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Una historia de la misericordia que sostiene la vida

Por Marcos Buvinic Domingo 12 de Enero del 2025

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Hace unos años tuve ocasión de leer un texto que comentaba un pasaje del conocido escritor austríaco, Stefan Zweig, en su obra “Tiempo y mundo”, donde trae una preciosa historia de misericordia que no he olvidado. Una historia que tiene como uno de sus protagonistas al filósofo alemán Friedrich Nietzsche; aunque, en realidad, la gran protagonista es Franziska Oehler, la madre de Nietzsche.

Para apreciar mejor la historia que comentamos, recordemos que Nietzsche es llamado “el filósofo de la muerte de Dios y del nacimiento del superhombre”. La muerte de Dios conducirá, según Nietzsche, no sólo al rechazo de la creencia en un orden superior, sino también al rechazo de los valores absolutos y -por tanto- de una ley moral universal. En esta perspectiva, el prototipo del ser humano ideal es el que Nietzsche llamaba “el súperhombre”, que es el individuo capaz de crear su propio sistema de valores, en que lo bueno es lo que nace de su voluntad de poder.

Nietzsche, que era hijo de un pastor luterano y de una madre piadosa, pensaba que el cristianismo era la religión de los débiles, y por esa razón sostenía que los valores representados por el cristianismo someten a las personas a una “moralidad de esclavos” que, según él, estaba marcada por un estado de resignación y conformismo hacia todo lo que sucede a su alrededor.

Pero, vamos a la prometida historia de misericordia, la cual es corta y sencilla, y está tomada de las cartas que la madre de Nietzsche escribía a un amigo, donde cuenta la enfermedad mental del filósofo y su abandono por todos, excepto por su madre. En 1890, ella va a recogerlo a la clínica psiquiátrica donde Nietzsche estaba internado e intentaban curarlo de su demencia. Franziska, su madre, logra convencer a los médicos para que la dejen llevar a su casa al hijo que, en razón de sus pensamientos, se había alejado de la casa paterna.

Stefan Zweig describe la relación de la madre y el hijo con palabras llenas de ternura: “y ahora se ve, de vez en cuando, a una anciana guiar por las calles y dar prolongados paseos por la ciudad con el filósofo demente, que parece un oso grande y torpe”. Ese es el gran poder del amor y la misericordia: “una -escribe Franziska- debe tener paciencia y confiar en la gracia y misericordia de Dios, que no nos abandona”. Así, sigue Zweig, “la madre sigue cumpliendo con fidelidad su cotidiano servicio, le alimenta con bocadillos de jamón y le acaricia las mejillas”. Franziska siguió cuidando a su hijo enfermo hasta que ella falleció, siendo relevada por su hija Elisabeth, que cuidó a su hermano demente hasta el año 1900, en que Friedrich Nietzsche murió.

Resulta conmovedor ver al padre de la filosofía de la muerte de Dios y del hombre que todo lo puede con su voluntad de poder (“el superhombre”), uno de los personajes que con sus ideas sigue influyendo en el mundo contemporáneo, al final de su vida sostenido -simplemente y hermosamente- por el poder de la misericordia para con los más vulnerables, esa misericordia que Nietzsche despreciaba como propia de los débiles. 

Entre tantos y complejos problemas que vive nuestra sociedad y nuestro país, y en medio de las formas y rostros que toma la corrupción que parece inundar todos los espacios sociales, contar historias de misericordia casi podría considerarse un lujo esotérico. Sin embargo, los relatos de la misericordia que se manifiesta en la vida de tantas personas nos permiten ver lo mejor del ser humano y asomarnos al océano inabarcable de la misericordia de Dios. 

En este año, la Iglesia Católica vive un año especial de renovación en la esperanza. Lo llamamos “Jubileo de esperanza”, donde acogerse a la misericordia de Dios y ofrecer misericordia a los demás, especialmente a los más vulnerables, tiene un lugar fundamental. Acudir a la misericordia es ir a las raíces más hondas de las personas y a la trama oculta de la vida social, Es acudir allí donde están las reservas espirituales que permiten vivir con esperanza y creatividad en medio de una historia que parece despiadada. Por esa razón los cristianos decimos que la misericordia es el otro nombre de Dios, y el que actúa con misericordia no se equivoca.

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