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Infraestructura y transporte: los obstáculos que enfrentan personas ciegas en Punta Arenas

Lunes 17 de Febrero del 2025

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  • Diana Bórquez, quien quedó ciega a los 18 años, da cuenta de las dificultades que enfrentan a diario.

En Punta Arenas, las personas con discapacidad enfrentan barreras constantes que dificultan su integración en la vida cotidiana. Diana Bórquez Urra, integrante de la Agrupación de Amigos de los Ciegos, desde que perdió la vista a los 18 años debido a una toxoplasmosis, ha trabajado incansablemente para visibilizar las dificultades que enfrentan las personas ciegas en una ciudad que, según ella, está lejos de ser inclusiva.

El acceso a los espacios públicos es uno de los mayores problemas que enfrentan las personas con discapacidad visual en Punta Arenas. A pesar de los esfuerzos en infraestructura, las rampas son escasas o están mal diseñadas, con inclinaciones que no cumplen con los estándares de accesibilidad. La situación se agrava en edificios patrimoniales, donde las modificaciones suelen ser limitadas, perpetuando las barreras físicas. Esta falta de accesibilidad no sólo impide la movilidad autónoma, sino también excluye a un sector significativo de la población de actividades esenciales y culturales.

El problema no termina con la infraestructura. La realización de trámites en la ciudad es una tarea compleja para las personas ciegas. La dispersión de oficinas municipales obliga a trasladarse de un edificio a otro, algo especialmente desafiante en una ciudad como Punta Arenas, donde las condiciones climáticas son adversas durante gran parte del año. La ausencia de señalización adecuada y la falta de atención centralizada generan una carga adicional, tanto en tiempo como en esfuerzo físico, para quienes necesitan acceder a servicios básicos.

La locomoción pública también presenta serios desafíos. Diana relata que, debido a las caídas que ha sufrido en el pasado, ha optado por movilizarse principalmente en taxi, lo que implica un costo considerable. La falta de paraderos accesibles, equipados con señalización táctil o avisos sonoros, hace que el uso de autobuses o colectivos sea poco seguro para las personas ciegas. Además, las constantes obras en las calles de la ciudad no consideran medidas de protección para quienes dependen del uso de bastones para moverse.

Incluso en áreas renovadas del centro de la ciudad, donde se han realizado inversiones significativas para mejorar su apariencia, las personas con discapacidad visual no han sido consideradas. Señala que, en esas zonas, la falta de detalles como guías podotáctiles y señales claras crean un entorno hostil para quienes no pueden ver. Los cruces peatonales no cuentan con sistemas auditivos que indiquen cuándo es seguro cruzar, lo que aumenta los riesgos de accidentes. “A veces, si no escuchamos los autos, simplemente no sabemos si están detenidos o en movimiento”, sostiene.

La tecnología, si bien ha sido una herramienta invaluable para facilitar la vida de las personas con discapacidad visual, también pone de manifiesto las desigualdades existentes. Los celulares con software de accesibilidad, fundamentales para realizar tareas cotidianas, tienen costos prohibitivos para muchos. Diana considera que estos dispositivos deben ser catalogados como ayudas técnicas y subsidiadas por el Estado. “El acceso a la tecnología puede marcar la diferencia entre la dependencia y la autonomía”, enfatizando, resaltando la importancia de las políticas públicas que garantizan su disponibilidad.

A pesar de estas dificultades, Diana ha encontrado en los cursos de orientación y movilidad una herramienta esencial para recuperar cierta autonomía. Estos programas, que enseñan a usar el bastón y a reconocer el entorno, requieren dedicación y práctica. En su caso, además, ha tenido que aprender a manejar una condición que afecta su equilibrio, lo que hace que caminar en línea recta sea un desafío constante. “No es sólo tomar el bastón y salir. Es un proceso que exige paciencia y confianza”, afirma.

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