Morir en la calle
La madrugada del 1 de julio de 2024, Manuel Cárdenas murió solo, dentro de un cajero automático frente a la Plaza Muñoz Gamero. Tenía 67 años. Su muerte, como la de otras 17 personas en situación de calle ocurridas en Magallanes durante los últimos cinco años, no fue un accidente ni una fatalidad inevitable: fue consecuencia de una sociedad que ha aprendido a ignorar.
En Magallanes, las muertes en calle no son sólo por hipotermia. También son resultado de enfermedades no tratadas, accidentes y, en no pocos casos, homicidios. La calle enferma, la calle deteriora y, muchas veces, mata. Y lo más brutal es que la ciudad sigue su curso, testigo mudo, normalizando la presencia de cuerpos a la intemperie, como parte del paisaje urbano.
La Fundación Moviliza ha hecho un esfuerzo imprescindible al contabilizar esas muertes que antes no aparecían en ninguna estadística. Hoy sabemos que siete personas fallecieron por frío, cuatro fueron asesinadas y otras tantas murieron por enfermedades o causas indeterminadas. Es el único registro nacional de este tipo y no debería ser una rareza, sino el punto de partida de cualquier política pública.
Pero incluso esos datos son insuficientes. Muchos de los que viven en casas abandonadas, en rincones invisibles de la ciudad, no entran en los censos oficiales. Se les borra dos veces: primero de los derechos básicos y luego de las cifras que deberían representar su existencia. Como señala el Hogar de Cristo, vivir en la calle es una vulneración permanente, una emergencia constante.
En Magallanes, se estima que hay cerca de 200 personas en esta condición. Detrás de cada una hay una historia de exclusión, de abandono, de traumas no resueltos. No se trata sólo de falta de techo, sino de una pobreza extrema que la sociedad prefiere no mirar y, mientras no la miremos, seguiremos naturalizando que alguien muera en la puerta de un banco o en una plaza pública.
La calle no es hogar. La calle no es refugio. La calle es, en demasiadas ocasiones, un cementerio sin nombre. Y lo más grave es que lo sabemos. La indiferencia, en este caso, también es una forma de violencia.




