacionamiento de la tienda “El Arte de Vestir”. Nuevamente señalamos que desconocemos a que obedeció esta iniciativa, pero con los ojos de hoy, la evaluamos como una interesante vivencia con perspectiva de género. Concurríamos los de séptimo básico y también lo hacían las niñas de la Escuela Nº16 o Nº3; a todas y a todos, se nos enseñaba a hacer tableros eléctricos, trabajos en madera, tornería, coser botones, hacer bastas de pantalones, tejer a crochet y también a bordar, disciplina en la cual este cronista obtuvo nota 7 (modestamente).
El año 1973, sería el último que estaríamos en la Escuela 7, el ingreso a Octavo Básico ya nos tenía con un pie en la Enseñanza Media, ya éramos o nos sentíamos más grandes; un ejemplo de ello (quizá, no el mejor) era que algunas diferencias ya no se arreglaban con un par de empujones en el recreo y el conflicto se solucionaba en las afueras del colegio.
La situación política del país se fue complicando hasta el desencadenamiento del golpe de estado cívico-militar del 11 de septiembre de 1973. Ese día nos encontrábamos a las ocho de la mañana en el Salón de Actos para celebrar el Día del Maestro. Aproximadamente a las 08:30 hrs. un profesor sube al proscenio y avisa que la actividad se suspendía, pues se había producido un golpe de estado y nos recomendó encarecidamente que nos fuéramos directamente a nuestras casas. La situación era absolutamente desconcertante para muchos, pues sabíamos de dictaduras militares en otros países de sud américa, pero ahora ello nos tocaba directamente. El regreso a casa fue difícil; patrullas en las calles, tanques, carros de asalto y otros vehículos militares nos hacían recordar la recomendación de nuestros profesores. A pesar de nuestra corta edad de 13 años y algunos aún menores que nosotros, fuimos sorteando la presencia militar, a fin de evitar cualquier problema, prácticamente duplicando el tiempo de recorrido normal.
El retorno a clases, luego del cambio de gobierno, tuvo la complejidad propia de este tipo de hechos, habida consideración de las situaciones personales o familiares que afectaron a algunos alumnos de la escuela. Nuevamente nuestros profesores estuvieron a la altura y supieron -ante los alumnos- tomar distancia de cualquier asomo de división ideológica, sin desatender los casos de aquellos directamente afectados por los acontecimientos.
La despedida de Octavo Básico de nuestro curso y-en consecuencia- de la escuela se celebró en el Club Social Regionalista (en José Menéndez frente a las oficinas de Aguas Magallanes). Consistió en una fiesta que se inició a las tres de la tarde (por el toque de queda) a la cual asistieron como invitadas principalmente las hermanas o primas de los alumnos, con quienes pudimos bailar, como también lo hicimos con algunas profesoras que asistieron, al ritmo de un conjunto musical contratado para la ocasión. También hubo cosas para “picar” y las consabidas bebidas gaseosas.
Nos dolió irnos de la Escuela 7, siendo más precisos, nos dolió la despedida, porque nunca nos hemos ido. Quienes pasamos por sus aulas podemos contarlo con orgullo y así lo sentimos al recordar esos días, cuando nos encontramos con nuestros compañeros y nos fundimos en un abrazo, igual que cuando marcábamos un gol en esas inolvidables justas de baby-fútbol, o como cuando nos felicitábamos por los premios obtenidos a fin de año, cuyo reconocimiento material era un rompecabezas, un ajedrez, un juego del solitario o un Tablero Chino, todo en la medida de las posibilidades de la Escuela.
Llevamos a “La 7” en el corazón, ahí aprendimos muchas cosas, no sólo las del pizarrón, los libros o los cuadernos, pues las maestras y maestros que nos guiaron iban más allá de ello con su solo ejemplo de vida (esperamos no haberlos defraudado).