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Liderazgo pedagógico: capacidad y responsabilidad compartida

Por Mauricio Aguayo Cárdenas Sábado 12 de Abril del 2025

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La reciprocidad, uno de los principios fundamentales del liderazgo pedagógico, formulado por Richard Elmore, y señala que “por cada unidad de desempeño que requiero de ti, tengo la misma responsabilidad de proporcionarte una unidad de capacidad. Si fallo en materia de capacidad, tú puedes fallar en desempeño”. Esta afirmación no sólo refleja una visión ética y moral del liderazgo, sino que entrega una guía clara sobre cómo debe organizarse y funcionar el sistema educativo si realmente se quieren alcanzar mejoras profundas y sostenidas en los aprendizajes.

Este principio se basa en una lógica de reciprocidad y justicia: no se puede exigir mejora sin antes garantizar que las condiciones estén dadas para que esa mejora sea posible. Pedirle a una profesora o profesor que innove, que eleve el nivel de enseñanza, que enfrente con éxito contextos escolares de alta vulnerabilidad o que mejore los resultados de aprendizaje, sin ofrecerle las herramientas necesarias, equivale a exigir resultados sin inversión. No es una cuestión de voluntad individual, sino de condiciones estructurales.

Aquí es donde el rol de quienes sostienen las escuelas públicas , subvencionadas y particulares, cobra vital relevancia. Los sostenedores no son meros administradores de recursos, sino actores estratégicos responsables de generar las condiciones que permitan a los equipos directivos y docentes desplegar su máximo potencial. Cuando se habla de “unidades de capacidad” tal como lo plantea este principio, se refiere a formación continua, acceso a recursos pedagógicos, infraestructura adecuada, tiempo protegido para la colaboración y reflexión docente, apoyo técnico y acompañamiento en la gestión. Cada una de estas dimensiones es una inversión directa en el desarrollo profesional y organizacional de las escuelas.

Sin estas capacidades, cualquier exigencia de desempeño corre el riesgo de que “se la lleve el viento”, que se convierta en un acto simbólico, injusto o incluso contraproducente. Por esta razón, el liderazgo pedagógico no puede ser comprendido sólo como una habilidad personal de la directora, director o del equipo docente, sino como una práctica colectiva que requiere respaldo institucional y político. Los sostenedores, al ser quienes gestionan y distribuyen los recursos, tienen el deber ético y profesional de asegurar que las escuelas cuenten con los medios necesarios para cumplir con las altas expectativas sociales que se depositan en la educación.

Si queremos que nuestras comunidades educativas en Magallanes sean espacios de transformación, de aprendizaje profundo y de justicia social, debemos comprometernos con este principio de reciprocidad planteado por Elmore. El liderazgo pedagógico efectivo, sólo puede existir cuando va acompañado de responsabilidad compartida, coherencia en las políticas educativas y un compromiso real con el fortalecimiento de la capacidad. Solo así, lo que queremos que ocurra en las escuelas podrá, efectivamente, ocurrir.

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