Necrológicas

El tranquilizante silencio: una alerta urgente desde las aulas

Por La Prensa Austral Jueves 27 de Marzo del 2025

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El reciente informe del Servicio Nacional para la Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol (Senda) ha encendido una señal de alerta que no podemos seguir ignorando: en Magallanes, uno de cada diez estudiantes de octavo básico a cuarto medio consume tranquilizantes sin receta médica. Una cifra que, más allá de su aparente estabilidad, retrata un problema profundo, silencioso y muchas veces minimizado: el avance del consumo de fármacos entre adolescentes como una vía de escape emocional o una forma de automedicación.

A diferencia de la marihuana o el alcohol, el consumo de tranquilizantes suele pasar inadvertido. No hay humo, ni fiestas, ni escándalos mediáticos. Solo una pastilla, a veces compartida entre compañeros, extraída de un botiquín familiar o conseguida en redes sociales. El riesgo, sin embargo, es enorme: dependencia, deterioro cognitivo, alteraciones emocionales e incluso potenciales sobredosis cuando se combinan con otras sustancias. Es, en definitiva, una bomba de tiempo que crece dentro de las salas de clases.

Se debe reflexionar sobre el hecho de que Magallanes mantenga niveles más altos que el promedio nacional en el consumo de este tipo de fármacos. ¿Qué está fallando en nuestra estructura de contención emocional escolar? ¿Por qué nuestros jóvenes prefieren anestesiarse antes que hablar? ¿Dónde están las redes de apoyo que deberían anticiparse a estos síntomas silenciosos?

La salud mental adolescente no puede seguir siendo la última prioridad. Cuando se regrese a clases, necesitamos con urgencia más profesionales en los colegios, programas de prevención efectivos, acceso a orientación emocional y campañas que hablen sin tapujos del peligro de la automedicación. La presencia de hongos en un liceo puede arreglarse con pintura. Pero el deterioro emocional que arrastran muchos jóvenes requiere algo más: empatía, escucha, recursos y voluntad política.

La educación no puede limitarse a contenidos curriculares mientras nuestros estudiantes se apagan emocionalmente en silencio. Porque cuando la respuesta a la angustia se guarda en una pastilla, no estamos ante un problema individual, sino ante un fracaso colectivo.

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