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Debemos defender el legado patrimonial de los pioneros

Por Fernando Calcutta Violic Lunes 3 de Febrero del 2025

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Desde muy lejos llegaron a Magallanes, con la esperanza ardiendo en sus corazones jóvenes, dejando atrás a sus padres, sus hermanos, todo lo conocido. Traían en sus manos la nada, pero sus almas estaban colmadas de esfuerzo, sacrificio y la experiencia heredada de generaciones que habían trabajado la tierra, la piedra y el mar. Sus pensamientos iban hacia un futuro incierto, convencidos de que jamás regresarían a la tierra que los vio nacer. Los vientos del sur, gélidos y desolados, los recibieron cuando arribaron a estas tierras lejanas, y aunque su esperanza era grande, sabían que nada les sería dado; todo sería fruto de su trabajo y sudor.

Los dálmatas, los croatas, fueron ellos, los que llegaron como simples peones, sin nada más que su voluntad férrea. Recorrían los ríos, buscando la perfección en las piedras que la naturaleza les ofrecía, elegidas con manos callosas, trabajadoras, y con ellas formaron la ciudad. Se arrodillaban sobre el empedrado, desgastando sus manos, sus rodillas, su cuerpo, para construir las calles de Punta Arenas. No había máquinas ni arquitectos, sólo el orgullo de un pueblo que, con un salario bajo, ponía sus sueños en cada piedra colocada. Día a día, ese esfuerzo silencioso se traducía en una obra que resistiría el paso del tiempo.

Pero el tiempo, ese enemigo implacable, trajo consigo el modernismo. Poco a poco, esas calles empedradas fueron desapareciendo, cubiertas por el frío pavimento del progreso, del olvido. Y ahora, con profundo pesar, me entero que los últimos vestigios de aquel legado patrimonial, de aquel sacrificio inmenso, serán destruidos, reemplazados por un concreto que no tiene memoria. Donde comienza la Avenida Colón, lo que queda de aquel pasado se desvanece. Es increíble pensar que nuestras autoridades, ciegas al valor de la historia, permitan que se borre un pedazo tan precioso de nuestra identidad. No reparan, no cuidan lo que nos queda de aquel sacrificio.

La tristeza me embarga, pues aún estamos a tiempo de detener esta obra destructiva. ¡Basta! No podemos dejar que se destruyan los vestigios de una época que fue forjada con sangre, sudor y esperanza. Este legado costó demasiado, no podemos permitir que se esfume en el olvido. Que el grito de nuestra memoria se escuche, que la historia de los dálmatas siga viva en las calles que ellos construyeron.

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