“Se7en, los siete pecados capitales” Re-estreno: Esta pelea es para siempre
Han pasado ya 30 años desde que se estrenó oficialmente en Punta Arenas “Se7en, los siete pecados capitales”, un título a estas alturas demasiado extenso y por eso ahora, en su reestreno en salas de cine, basta con decir “Seven” porque aunque sea en inglés se entiende y representa la cantidad de días en que transcurre el relato para una cuenta regresiva trágica e inolvidable.
Son también los días elegidos por un asesino en serie para anunciarle a una ciudad sin nombre y donde siempre llueve o es de noche que sus días están contados si no cambian el rumbo, lo mismo que cree el policía de asuntos criminales, William Somerset, a punto de jubilarse, más por cansancio que años de servicio, porque ya ha visto demasiado y lo único que quiere se lo dice a un taxista que le pregunta hacia dónde lo lleva: “Lejos de aquí”.
Este deseo no se cumple cuando se le asigna el caso junto a un nuevo compañero, David Mills, recién llegado a la ciudad, demasiado joven, soberbio, algo ignorante y con escaso control de impulsos y juntos deben seguir las huellas que deja el asesino, todas siguiendo los 7 pecados capitales que Dante define en su obra “La Divina Comedia” donde la gula, avaricia, lujuria, pereza, orgullo, ira y la envidia se expresarán en asesinatos que se confunden entre el espanto y la obra de arte, porque a pesar de lo sangriento de cada crimen nunca se ve una gota de sangre
Es también la película que obligó a reconsiderar el nombre de su director, David Fincher, de quién sólo se conocía “Alien 3” (1992), una versión que a muchos fanáticos del monstruo espacial poco gustó, pero después debieron agachar la cabeza y reconocer que está entre las mejores de la serie porque su ambiente es tóxico, tiene mística y un final donde la teniente Ripley se sacrifica como una Juana de Arco arrojándose a un pozo de fuego para irse con la criatura extraterrestre que lleva en su vientre y que muchos vieron como una poderosa reflexión sobre la maternidad ante la posibilidad del aborto.
Las mismas ideas que Fincher reflota en “Se7en” con un asesino en serie en vez de un monstruo, una ciudad que funciona como cárcel y una atmósfera sombría, con luces de linternas más terroríficas que la propia oscuridad y con protagonistas que recuerdan a esas duplas disparejas policiales con un Somerset de abrigo impermeable y sombrero salido del mejor cine negro y a David Mills, con su descuidado ímpetu, al de las series televisivas de los años 70 y 80.
A 30 años de su estreno, cuando aún no irrumpían los celulares e internet recién iniciaba su globalidad, “Se7en” es ya hoy una obra cumbre del cine y epicentro en la filmografía de un realizador que expandió su visión de mundo sobre la presencia del mal en el mundo moderno, donde el progreso de las ciudades con sus rascacielos y consumismo, abren una fisura por donde penetra una energía dispuesto a destruirlo todo, sea el monstruo depredador que llega a la cárcel poblada de asesinos y violadores en “Alien 3”, los militantes extremistas de “El Club de la pelea” (1999), el psicópata indescifrable de “Zodiac” (2007) o el virus de facebook que se expande en “Red Social” (2010).
Y esta idea es el centro de “Se7en, los siete pecados capitales” que como un manifiesto de principios y un final de antología a plena luz del día con una tensión tan alta como las torres eléctricas que cubren la escena, nos advierte que no solo fuimos espectadores de un caso policial, sino también testigos privilegiados de la eterna guerra entre el bien y el mal. Y que como bien lo entiende Somerset en el epílogo, cualquier abandono de esta lucha termina por desequilibrar la balanza. Una obra maestra.