“Oni-Goroshi: Ciudad de los demonios”: ni perdón ni olvido
Por Guillermo Muñoz Mieres,
periodista
Japón, 2025
Director: Seiji Tanaka
Protagonistas: Toma Ikuta, Matsuya Onoe, Ami Touma
En la ciudad japonesa de Shinjo se cuenta la leyenda de un demonio que regresa cada 50 años para llevar a cabo una matanza de grandes proporciones. Ese demonio podría ser Sakata, un excriminal a sueldo que, tras su última misión y cuando ya había decidido retirarse del negocio, es asesinado brutalmente por una banda de enmascarados demoníacos junto a su esposa e hija pequeña.
Esto ocurre en los primeros 10 minutos de Oni-Goroshi: Ciudad de los demonios, antes de que aparezcan los títulos. Se trata de un violento prólogo que anticipa lo que vendrá, pues nos enteramos de que Sakata, finalmente, no murió. Quedó en estado casi vegetativo y, para peor, ha sido acusado de ser el autor del crimen de su propia familia. Su regreso ocurre más de una década después, cuando la ciudad de Shinjo busca convertirse en un destino turístico bajo el dominio del alcalde Sunohara, un oscuro personaje que no tolera oposición a sus proyectos. Cualquiera que se atreva a desafiarlo puede terminar engrosando la lista de desaparecidos, que crece de manera sospechosa bajo su administración.
Sin embargo, Oni-Goroshi: Ciudad de los demonios no es una película de intriga política sobre la corrupción, sino una historia de acción violenta, donde lo crucial son las coreografiadas e inverosímiles peleas cuerpo a cuerpo, con cercenamientos de brazos y cuellos incluidos. En ellas se registra el avance de Sakata, quien casi no pronuncia palabra en toda la película, pero parece fortalecerse con cada muerte que provoca, recuperando poco a poco sus movimientos.
A lo largo de esta travesía es imposible no ver en Sakata una versión japonesa de John Wick (2014), interpretado por Keanu Reeves. Pero también, si agregamos el melodrama latente bajo las peleas, hay ecos de Oldboy (2003), del cineasta surcoreano Park Chan-wook, y de Kill Bill (2003), de Quentin Tarantino. Ambas son películas de venganza que, a medida que avanzan, aumentan en complejidad y en la calidad de sus contendientes.
Lo mejor de Oni-Goroshi: Ciudad de los demonios es que, desde la primera escena hasta la última, se reconoce a sí misma como una película de acción pura y descarnada. También destaca ese halo de misterio que envuelve a la banda de enmascarados Kimen-gumi en la primera secuencia, pues sus disfraces de demonios parecen cobrar vida en medio de tanta elegancia y crueldad.
Otros elementos agregan valor a la historia, como el hecho de que el relato se basa en una conocida serie de manga japonés creada por Masamichi Kawabe y que la música está a cargo de Tomoyasu Hotei, quien ya se encargó de darle ritmo a las secuencias de lucha en Kill Bill.
Detalles más o detalles menos, lo que queda son decenas de peleas —unas mejores que otras— en las que un “justiciero” sin voz y casi parapléjico avanza como el monstruo Godzilla por la ciudad de la furia, arrasando cuerpos como si fueran palitroques, en un mundo donde la palabra “perdón” ha sido condenada al olvido desde el primer minuto.