Más allá de la piel: la lucha silenciosa contra las cicatrices patológicas
La rehabilitación de cicatrices patológicas es una de las áreas menos conocidas, pero de mayor impacto en la calidad de vida de las personas. En el Centro de Rehabilitación del Club de Leones Cruz del Sur, este trabajo especializado es ejecutado por profesionales como Lorena Durán Vidal, kinesióloga con 17 años de trayectoria, quien explica en detalle cómo se tratan estos casos.
A diferencia de lo que podría pensarse, no todas las cicatrices requieren tratamiento médico. Sin embargo, existen aquellas que, por su localización, tamaño o características funcionales, pueden limitar la vida diaria, el desempeño laboral o afectar la autoestima de quien las porta. “Nosotros trabajamos en rehabilitar las cicatrices de carácter patológico, aquellas que no sólo afectan la estética, sino también la función del cuerpo”, sostiene Durán.
En la práctica, el tratamiento de cicatrices se aborda desde dos grandes frentes: el estético y el funcional. Mientras que algunas personas buscan mejorar el aspecto de una cicatriz visible pero sin limitaciones físicas, otras enfrentan restricciones importantes en movimientos cotidianos debido a la ubicación de sus lesiones. “Una cicatriz puede estar en codos, muñecas o pliegues, lugares que, con el crecimiento o en el desarrollo laboral, pueden restringir el movimiento y, por ende, la participación en el entorno social y laboral”, añade.
El trabajo en el Centro de Rehabilitación es transversal: atienden a pacientes de todas las edades y con diferentes orígenes de lesión. Pueden ser cicatrices quirúrgicas, quemaduras o accidentes domésticos, quemaduras químicas, con algunos tipos de pegamentos para las uñas. Según detalla Durán, la piel de los extremos etarios, bebés y adultos mayores, es particularmente vulnerable, por lo que cualquier lesión en estas etapas puede dejar secuelas duraderas, por lo que siempre la recomendación es prevenir.
Una intervención meticulosa y prolongada
El tratamiento comienza sólo una vez que la herida ha cerrado completamente. El primer paso es evaluar el estado de la piel: su hidratación, elasticidad y si existen signos de retracción o sobrecrecimiento cicatricial. Desde ahí, se diseña un plan que puede incluir cremas específicas, protección solar constante, y diversas técnicas de kinesiología como masajes, ejercicios de movilidad, fisioterapia y, sobre todo, compresión controlada.
La terapia compresiva es clave. Se utilizan desde materiales blandos, como esponjas y telas especiales, hasta sistemas rígidos hechos de termoplástico o cuero, dependiendo de la respuesta de la cicatriz. El objetivo es evitar que la lesión crezca en altura o genere retracciones que afecten la movilidad. “Cada cicatriz nos habla de su necesidad de presión, y vamos adaptando el material según su evolución”, afirma la profesional del Centro de Rehabilitación.
El proceso de rehabilitación no es inmediato. Una cicatriz puede tardar entre 12 y 18 meses en inactivarse completamente, dependiendo de factores como el tiempo de cicatrización inicial y la presencia de complicaciones como infecciones. “Cuando una herida cicatriza en menos de 12 días, suele dejar una marca mínima. Pero si el proceso se alarga o necesita injertos, la cicatriz será de peor calidad y necesitará más tiempo y manejo especializado”, detalla.
La mirada en los usuarios
La atención también varía según la edad del paciente. En el caso de los niños pequeños, el equipo pone especial énfasis en un abordaje sensible y progresivo, entendiendo que muchos llegan al tratamiento con experiencias previas de dolor y temor. “No es lo mismo tratar a un niño de dos años que a un adulto. Con los más pequeños es fundamental construir confianza y manejar su miedo”, señala Durán.
Para muchos, una cicatriz no sólo representa una marca en la piel, sino también una barrera para vivir plenamente. La labor que se realiza en el Centro de Rehabilitación del Club de Leones Cruz del Sur permite no sólo mejorar la apariencia de estas lesiones, sino, sobre todo, devolver funcionalidad, seguridad y bienestar a las personas que deben convivir con ellas.
“La meta siempre es la misma: que la cicatriz no limite la vida de quien la lleva. Que puedan moverse, trabajar, jugar, abrazar… vivir sin restricciones”, concluye Durán.