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Centralismo a todo dar

Por Diego Benavente Viernes 23 de Mayo del 2025

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Una de las características más evidentes y persistentes en nuestro país es el centralismo endémico que ha marcado la historia y la política nacional. A pesar de los esfuerzos por promover un desarrollo equilibrado, la realidad muestra que las grandes inversiones en infraestructura y proyectos de envergadura siguen concentrándose en Santiago, dejando a las regiones a la cola, con menos recursos y oportunidades para crecer de manera autónoma y sustentable.

Un ejemplo claro de esto es el anuncio de la futura conexión del Metro de Santiago con el Aeropuerto, un proyecto que, si bien es importante, refleja cómo las prioridades siguen centradas en la capital. La futura red, tendrá una extensión de entre 6 y 7 kms, con un costo cercano a los USD300 millones. Esta significativa inversión, debiera ser parte de un plan que contemplara un desarrollo más equitativo en todo el país.

Como lo hemos dicho muchas veces en estas columnas, más allá del costo y la planificación, lo que realmente llama la atención es cómo los usuarios del Metro y del Transantiago reciben subsidios año tras año. El costo privado del pasaje es muy inferior a su costo social, y esa diferencia la financia todo el país. Es decir, los recursos públicos que se destinan a mantener estos subsidios benefician principalmente a quienes viven en la Región Metropolitana, donde la concentración de población y capital es mayor. Esto genera un efecto de beneficio neto para la capital, que refuerza su posición como centro neurálgico del país, mientras que las regiones siguen en la sombra, con menos inversión y oportunidades.

Este fenómeno tiene varias consecuencias. En primer lugar, perpetúa una desigualdad estructural, donde las regiones alejadas de Santiago no logran captar la misma inversión en infraestructura, educación, salud y desarrollo económico. La concentración excesiva de población y capital en la capital genera una especie de círculo vicioso: más recursos y beneficios en Santiago atraen aún más población y capital, mientras que las regiones pierden su potencial y se vuelven dependientes de las decisiones centralizadas.

Además, esta dinámica afecta la percepción de igualdad y justicia social. La inversión en infraestructura en Santiago no sólo responde a una lógica de eficiencia, sino también a una lógica política y de poder que favorece a la capital. La inversión en proyectos de gran envergadura en regiones, que podrían impulsar su desarrollo autónomo, muchas veces queda en segundo plano o se realiza de manera insuficiente, perpetuando la desigualdad.

Es importante entender que el centralismo no sólo es un problema de distribución de recursos, sino también de visión de país. La historia nos muestra que un desarrollo equilibrado y sostenible requiere una distribución más justa de las inversiones y una planificación que considere las necesidades específicas de cada región. La infraestructura, la educación, la salud y las oportunidades económicas deben ser un derecho de todos los habitantes, no sólo de los que viven en Santiago.

Para avanzar hacia un país más equitativo, es fundamental que las políticas públicas apunten a descentralizar el poder y los recursos. Esto implica no sólo invertir en infraestructura en regiones, sino también fortalecer sus capacidades institucionales y económicas. Sólo así podremos romper este círculo vicioso del centralismo y construir un país donde todas las regiones tengan la oportunidad de crecer y prosperar en igualdad de condiciones.

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