Murió la mujer que convirtió la calle en un espacio de solidaridad
- Por años Mariela Aguilante Catalán vivió en la calle, sin embargo dejó un legado de ayuda,
movilizando incluso campañas solidarias para las Jornadas por la Rehabilitación en Magallanes.
Silvia Leiva Elgueta
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“Yo antes dormía en calle Errázuriz, dormíamos con unas personas con las que me junto y con todo el frío. Llevo en calle como 20 años, cuando falleció una hijita…Yo tengo otras hijas y somos bien unidas, pero yo soy ‘falda afuera’”, relataba hace exactamente cinco años Mariela del Carmen Aguilante Catalán a La Prensa Austral, con esa risa que la caracterizaba y con la fuerza de quien ha resistido las inclemencias de la vida con dignidad.
Mariela, quien pasó gran parte de su vida en la calle, falleció recientemente a causa de una complicación de salud mientras era trasladada al Hospital Clínico. Tenía 54 años de edad. “Quiso alejarse de los círculos de calle, considerando que había demasiadas expresiones de violencia, ella en lo posible intentó durante sus últimos años de vida acercarse a sus seres queridos y tratar de llevar una vida ojalá alejada de ciertos círculos dentro de lo que fue su propia historia de vida”, afirma Alvaro Rondón, director del Hogar de Cristo.
Su velatorio se realiza en la sede social ubicada en calle Manuel Rengifo 2174, población Diego Portales, y sus funerales tendrán lugar hoy a las 10,45 horas, haciendo un alto alrededor de las 11 horas en la esquina donde se refugió, Errázuriz con Armando Sanhueza, para posteriormente el cortejo avanzar hacia el Cementerio Municipal.
Durante más de dos décadas, Mariela fue parte de la comunidad de personas en situación de calle en Punta Arenas. Sobrevivió al frío, a la violencia y a la precariedad, pero nunca perdió su esencia ni su capacidad de ayudar a otros. En un entorno donde la lucha diaria es por la subsistencia, ella encontró maneras de aportar y marcar la diferencia. Su muerte deja un vacío en quienes la conocieron y compartieron con ella en las calles de la ciudad.
Jornadas por la Rehabilitación
Uno de los hitos más recordados de su vida fue su participación en las Jornadas por la Rehabilitación en Magallanes. A pesar de sus propias carencias, movilizó a otros compañeros y compañeras de calle para colaborar con la cruzada solidaria, convencida de que todos, sin importar su situación, podían aportar a una causa mayor. “Nosotros también tenemos algo que dar”, decía con firmeza.
Ella conocía bien la dureza de la calle. Perdió a dos parejas en ese contexto y, tras la muerte de una de ellas, prometió que viviría “a su manera”. “Él murió en calle y yo también voy a morir en mi ley”, decía. Sin embargo, en los últimos años intentó distanciarse de los espacios más violentos, buscando recuperar vínculos con sus seres queridos y construir una vida con algo más de estabilidad dentro de sus posibilidades. Un ser cercano le facilitó un techo donde pasó sus últimos días, pero su salud ya estaba deteriorada y finalmente falleció antes de recibir atención médica.
Más allá de su historia personal, Mariela representa la realidad de muchas personas en situación de calle: vidas marcadas por la pérdida, la precariedad y la exclusión, pero también por la capacidad de resistencia y la voluntad de ayudar a otros. En una de sus últimas entrevistas, valoró la ayuda que recibía: “Desde hace montones de años me ayudan con el almuerzo y la cena, nos entregan útiles de aseo y frazadas. Espero que todos valoren esta ayuda”.
Quienes compartieron con ella la recuerdan como una mujer de carácter fuerte, con una risa contagiosa y un espíritu inquebrantable. En la calle, donde el individualismo muchas veces es una cuestión de supervivencia, ella construyó redes de apoyo y dejó una huella imborrable. Su fallecimiento no sólo entristece a quienes la conocieron, sino que también deja en evidencia la fragilidad de tantas vidas que transcurren en la exclusión.
Hoy, Mariela Aguilante Catalán, una mujer que, en medio de la pobreza y la adversidad, demostró que siempre es posible tender una mano, recibirá el último adiós. Su historia es un recordatorio de que la dignidad y la solidaridad pueden existir incluso en los márgenes más olvidados de la sociedad.