Hija de fallecida benefactora Elena Rada reafirma compromiso de continuar obra humanitaria de Cavirata
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Institución dispone de 16 viviendas para adultos mayores que viven en comunidad, y comparten espacios comunes.
Silvia Leiva Elgueta
Con el impulso fundacional de Ramón Rada y el legado indeleble de Elena Rada, la Fundación Cavirata continúa su trabajo de acogida y cuidado a personas mayores autovalentes, brindándoles un hogar digno y sin costo. Hoy, tras la partida de la matriarca, su familia mantiene viva su memoria y compromiso, velando por la continuidad de una obra construida a lo largo de generaciones.
“Mi trabajo en la Fundación fue siempre estar ayudando a hacer las cosas, a ver cómo juntar dinero”, relata María Inés Baeriswyl Rada, la hija mayor. “Hacíamos la cena del Clavel en que iba mucha gente, era muy bonito, y ahí juntábamos dinero. Toda la familia ayudaba”, rememora.
La Fundación Cavirata nació con la construcción de ocho casas destinadas a adultos mayores, levantadas por el abuelo de María Inés “con sus propias manos, incluso hizo hasta los ladrillos que eran de cemento, tenía como un molde, y yo era chica y veía cómo él los hacía. Esas casas son las más antiguas, las otras son las modernas”, recuerda. Años después, tras su fallecimiento, la familia pudo adquirir el terreno contiguo del terreno de Rómulo Correa y Manuel Orella, en el barrio Prat, y construir ocho viviendas adicionales, duplicando así la capacidad.
Hoy existen 16 inmuebles, no todas ocupadas, pues el contexto social ha cambiado. “Muchas cosas han cambiado también, en el sentido de que los adultos mayores ya no son como en la época del abuelo, que quedaba la gente sin ninguna ayuda social”, señala María Inés.
El modelo que sostiene la Fundación Cavirata es claro: se entregan viviendas sin cobro alguno, con todos los servicios básicos cubiertos. “Tenemos adultos mayores que son autovalentes. Se les entrega una casa con todos los gastos pagados de agua, luz y gas. No se les resta plata de su jubilación”, afirma Baeriswyl.
Ante el fallecimiento de su madre, María Inés reconoce el impacto humano y simbólico que esto produjo. “Por supuesto que se echa de menos su trabajo, su labor. Hasta el último momento, ella viejita, fue una persona muy activa. Aunque en sus últimos años cedió el rol de presidenta para asumir como directora, siempre estaba aquí preguntando cómo están las cosas, qué pasa, qué falta. Siempre estuvo presente y se le echó mucho de menos”.
Sustento económico
Para sostenerse económicamente, la Fundación cuenta con varios mecanismos: “Tenemos coronas de caridad, socios adherentes que nos pagan una cuota mensual, y tenemos la boutique, con ropa usada en buen estado, que también nos da unos ingresos”.
Enfatiza que son muy cuidadosos con la administración de recursos: “Somos muy estrictos en no gastar las platas. Hay mucho gasto en reparación”.
Y es que mantener casas con décadas de existencia no es menor. “El año pasado tuvimos serios problemas con el agua, perdimos mucha plata. Estamos siempre reparando los techos. Pero hasta el momento, gracias a Dios, no nos ha faltado nada.”
Además de los aportes externos, la familia sigue involucrada activamente. “Apoyamos también económicamente nosotros como familia, para que no les falte nada a los residentes que están, y posiblemente también tener algunos más”.
Agradece especialmente a quienes hacen posible esta labor: “Agradezco a todos quienes siempre nos están ayudando. A la gente que llega con las coronas de caridad, con donaciones, con ropa que no se ocupa en su casa. Nosotros recibimos todo eso. Se lava, se arregla y se vende”.
El espíritu de la Fundación
El espíritu de la Fundación sigue siendo familiar y profundamente humano. “Estoy desde que era chiquitita, viendo a mi abuela haciendo las cosas. Es una familia que está ayudando, estamos todos ahí cooperando”. Y subraya con orgullo: “La Fundación la vamos a tener por muchos años, y la memoria de mi mamá también la tendremos muy en alto, por todo el trabajo que ella hizo. Mi mamá dio la mano femenina a la Fundación”.
Cavirata no sólo sostiene un legado, sino que proyecta hacia el futuro una forma digna, solidaria y sustentable de envejecer. Una casa, una comunidad, y un gesto de humanidad profunda.