Tras más de 40 horas de navegación por el Drake a bordo del Viel comienzan las faenas de descarga en bahía Fildes
Lucas Ulloa Intveen
Desde la Antártica
El zarpe desde Puerto Williams que estaba planificado a las 18 horas del martes se terminó posponiendo hasta las 20 horas con rumbo firme hacia las Shetland del Sur, manteniendo su curso hacia el Polo Sur por más de 44 horas. La decisión había sido la correcta, pues la extensión de la recalada en la última ciudad del país se debía al frente del mal tiempo que arreciaba por el paso Drake. No obstante, la madrugada del miércoles el rompehielos Viel y su dotación pudo sentir el vaivén del océano, interrumpiendo el sueño de la mayoría de la tripulación. A la mañana siguiente, todos coincidían de que era la primera vez que se movía tanto.
En mi camarote el movimiento se hacía patente arrojando mis zapatos de un lado a otro, volcando los libros de su lugar y desparramando otros objetos más pequeños. Era un ejemplo de lo que estaba ocurriendo en el resto del buque, donde la sonajera de sillas de un lado a otro, vidrios y loza que se rompía, entre otros ruidos de difícil interpretación volvieron dificultoso conciliar el sueño. Pensaba que era el único, pero durante la mañana me di cuenta que el mar había causado estragos en distintas cubiertas del buque y casi nadie pudo dormir más de 2 horas.
En la cubierta donde iban los científicos habían caído unas planchas del cielo. Lo que escuchaba a las 3 de la mañana eran marinos atando las caídas maderas a una mesa, a fin de evitar que siguieran golpeando otros objetos de la cámara. Lo mismo había sucedido en la planta de oficiales, donde cayeron más planchas. Felizmente, no hubo lesionados. Otro incidente se registró en la enfermería, donde uno de los refrigeradores se averió producto de algún golpe. Los medicamentos de su interior, alojados ahí para mantenerlos en frío, debieron ser cambiados de lugar.
La parte más movida del viaje ocurrió de madrugada. A mediodía del miércoles el movimiento había amainado bastante, aunque aún movilizaban objetos sobre las mesas, pero al menos se podía comer. Navegaríamos por el Drake las 24 horas del miércoles y al menos otras 16 más del jueves, según los cálculos en base a la velocidad y meteorología. Todo ese tiempo desconectados de internet, lo que dio paso a un clima de mayor distensión en el buque.
Recalada en bahía Fildes
Al día siguiente, el jueves amaneció con una densa bruma que rodeaba todo el buque. Hablan de una visibilidad de hasta un kilómetro pero en la práctica parecía reducirse aún más. Anunciaron la temperatura de 1 grado Celcius y que la llegada al territorio de las islas Shetland del Sur sería cerca de las 14 horas, recalando en bahía Fildes a eso de las 17 horas.
El buque había recobrado la presencia de tripulación en los pasillos y la vida a bordo retomó sus dinámicas de hermandad en el mar. Las horas pasaron entre charlas y lecturas, mientras que parte de la tripulación planificaba las tareas de la tarde. En algunos camarotes se escuchaban los Rolling Stones y más allá otro reproducía a Buena Vista Social Club.
Pasadas las 13,15 horas observo por mi camarote un primer gran témpano de hielo. Al subir a cubierta para capturarlo se alcanza a divisar un segundo más allá y en 360 grados no había nada más. Parecían colosos de hielo que custodian y anunciaban la entrada al continente blanco. En otros 40 minutos más ya se comenzarían a ver los contornos de las islas Shetland del Sur y el panorama marino cambiaría.
Con el contorno de la isla Nelson de fondo, abundante vida marina se hacía presente, contrastando con las esporádicas aves que visitaban el buque por el paso Drake. Un par de soplos de ballena se levantaban desde el mar y cada tanto dejaban ver sus oscuros lomos; gaviotas se posaban como en una tertulia sobre el agua mientras alguna se zambullía para probar suerte; pingüinos pasaban de a grupos nadando rápidamente, saltando con soltura y gracia en dirección a las islas; y algún solitario albatros terminaba por firmar la bienvenida.
El comandante del rompehielos Viel, Juan Pablo Enríquez, me explica que el cruce sería por el estrecho Nelson para luego entrar en el Bransfield, que separa las islas de la península Antártica y el resto del continente. Dicho paso permitía quedar a una distancia similar entre bahía Fildes y base Prat, en caso de requerir algún cambio de rumbo. No obstante, el curso se mantuvo firme hacia Fildes, recalando a eso de las 17 horas del jueves tal como estaba pronosticado.
Rápidamente la tripulación que trabajaría en las faenas de descarga ya estaba reunida en el puesto de mando, dando los últimos repasos a las tareas. El jueves la prioridad serían los zodiac, tambores de combustible y agua, además de la plataforma de transporte y un tractor. Las grúas se comenzaron a mover al poco rato e inició así una faena que se extendió hasta las 12 de la noche.
Una de las complicaciones que se registró fue en la escúa, la plataforma de transporte, dado que uno de los motores no lograba encender. Tuvo que ser abierto y revisado por un equipo de mecánicos, bajo la supervisión de los ingenieros. Aquel imprevisto fue solucionado en algo más de 30 minutos, mientras que el resto avanzaba en otras tareas sobre el castillo.
La tripulación trabajó incansablemente sobre el castillo hasta lograr todas las tareas del día. Uno de los últimos trabajos fue llevar el tractor, máquina fundamental con destino al aeródromo Marsh, la que sería utilizada para despejar el hielo de las pistas de aterrizaje y así asegurar la llegada de las avionetas. Los últimos movimientos sobre cubierta se hicieron iluminados por los sendos focos que porta el buque, que extendían un haz de luz hasta la bahía. Al día siguiente, los trabajos se retoman en la madrugada.