Necrológicas

“Lonsdale”. Testimonio de un viejo tiempo marinero (1)

Domingo 11 de Mayo del 2025

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Mateo Martinic Beros / Paulina Fajardo Cuiñas

 

Los que llegamos siendo niños a la gloriosa población Fitz Roy allá por el primer lustro de la década de 1960, fuimos privilegiados. Todo aquello que en su momento fue dificultad, penuria y lejanía nos formó para los pasos futuros, al fin y al cabo y -en cierta medida- era un asunto de supervivencia. Llegábamos a la “Siberia Magallánica”, sólo estábamos (relativamente) conectados con Punta Arenas por el norte, la ventaja era que todo el resto era nuestro: al sur el Parque María Behety, al oriente el estrecho de Magallanes y al poniente la pampa y luego los cerros; los “Montes Azules” como les decíamos al Cerro Mirador y sus aledaños.

En esas condiciones y con toda la tierra, el mar y el cielo a nuestra disposición, prácticamente no necesitábamos juguetes y crecimos libres, golpeados por el viento y endurecidos por la nieve; pero libres, nunca supimos donde estaba el horizonte. Fue como si nos hubieran ido a dejar allí y así crecimos; mitad “baguales” y mitad “civilizados”.

Uno de los juegos favoritos eran las visitas al “Barco Viejo” -nosotros lo bautizamos así- es nuestro “Barco Viejo” en su eterno descanso ahí en la playa frente al Parque María Behety y que ahora (hace un par de años) supimos que se llama “Lonsdale”. El juego consistía en llegar al barco con la complicidad de la marea baja y trepar por su esqueleto interior hasta alcanzar la proa, hazaña que sólo algunos intrépidos lograban. La jugarreta tuvo, en más de una ocasión, la consecuencia de graves accidentes por caídas desde la altura. Una consecuencia menor era no poder salir del barco cuando subía la marea; entonces llegaban los efectivos de la Armada a rescatar a los aprendices de marineros, para luego llevarlos a su casa en algún vehículo de la institución. Es del caso acotar que, en esos tiempos, ante una falta grave (ir al “Barco Viejo” lo era) los correctivos que aplicaban las mamás y los papás, no pasaban precisamente por la conversación, a tal punto que muchos hubieran preferido quedarse arriba del barco, antes que llegar a la casa en una camioneta de la Armada.   

El libro que hoy reseñamos es la historia del “Barco Viejo”, el “Lonsdale” que formó parte de la “flota inmóvil” del estrecho de Magallanes, aquel conjunto de embarcaciones reflejo de la época dorada de la navegación a vela por estos mares y que terminaron sus días surtas en la bahía de nuestra ciudad, promediando el siglo XX, como pontones o bodegas flotantes.

El “Lonsdale” que llegó hasta acá (hubo varios “Lonsdale” de diverso tipo) y del cual se desconoce el origen del nombre, fue construido en 1899 en Irlanda del Norte. Es un velero de tres mástiles con casco de acero y aparejo de fragata; tenía 81,26 mts. de eslora, manga de 12 mts. y un registro de 1.756 tons. Su tripulación podía ir de 25 a 60 integrantes dependiendo del tipo de viaje y destino.

Los autores del libro nos cuentan que el velero visitó los más bullantes puertos de la época: Portland y San Francisco en Estados Unidos; Glasgow y Leith en Escocia; Falmouth, Liverpool, Shields y Maryport, en Inglaterra; Fremantle, Newcastle, Busselton y Sydney en Australia y otros tantos en Europa, Sudáfrica y América del Norte. En Sudamérica estuvo en el Callao en Perú y en Chile recaló en Valparaíso, Talcahuano, Iquique y Antofagasta.

Navegó como mercante hasta 1909, cuando estando en un puerto de la Isla Navarino debió desviarse a las Islas Malvinas, interrumpiendo su viaje a México a raíz de daños producto de la navegación y un incendio posterior. En 1910, luego que fuera reflotado por un comerciante local, la firma Braun y Blanchard lo adquirió para utilizarlo como pontón en Punta Arenas. En 1942, la firma vende la embarcación a la Compañía Chilena de Navegación Interoceánica, que luego es comprada por un comerciante que la traslada hasta su actual ubicación, donde el “Lonsdale” se transformaría en el “Barco Viejo”. 

Continuara…

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