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La vergüenza que perdieron los sinvergüenzas

Por Marcos Buvinic Domingo 19 de Enero del 2025

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En una entrevista realizada en el año 2017, el destacado científico y Premio Nacional de Ciencias, Humberto Maturana, fallecido en 2021, reflexionando sobre la corrupción y otras conductas afines que se dan en nuestro país, relataba una experiencia que vivió cuando tenía ocho años: “existían los buses donde uno depositaba la moneda en una caja; yo tenía que poner veinte centavos y puse diez. Yo sabía que estaba haciendo trampa, y el chofer me dijo: ‘usted no puso los veinte centavos’. Yo le dije: ‘sí los deposité’. Entonces una señora me dijo: ‘no te preocupes, yo te pongo los otros diez’. Y tuve una vergüenza gigante de haber hecho trampa, y desde ese momento no me gustó hacer eso. ¿Se da cuenta de lo importante que es la vergüenza?” 

Y concluye Humberto Maturana que en nuestra sociedad chilena “nos falta esa vergüenza; nos falta la conciencia de que estamos haciendo algo que en el fondo no queremos, pero lo hacemos por alguna teoría con la que lo justificamos: la lucha política, intereses superiores, el dinero que tengo ganar, qué se yo…”

Son bien conocidos por todos los casos de corrupción que se multiplican en diversos ámbitos de la sociedad y estafas de todo tipo, así como la horrible violencia de los delincuentes, en que los protagonistas de estas acciones infames actúan sin considerar el daño que causan a otras personas y al conjunto de la sociedad

Cuando alguien es calificado como “sinvergüenza”, allí se está expresando todo el desprecio que es posible adjudicarle en virtud de una acción reprochable. Al ser tratado de sinvergüenza o de alguno de sus sinónimos, como descarado, caradura, desvergonzado, desfachatado, impúdico o indecente, se sintetiza la deshonra que cae sobre alguien en virtud de sus acciones éticamente reprochables, pero que no son asumidas como tales por la persona. Ya lo decía hace siglos Aristóteles, en su “Ética a Nicómaco”: “ciertamente la impudencia (= desvergüenza, descaro), que no conoce la vergüenza, es un vicio; y el que no se ruboriza del mal que hace, es un miserable”.

La vergüenza es un sentimiento que -normalmente- no nos gusta, pues significa tener conciencia de una evaluación negativa de sí mismo ante determinadas acciones o pensamientos. Sin embargo, un saludable sentimiento de vergüenza ante nuestros actos reprochables puede tener efectos muy positivos para la persona, pues es una autoacusación que nos permite ser conscientes de nuestras limitaciones y fallos, acrecienta la humildad y nos permite situarnos ante los demás en la verdad de lo que somos.

Un sano sentimiento de vergüenza y sus saludables efectos personales y sociales tiene que ver con algo tan delicado y, a veces, tan descuidado, como es la formación de la conciencia, la cual nos permite vivir en diálogo con nosotros mismos e ir creciendo en humanidad. Pero, la conciencia también es mucho más que sus dimensiones antropológicas y sicológicas; así, en la comprensión de la fe católica, la conciencia “es el núcleo más secreto y el sagrario del ser humano, en el que se encuentra a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla”. Eso es lo que muchos oímos y aprendimos desde niños, que “la conciencia es la voz de Dios”.

La formación de la conciencia es la que permite un saludable sentimiento de vergüenza ante las propias acciones reprochables, moviendo a la persona a un cambio de actitudes y conductas hacia el bien que desea. La formación de la conciencia es la que permite que las personas crezcan humanamente, evitando que algunos se consideren a sí mismos respetables, aunque realicen acciones infames o delitos de todos los calibres. La formación de la conciencia es, por eso, un asunto de máxima importancia para el desarrollo personal y para la vida de una persona creyente, así como un elemento clave para la vida de una sociedad sana. 

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