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Del fútbol y sus derivados

Por Jorge Abasolo Jueves 24 de Abril del 2025

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Antaño, cuando el fútbol comenzó a masificarse, solía dejar una tendalada de víctimas, pues había nacido el fanatismo.

Se disputaba en montoneras, y no había límite de jugadores, ni de tiempo ni de nada. Un pueblo entero pateaba la pelota contra otro pueblo, empujándola a patadas y a puñetazos hacia la meta, que por entonces era una lejana rueda de molino. Los partidos se extendían a lo largo de varias leguas, durante varios días, a costa de varias vidas. 

Los reyes prohibían estos lances sangrientos. En 1349, Eduardo III incluyó al fútbol entre los “juegos estúpidos y de ninguna utilidad”, y hasta se dictaron Edictos (ordenanzas) contra el fútbol firmados por Enrique IV en 1410 y Enrique VI, en 1547.

Sin embargo, como suele ocurrir en todo orden de cosas, mientras se le prohibía, más se jugaba, lo que refrendaba el poder estimulante de las prohibiciones.

Hacia el año 1592, en su “Comedia de errores”, Shakespeare recurrió al fútbol para formular la queja de un personaje:

– Ruedo para vos de tal manera… ¿Me habéis tomado por pelota de fútbol? Vos me pateáis hacia allá y él me patea hacia acá. Si he de durar en este servicio, debéis forrarme en cuero.

Y unos años el propio Shakespeare, en su obra “Rey Lear”, el conde de Kent insultaba de la siguiente manera:

– Tú, ¡despreciable jugador de fútbol!

Algo que muchos ignoran es que el genial inventor y pintor Leonardo Da Vinci era un hincha furibundo del fútbol, mientras que Nicolás Maquiavelo llegó a practicarlo con gran entusiasmo.

En la Santa Sede…

Una gran multitud acudía a presenciar los partidos, que se celebraban en las plazas más amplias y hasta sobre las aguas congeladas del Arno. Lejos de Florencia, en los jardines del Vaticano, los Papas Clemente VII, León IX y Urbano VIII solían arremangarse las vestiduras para jugar al calcio.

No ha sido posible detectar desde cuándo se juega al fútbol en muchos lugares de América. 

En el siglo XVIII, un sacerdote español describió de la siguiente manera, desde las misiones jesuitas del Alto Paraná, una antigua costumbre de los guaraníes: “No lanzan la pelota con la mano, como nosotros, sino con la parte superior del pie descalzo”.

Entre los indios de México y América Central la pelota se golpeaba generalmente con la cadera o con el antebrazo, aunque las pinturas de Teotihuacán y de Chichén-Itzá revelan que en ciertos juegos se pateaba la pelota con el pie y con la rodilla.

Un mural de hace más de mil años muestra a un abuelo del jugador mexicano Hugo Sánchez jugando de zurda en Tepantitla. Cuando el juego terminaba, la pelota culminaba su viaje: el sol llegaba al amanecer y después de atravesar la región de la muerte. Entonces, para que el sol saliera, corría la sangre. Según algunos estudiosos del tema, los aztecas tenían la costumbre de sacrificar a los vencedores. Antes de cortarles la cabeza, les pingaban el cuerpo en franjas rojas.

Los elegidos de los dioses daban su sangre en ofrenda, para que la tierra fuera fértil y generoso el cielo.

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