Necrológicas

Hay Inocentes … e inocentes

Por Eduardo Pino Viernes 27 de Diciembre del 2024

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Mañana sábado 28 se celebra el día de los inocentes: “Herodes mandó a Pilatos, Pilatos mandó a su gente y el que presta en este día pasará por inocente”, es uno de los dichos que escuchamos desde niños acerca de una “relativa” impunidad que tendrían las personas para realizar bromas a los demás, hasta el mediodía, sin recibir a cambio algún tipo de represalia. Algunos iban incluso más allá, justificando que las mentiras podrían decirse sin problemas y los préstamos no debían ser devueltos. 

El origen de esta fecha se encuentra en la matanza de los niños menores de dos años en Belén por orden de Herodes el Grande, rey de Judea, con el fin de eliminar al niño que vendría a quitarle el poder de su trono: Jesús de Nazareth. La Iglesia Católica instauró el 28 de diciembre como el “Día de los Inocentes”, a fin de recordar a los mártires de esta barbarie que refleja la crueldad y falta de humanidad de los poderosos antes los indefensos. Con el tiempo fue cambiando su significado y se llevó a un fondo relacionado con las bromas, al punto que en USA y varios países europeos lo conmemoran el 1° de abril con el nombre del “Fool’s Day”.

Resulta llamativo que muchas personas vivan en un permanente “Día de los Inocentes”, creyendo de manera casi incondicional informaciones que si se analizaran de manera lógica por medio de la argumentación de los datos y la factibilidad de su funcionamiento, no resistirían categorizarse dentro de la credulidad de sus esperanzados y confiados receptores. Quienes emiten estos mensajes desgraciadamente no presentan actitudes bromistas, pues más bien están orientadas a la persuasión de sus destinatarios a fin de conseguir algún rédito instrumental. No se trata de cuestionar la confianza rota ante un engaño perpetrado por hábiles sofistas cuyas oscuras intenciones llevan a difíciles tramas por desenmascarar, sino más bien cuando el crédulo “necesita” algo a qué aferrarse, encontrándolo en lo que conoce desde hace mucho tiempo y, a pesar que le ha defraudado reiteradamente, piensa que “ahora sí” va a resultar. Los ejemplos son variados, desde relaciones de pareja hasta estilos de vida para encontrar la felicidad, pero uno de los campos que más me llama la atención para estudiar este fenómeno es la política. 

Si bien la mayoría de las personas se ha
desencantado de este ejercicio cívico y social tan relevante para el funcionamiento de la sociedad, principalmente debido a la manipulación permanente de sus actores que tienen como gran objetivo el ejercicio del poder por sobre lo que dicen pregonar, resulta interesante analizar cómo la dinámica “inocente” de volver a confiar en los mismos que nos han dado cátedra de inoperancia y falta de probidad, se instala reiteradamente. No sólo lo hemos visto en nuestro país, pues pareciera ser un sello propio de la naturaleza humana: a las personas les cuesta separar el significado de su propia historia con la realidad objetiva de lo que se vive en el presente. Es como si la identidad que le da un sentido al ser se anclara en ideas que alguna vez tuvieron un significado superlativo y, por ende, quedaron impregnadas de un incombustible fondo emotivo que con el tiempo pareciera reclamar su protagonismo, anulando a la razón como ente rector de las decisiones que se adoptan. En terapia psicológica, una de las premisas más importantes es que nuestras dinámicas tienden a regirse por el sentido de la propia estructura interna más que por el bienestar al que podríamos aspirar. Eso nos lleva a inferir posibles explicaciones a las incoherencias, negaciones y sesgos en los análisis de las personas al enfrentar la realidad, de ahí que ciertas ideologías se esmeren en las visiones retrospectivas (por más que en su discurso expresen su proyección al futuro), descalificaciones permanentes al adversario (por más que destaquen el concepto de respeto en sus expresiones), evaluaciones parciales y selectivas (por más que se autodenominen objetivos) y superioridades morales (por más que presenten los mismos o peores vicios que sus adversarios). 

Este tipo de inocentes no se encuentra tan lejos de transformarse en un “inocente empoderado”, o sea un fanático que disfraza su limitada necesidad de creer, en algo magnífico donde se autoadjudica una mayor grandeza. Fanatizarse viene a calzar justo con su dinámica: no pensar ni analizar, pues se deja llevar por la efervescencia emotiva de poseer la verdad en un designio casi místico. 

Por eso, si lo desea este 28 haga alguna broma simpática y comparta con su eventual “víctima inocente”, en un ejercicio de sana convivencia en que no le haga daño a nadie; o si usted cae en algún albur, tómeselo con humor al estar precavido que es sólo un día en el año, pues este es el tipo de inocentes que nos causan gracia.              

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