El drama según horario y demanda
Este 2 de mayo, la palabra tsunami zumbó como un enjambre atrapado en un tarro de aluminio. Los medios nacionales, expertos en inflar dramatismos, no tardaron en convertir una marea baja en el preludio de una catástrofe. Una colega desde Santiago me preguntó si mi casa ya estaba en el suelo. Le respondí que no, que estamos a cientos de kilómetros del epicentro y separados por canales y fiordos. En Puerto Williams se sintió, pero acá en Punta Arenas —le dije— las olas no saltan la pampa. Quise relajar el tono. Ella no rió.
Cuando la ficción desplaza a la información, y el sobresalto suplanta al dato, lo que se instala es una sociedad hipersensible, incapaz de distinguir entre un gato en un árbol y un terremoto. Todo depende del encuadre, del tono… y del horario. A las ocho de la mañana, una nube es amenaza. Al mediodía, el sol se convierte en revelación divina. Y por la noche, cualquier descenso del mar se anuncia como señal del apocalipsis.
Lo inquietante es la pérdida del sentido de realidad. Se olvida el mapa, la historia, la distancia. ¿Dónde fue el epicentro? ¿Qué magnitud tuvo el sismo? ¿A cuántos kilómetros? ¿Qué profundidad? ¿Cuánto demoraría en llegar una ola —si llegara— a nuestras costas? Preguntas básicas que muchos medios no se detuvieron a explicar. Algunos matinales hablaban del “recogimiento del mar” como si Poseidón estuviera al acecho. Faltó contexto. Faltó criterio.
Y ojo: no se trata de minimizar los protocolos. Al contrario. En un país como Chile, hay que evacuar cuando corresponde y no confiarse jamás. Las tragedias del pasado nos recuerdan que la desinformación y la negligencia también matan. Pero junto con obedecer, es imprescindible comprender. Conocer el territorio, entender nuestra geografía, aprender de la historia sísmica del país y la región. Esa es otra forma de prevención. Porque el miedo sin conocimiento sólo desorienta. En cambio, el saber aporta perspectiva, templanza, juicio. Afortunadamente, esta vez no pasó nada. Pero no siempre será así. Y la diferencia, cuando llegue ese día, puede estar entre entrar en pánico o actuar con claridad.
Por suerte, algunos medios locales y autoridades regionales no se sumaron al desvarío. Al mediodía, una periodista de TVN Red Austral explicó con calma, desde Punta Arenas para todo el país, que lo observado era simplemente una marea baja. Ni más, ni menos. Sin alarmas, sin adjetivos. Y en tiempos como estos, uno agradece que aún haya comunicadores que eligen narrar sin sobreactuar.
No es un fenómeno nuevo. Basta recordar aquel 30 de octubre de 1938, cuando la CBS transmitió La guerra de los mundos. Orson Welles, con solo 23 años, dirigió y protagonizó una adaptación radial de la novela de H. G. Wells, ambientada esta vez en Nueva Jersey. El montaje simulaba ser un boletín informativo en tiempo real. Interrumpía la música con “urgencias” sobre meteoritos y trípodes marcianos avanzando por la ciudad. El realismo fue tan convincente que miles de oyentes entraron en pánico. Algunos huyeron de sus casas; otros colapsaron las líneas telefónicas. Fue una de las primeras demostraciones del inmenso poder de los medios para modelar percepciones y sembrar miedo colectivo.
Esa vieja lección sigue vigente: no basta con oír. Hay que discernir. No todo lo que suena urgente lo es. No todo lo que se dice con énfasis tiene sustento. Por eso, la medicina contra esta cultura del sobresalto tiene nombre: juicio. Y su mejor antídoto se cultiva en la lectura.
Leer siempre. Leer para resistir. Leer filosofía, sobre todo. Como recordaba Sócrates, el inicio de la sabiduría es reconocer que no se sabe. Leer nos entrena en la duda, en el análisis, en la pausa reflexiva antes de lanzarnos al abismo del miedo.
En Leo el Sur, nuestra pequeña librería en la Galería Palace, resistimos con libros en vez de alarmas. Ahí encontrarás textos que no gritan, sino que piensan. Que no alarman, sino que abren preguntas. Esta semana recomiendo el ensayo Sobre la mentira en los medios y otros venenos cotidianos, de Umberto Eco. O, si prefieres una sacudida elegante, El arte de tener razón, de Schopenhauer. Incluso volver a Platón, Séneca o Nietzsche. En sus páginas está la verdadera defensa contra el drama prefabricado: la lucidez, la memoria, la conciencia.
Como escribió Goethe: “Detente, bello instante, eres tan bello…”. Pero para detenerse, hay que salir del modo pánico. Apagar la alarma. Encender el pensamiento. Leer con calma. Leer con juicio. Y recordar que, a veces, un gato en un árbol es sólo eso: un gato. En un árbol.