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Los hijos que nos salvan

Por Marcos Buvinic Domingo 16 de Marzo del 2025

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Fue impactante enterarnos, hace unos días, que el año pasado hubo cuatro regiones del país con más defunciones que nacimientos; entre ellas está nuestra Región de Magallanes, con 1.033 nacimientos y 1.129 fallecimientos. Desde hace décadas, hay un alarmante descenso de la natalidad en el país. Mientras en la década de 1980 el promedio anual de nacimientos fue de 258.000, en 2024 hubo sólo 135.000 nacimientos. En pocas palabras, los chilenos seremos cada vez menos, seremos un país con menos niños y jóvenes, y seremos un país envejecido.

Es un tema muy complejo y con hondas consecuencias sociales, económicas, laborales, culturales y educacionales. Es uno de los indicadores más claros del gran nivel de transformaciones en la sociedad, porque no se trata sólo de una baja tasa de fecundidad, de la postergación de la maternidad y que haya menos hijos por familia, sino lo nuevo es que cada vez son más los jóvenes que deciden no ser madres ni padres. Según un estudio, casi la mitad de las mujeres entre 15 y 29 años no quiere ser madre, y hay muchos hombres que no quieren ser padres, pues en la última década, la vasectomía como procedimiento anticonceptivo subió un 88,7%.

Las cifras pueden seguir mostrando otras aristas del tema y sus consecuencias para el recambio generacional y la disminución de la masa laboral, o la baja de las demandas al sistema educacional, el aumento de los pensionados y sus crecientes demandas de salud, pero es un fenómeno difícil de abordar en sus múltiples causas y hay diversas opiniones al respecto. Los análisis de los expertos se centran en los cambios socio-culturales y económicos de la mujer (eso no explica por qué muchos hombres no quieren ser padres), pues la maternidad (y la paternidad, habría que agregar) es vista como un obstáculo en el desarrollo personal, laboral o académico. 

También, se señala que muchos jóvenes no quieren ser madres o padres porque el futuro les resulta inestable e incierto en medio de las crisis locales (empleos precarios, inestabilidad laboral, violencia delictual) y globales (crisis ecológica, cambio climático, guerras). Algunos dicen: “sería una irresponsabilidad traer hijos a un mundo así”. Por otra parte, hay quienes quieren ser madres y padres, pero les parece que no están las condiciones sociales para eso. Hay quienes dicen: “el kilo de guagua está muy caro en Chile”. Pero, la autonomía personal ante la posibilidad de ser padre o madre no puede ser vista sólo como la opción de no tener hijos, sino que también significa crear las condiciones socioeconómicas para que quienes quieren tener hijos puedan hacerlo.

En otros países se han implementado diversas políticas públicas para favorecer la natalidad, pero pareciera que en Chile aun no es así. No se trata de ser natalistas a ultranza, sino que es un “tema-país” muy serio y debería estar presente en la discusión sobre el futuro de Chile en la próxima elección presidencial.

Me hace mucho ruido eso de que ser mamá o papá sea una “función” determinada por la economía; sin duda lo económico es muy importante, pero no es lo único ni lo principal. Los hijos no son sólo un factor económico o demográfico para el recambio generacional, sino que son decisivos para el crecimiento en humanidad de las personas, de cada familia y de la sociedad. 

Los hijos nos humanizan a todos, a los papás, a los abuelos y tíos, pues los hijos nos salvan del materialismo del mundo neoliberal que pone todas las satisfacciones humanas vinculadas a lo económico. Las satisfacciones que experimentan las mamás y papás con sus hijos tienen poco que ver con logros económicos y mucho que ver con el amor, y la mayoría dirán que sus hijos son las mayores satisfacciones de su vida (lo mismo dirán la gran mayoría de los abuelos y abuelas).

Los hijos nos salvan porque acogerlos, amarlos y educarlos en su libertad para la justicia y el amor es algo que nos humaniza y nos hace crecer en esos valores. Es muy distinto educar a los hijos formando su libertad, que adiestrar una mascota (intentando humanizarla) para que me obedezca y me entregue afecto. Los hijos nos salvan no sólo de los dilemas que trae la baja natalidad, sino porque nos hacen crecer en humanidad. Por eso es que los cristianos acogemos los hijos como un precioso regalo de Dios a cada mamá y papá, a cada familia y a la sociedad. 

Los hijos nos salvan porque la maternidad y la paternidad son los mayores antídotos contra el individualismo egoísta, como ha dicho el Papa Francisco: “una sociedad sin madres sería una sociedad inhumana, porque las madres saben testimoniar siempre, incluso en los peores momentos, la ternura, la entrega, la fuerza moral”.

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