Necrológicas
  • – María Angélica Riquelme Alarcón
  • – Gloria Dina Ruiz Jumbre

“La poesía no tiene muchas respuestas, pero yo diría que más que buscar respuestas, abre preguntas”

Domingo 20 de Abril del 2025

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  • – María Teresa Adriasola es la mujer tras el reconocido seudónimo de Elvira Hernández. El año pasado se convirtió en la segunda poeta chilena en obtener esta máxima distinción. Gabriela Mistral lo había hecho en 1951, año en que ella nació en Lebu.

  • – En conversación con El Magallanes, la autora de “Pájaros desde mi ventana” y otros 16 libros de poesía, reflexionó sobre su historia, su obra, la dictadura y la palabra: “El poeta tiene que estar en un plano trasero, para ser observante de lo que ocurre”.

     

Lucas Ulloa Intveen

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Elvira Hernández pisó Puerto Williams por primera vez hace algunas semanas, pero es un lugar que ya estaba en su imaginario hace décadas. “La imaginación tiene sus propios carriles por donde se desplaza”, comenta mientras rememora el fin de los años 70 y el conflicto con Argentina en el Beagle. No obstante, se apresura a aclarar: “No es lo mismo el mapa que el territorio, poner los pies es otra situación”.

La conversación con Elvira Hernández tuvo lugar en el Hotel Carpa Manzano. Llegó con la llave de su pieza en mano hasta la recepción, donde nos invitó a pasar al café del segundo piso. La charla pasó de Williams a Gabriela Mistral, lo que significa la poeta para Hernández, la cotidianeidad, el lugar desde dónde escribe e incluso los terremotos: “Somos un país sísmico, tenemos terremotos a cada rato. Sin embargo, eso no está presente de manera rotunda en nuestra escritura”.

¿Se ve escribiendo en un lugar desolado como puede ser Puerto Williams o Magallanes? “Qué buena palabra mencionas, porque Mistral escribió un libro que se llama Desolación. Tiene bastantes acepciones y su poesía está cargada de mucha… energía, muy diversas. Pero el aislamiento, que es otra cosa, es -yo diría- la condición de escritura. Al mismo tiempo, la literatura es algo muy social. Tiene esos dos polos. Uno escribe y lee en soledad, pero lo que uno lee es importante comentarlo comunitariamente”.

A Gabriela Mistral la leyó cuando ya devoraba mucha poesía y cree que se le suele simplificar, principalmente por su aproximación a ella desde tempranas edades. “Ella llega muy simplificada con poemas didácticos que ella confiesa que casi se sintió obligada a escribirlos. Porque ella tiene poemas con los niños, que son una de sus pasiones, pero poemas didácticos. A veces a la educación llegan poemas didácticos, que son, digamos, que han sido simplificados. Pero ella es de una riqueza maravillosa, en su prosa prácticamente desconocida para nosotros, siempre nos centramos en su poesía. Yo la vine a conocer cuando leía bastante y entré porque ella no es fácil. Se requiere de mucho tiempo, porque la poesía te lleva a la meditación. Y la poesía de ella, más todavía”.

– Si para Mistral uno de sus temas han sido los niños, ¿cuáles son los temas que a ti te han movido? ¿Cómo ha sido pasar la vida a palabras?

– “Esa es la experiencia de la poesía. Nosotros podemos tener nuestra experiencia diaria, cotidiana, que puede ser rutinaria, como puede llegar a ser extraordinaria. Pero la experiencia de escritura es otra. Nosotros somos un país sísmico, tenemos terremotos a cada rato. Sin embargo, eso no está presente de manera rotunda en nuestra escritura. Es una experiencia muy fuerte en nuestra vida, pero pasarla a palabras, al parecer, no ha sido fácil. Hay poco relacionado con los sismos.

“En el caso mío, yo me formé en época de dictadura. Fue un periodo duro, porque no teníamos absolutamente nada, ni siquiera teníamos a disposición las bibliotecas públicas, porque era mal mirado relacionarse con los libros. Entonces, digamos que, por azares de mi vida, me trasladé de lo que era el espacio íntimo que tiene la poesía, no me desligué del todo, pero me aparté suficientes pasos para instalarme en otro lugar, que fue un espacio público, que me pareció amenazado. Yo creo que el espacio público está presente dentro de mi poesía, un espacio donde el lector se puede reconocer, sentirse ahí de acuerdo o en desacuerdo”.

– ¿A qué te refieres con la amenaza al espacio público?

– “Fue un periodo en que hubo censura, censura para el idioma. Había cosas que no se podían decir. Eso afecta la vida pública. El golpe militar fue algo que nos privó primero de nuestros derechos. Durante mucho tiempo no tuvimos representantes en un Congreso. No participábamos de nada. Y nos podía ocurrir cualquier cosa, porque el poder judicial no operaba en el espacio público”.

– ¿Qué rol tenía la palabra en ese contexto que describes?

– “La palabra poética es vigilante, es crítica. Ese es su rol. La vigilancia del lenguaje, su protección, su interrogante. La poesía no tiene muchas respuestas, pero yo diría que, más que buscar respuestas, abre preguntas”.

– ¿Pasa por ahí el haber tenido que suprimir tu nombre para publicar y hacer uso de la palabra en ese contexto?

– “Bueno, sí, también. Eso yo no puedo decir que es así, pero también la poesía te provee de esa posibilidad en la medida en que la poesía te traslada a un lugar dentro de tu vida. A un lugar que es una experiencia extraordinaria, porque tú descubres cosas que la rutina no te permite hacer. Y en esa instancia en que uno se instala en otro lugar, uno es otro. Eso lo dijo (Arthur) Rimbaud en su momento: ‘Yo soy otro’. Y que es en el fondo marcar esa experiencia”.

“Nos movíamos como
si alguien nos meciera”

A propósito de movimientos telúricos y literatura, Elvira fue consultada por sus experiencias, poniendo en práctica una aguda memoria que era capaz de revivir las escenas vívidas de su primer terremoto en la ciudad de Chillán.

– ¿Dónde viviste el terremoto más grande que llevas en el cuerpo?

– “Tengo recuerdos claros de lo que fue. Tenía como nueve años en el terremoto del 60. Yo estaba en Chillán con mi familia y ese terremoto tuvo dos momentos. El primer momento fue más o menos como a las seis de la mañana y abarcó toda la zona que en el 2010 vendría a ser el epicentro: Cobquecura, Concepción, mi ciudad natal que es Lebu, Arauco, Concepción y hacia Valdivia, toda esa zona se sintió suave. Y acá fue una cosa grado 6 o 7. Luego alrededor de las cuatro de la tarde vino el otro que destruyó Valdivia y que en la zona nuestra se movía lentamente. Nos movíamos como si alguien nos meciera, fue muy largo. Yo recuerdo que la gente se lanzaba sobre la vereda, gritando en estado de histeria, solicitando al creador clemencia. Y después vino la noche, hubo una caravana de personas con velas y transportando colchones a dormir en la plaza de armas, porque no había electricidad”.

– Imágenes y sanaciones muy fuertes quedan de eso, ¿no?

– “Claro, sobretodo ese movimiento que en verdad era desesperante. Yo también pensaba a qué hora paraba. Y que era muy suave, pero era crispante del sistema nervioso”.

– En el caso del 2010, ¿lo viviste igual en Chile?

– “El 2010 estaba en Santiago y, bueno, he vivido alrededor de 15 movimientos así significativos. Yo diría que soy experta en percibir las ondas. Y en Santiago, en el momento en que yo sentí que si seguía la casa se iba a caer, paró. Las ondas son muy diversas”.

– ¿Te trajo recuerdos, en Santiago, de aquella experiencia que viviste en tu infancia?

– “Cuando estaba en Chillán yo no sabía lo que estaba pasando, sí que era una cosa catastrófica, algo de esa índole”.

– ¿Por qué crees que estas experiencias no han permeado tanto en la literatura chilena?

– “No lo sé, fíjate. Quizás porque es un fenómeno que nos anula. Es muy poco lo que uno puede hacer en ese momento, pero yo creo que hay materia. Porque entre el del 60 y el del 2010 nuestra conducta ha cambiado, digamos. En el 60, también se decretó toque de queda y eso parecía normal. No se habló de que gente intentara asaltar algún lugar, pero sí hubo. En cambio, igual recuerdo de que hubo una movilización de la sociedad organizada en los años 60 para ir en auxilio de las personas que habían quedado prácticamente sin nada. Y también hubo mucha ayuda internacional, inmediatamente llegaron aviones, que recuerdo que se repartían cosas en distintos lugares. Para el 2010 había una situación distinta. La misma población, de todo estrato social, buscaba acaparar cosas y entonces generó una violencia que yo creo que en el año 60 no había eso”.

– Da como para un análisis sociológico. ¿Qué pasó en 50 años que reaccionamos tan distinto a un mismo fenómeno?

– “Sí, claro…”

– Bueno, pasaron muchas cosas como para resquebrar una sociedad.

– “Tú en Concepción lo habrás visto también”.

– Era como que hubiera caído una bomba en la ciudad.

– “Yo traté de llegar a Lebu, porque tenía parientes para el año 2010 y no pude cruzar por Concepción. Tuve que dar vuelta por Victoria para entrar a Lebu. Y cuando volví, vi el desastre. Esos edificios cortados por la mitad que se habían caído”.

– ¿Cuánto de Lebu y la comuna de Arauco hay en tu literatura, en tu obra? ¿Cómo se ha reflejado ese territorio donde naciste?

– “Yo he venido a descubrir después que sufro nostalgia del mar. Yo salí de Lebu a los 5 años, nos fuimos a Chillán y de Chillán a Santiago, ahí he vivido siempre. Y hubo un momento en que yo escribí un libro que se llama ‘Álbum de Valparaíso’, porque iba para allá. Tiene una gran cantidad de historias en su interior, pero, quizá, y eso lo supe después, me di cuenta que yo escribí ese libro porque me sentía exiliada del mar. Y ahora cuando llegué a Puerto Williams sentí un olor marino penetrante, porque el mar no tiene siempre los mismos aromas. Sentí ese olor penetrante de Lebú, que era más fuerte todavía porque se mezclaba con el carboncillo de las minas”.

– ¿Es la nostalgia un alimento para la poesía?

– “Sí, la nostalgia es un estado anímico. Eso te envuelve, hace concurrir ciertas palabras, pero es un estado. Es como condicionante también, una situación de privación. Es algo no necesariamente consciente, porque yo no logré darme cuenta hasta más adelante”.

Premio Nacional
de Literatura

El 4 de septiembre del 2024, a sus 73 años. Rosa María Teresa Adriasola Olave, mejor conocida como Elvira Hernández, se convirtió en la segunda mujer Premio Nacional de Literatura. La misma cantidad de años que pasaron desde la última vez que una poeta obtuviese el premio, nada menos que Gabriela Mistral, en 1951.

– ¿Qué significó este galardón para ti y haberlo recibido tantos años después de la última mujer que lo obtuvo?

– “Uno no escribe para recibir premios, primera cosa. Pero cuando lo recibe, es muy emocionante. A veces se resquebrajan muchas cosas, porque es un reconocimiento que en verdad nunca pensé que me iba a llegar ni tampoco estuve buscándolo. Entonces, sí es emocionante eso. Y uno empieza a ocupar un primer plano que la poesía, creo yo, no tiene que ocupar. Yo he dicho que más que instalarse en un primer plano para figurar, el poeta tiene que estar en un plano trasero, para ser observante de lo que ocurre. Eso es su lugar. Entonces, tengo que volver a mi lugar primitivo”.

– ¿Qué avizoras en esa vuelta al lugar primitivo?

“Hay muchas cosas que tengo inconclusas, que es tiempo de que las termine. Así es que tengo que buscar ese lugar de tranquilidad, encontrar ese espacio de aislamiento para poder trabajar”.

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