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¿Qué es eso de tener fe?

Por Marcos Buvinic Domingo 23 de Marzo del 2025

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Hace unos días, en la calle, se me acercó una persona y me dijo que era lector habitual de estas columnas. Me dijo: “vengo de una familia creyente y estudié en un colegio religioso, pero no sé si tengo fe o no. En la familia y el colegio recibí muchas normas morales y ritos, pero intuyo que la fe es algo distinto. ¿Podrías escribir una columna sobre eso?”. Bueno, estimado amigo, gracias por tu inquietud; intentaré decir qué es eso de tener fe para los que somos cristianos.

Hace unos meses me sucedió algo similar con una persona que se me acercó en el supermercado con la misma inquietud, y escribí una columna sobre el tema. Es significativo que hay personas que se inquietan por esto de “tener fe” y “qué es creer”. Dios y la fe en Él son preguntas permanentes de los seres humanos

Esto de tener fe es un asunto que puede ser muy sencillo de explicar, pero puede ser, también, algo complejo, ya que es una experiencia que está muy contaminada con vivencias, ideas y opiniones que poco tienen que ver con ella. Por eso, trataré de explicarlo contrastándolo con lo que no es la fe que vivimos los cristianos.

En primer lugar, para despejar equívocos, la fe no es un sentimiento. Por cierto, el creyente siente y experimenta su fe como un movimiento interior, pero la fe no se reduce a “sentir algo” o “sentir a Dios”, o un sentimiento del que no soy responsable, de modo que al no sentirlo dejaría de creer. Al contrario, creer implica una decisión razonada; o sea, el que cree es porque -responsablemente- ha decidido creer.

Tener fe no es una costumbre o una tradición recibida de los padres. Sin duda, es muy bueno nacer en una familia creyente y recibir desde niño una orientación cristiana en la vida, pero la fe no se reduce a una educación religiosa (“yo estudié en un colegio religioso”) o a unas costumbres familiares (“mi familia siempre ha sido apegada a la Iglesia”), porque la fe es una decisión personal, y cada persona toma la decisión de creer. Esta decisión personal me pone en contacto con otros que han tomado la misma decisión; es decir, nadie cree solo, siempre se cree con otros que se reconocen enriquecidos por la presencia de Dios; siempre creemos con una comunidad de creyentes con la que caminamos juntos, y eso es la Iglesia.

Es importante decir que la fe no es un conjunto de normas morales. Ciertamente, creer en Dios tiene consecuencias en la manera de actuar de los creyentes, pero la fe no se reduce a unas normas morales, o como dicen algunos, “yo no le hago mal a nadie”. Creer en Dios tiene más que ver con el amor que con un deber a cumplir. Tener fe significa sentirse y saberse amado por Dios y responder a ese amor. La fe siempre es una respuesta agradecida y gozosa que abre a una esperanza siempre mayor (eterna, como Dios), que se celebra y que compromete en un trabajo serio por un mundo más humano y más digno para todos los hijos e hijas de Dios.

Tener fe tampoco es una especia de calmante o tranquilizante ante los dolores de la vida. Por cierto, la fe en Dios es fuente de paz, consuelo y esperanza, pero creer es mucho más que tener “algo” a qué aferrarme en los momentos difíciles; como tampoco es “el opio del pueblo”, pues creer en Dios es el mayor estímulo para vivir y trabajar, de manera consciente y responsable por una vida buena para todos.

Entonces, la fe de los cristianos no es creer en “algo”, sino que es creerle a Alguien, y esto comienza cuando nos encontramos con Jesús. En el encuentro con el Señor Jesús, a través de su Palabra y en el diálogo orante con Él, el cristiano vive una experiencia que va tomando toda su persona -su manera de pensar, de sentir y de actuar-, y la presencia del Dios que es Amor lo atrae cada vez más e ilumina todos los aspectos y dimensiones de la vida. Eso es lo que expresa un texto del apóstol Juan, que dice: “nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es Amor” (1 Jn 4,16).

Entonces, creemos en el Señor Jesús y le creemos a Él, y somos conscientes que nuestra fe es el mayor regalo con que Dios ha enriquecido la vida que gratuitamente nos dio. Por eso una de nuestras mayores alegrías es anunciar y compartir con otros lo que gratuitamente se nos regaló; como decimos entre los cristianos, todos los creyentes somos discípulos misioneros.

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