“Si la naturaleza es frágil, nosotros también lo somos”
- “Subantártico”, su nueva exposición en la Galería Patricia Ready, es un manifiesto escultórico sobre la vida en el extremo austral chileno.
El acero moldeado como si fuera papel y la trama de la naturaleza que se entrelaza. El bosque y los ambientes subantárticos representados a través de colores tenues y poco estridentes. La emoción y la sensibilidad presentes. Los seres queridos y los conocimientos adquiridos a lo largo de la vida.
Todo ello y más estará presente en la nueva exposición que montará la artista magallánica Paola Vennazi y que se inaugurá el 4 de junio en la Sala Principal de la Galería Patricia Ready en Santiago. La muestra estará abierta hasta el 4 de julio.
Son 19 obras realizadas en acero calado a mano -algunas con maderas encontradas en playas- que nos sumergen en un universo que parece suspendido entre la ciencia, la poesía y la urgencia ecológica.
La artista, conocida por su exploración del paisaje austral desde una perspectiva biocultural, conversó con nosotros días antes de la inauguración. Desde su taller, reflexiona sobre su vínculo con el territorio, las colaboraciones invisibles que sostienen los ecosistemas y el rol del arte frente a la fragilidad del planeta.
– ¿Cómo nace la idea de esta exposición? ¿Qué significa para ti “subantártico”?
– “Este proyecto surge de una larga investigación, no sólo en lo geográfico, sino también en lo humano y emocional. “Subantártico” es un territorio, sí, pero también es una metáfora de la vida que crece al límite, en condiciones extremas, con una diversidad sorprendente. He tenido la suerte de recorrer los canales australes, de compartir con científicos, pueblos originarios y otras miradas que enriquecen profundamente mi manera de ver. Quise plasmar en estas esculturas esa riqueza biocultural”.
– La técnica que usas -el calado del acero- logra una delicadeza casi vegetal. ¿Cómo llegas a ese equilibrio entre un material tan duro y formas tan orgánicas?
– “Trabajo el acero como si fuera papel. Utilizo corte por plasma y herramientas que me permiten calar, curvar y generar tramas. Aunque el acero es un material industrial y rígido, lo abordo desde la emoción y la intuición. Le doy forma pensando en líquenes, musgos, algas, ramas. Y no se trata de reproducirlos literalmente, sino de evocar su energía, su manera de crecer, de entrelazarse. También hay tratamientos en la superficie del acero: óxidos, negros intensos, cafés, verdes metálicos. No hay colores estridentes. Todo remite al lenguaje visual del bosque”.
– ¿Qué importancia tiene lo biológico y lo simbólico en esta muestra?
– “Están completamente entrelazados. Muchas piezas representan árboles como lengas o ñirres, pero no están solas: llevan capas que evocan lo que crece sobre ellos, como líquenes o hongos. Hay un interés profundo por mostrar la interdependencia de las especies. La ciencia me ha enseñado cosas maravillosas, como que las raíces de los árboles se conectan con los cuerpos de los hongos, formando verdaderas redes de colaboración. Pero también hay una dimensión simbólica: si el bosque es frágil, nosotros también lo somos. Esta exposición también es una metáfora sobre nuestra propia vulnerabilidad”.
– En ese sentido, ¿qué papel cumple la emoción en tu trabajo escultórico?
– “Es central. Yo vengo del arte, no de la biología, pero me he nutrido mucho de otras disciplinas. Y también de la poesía. Mi hija escribe, y su sensibilidad me ha permitido mirar el mundo de otra manera. En este proyecto hay mucho de esa mirada transversal. Cada obra está dedicada a alguien: a ella, a mi hijo, a amigos científicos, a pensadores que me han inspirado. No son dedicatorias al azar, sino una forma de agradecer el conocimiento compartido, de dar cuerpo a las relaciones invisibles que también nos nutren”.
– ¿Cómo se conecta este proyecto con la crisis ecológica que vivimos?
– “De muchas maneras. Vivimos en una época de transformaciones profundas, donde los eventos climáticos extremos se han vuelto comunes. Pero muchas veces no entendemos que nuestras acciones afectan ecosistemas complejos. En el bosque, por ejemplo, si alteramos una especie, todo cambia: hay un efecto dominó. El arte, a mi juicio, puede ayudar a despertar esa conciencia, no desde la denuncia directa, sino desde la curiosidad, la contemplación, la belleza. Ojalá esta muestra ayude a generar preguntas, a abrir la percepción”.
– En varias obras también incorporas madera encontrada. ¿Cuál es el sentido de ese gesto?
– “Es parte de una libertad en el uso de materiales que valoro mucho. La madera que uso no está tallada ni intervenida más que en lo mínimo. Muchas veces está quemada, tratada con betún. Son fragmentos que recojo en playas australes. Esa relación entre lo industrial -el acero- y lo orgánico -la madera hallada- también refleja las tensiones y equilibrios que habitan en el paisaje. Hay quienes han vinculado mi trabajo al arte povera, pero para mí es más una cuestión emocional que teórica: una necesidad de conectar con el entorno de manera sensible, sin artificio”.
– ¿Cómo ha sido dialogar con culturas originarias en este proceso?
– “Fundamental. He aprendido de la cosmovisión mapuche, yagán, kawésqar. Son formas de conocimiento que no se oponen a la ciencia, sino que la complementan. Nos invitan a mirar desde otro lugar, a entender la naturaleza como un todo vivo y no como una colección de recursos. Por eso hablo de una mirada biocultural. No se trata solo de preservar especies, sino también formas de vida, lenguajes, prácticas que nos ayudan a habitar el mundo de manera más consciente”.
– ¿Qué esperas que sienta el público al recorrer esta exposición?
– “Espero que se maraville. Que sienta la necesidad de detenerse y observar, de dejarse tocar por las formas y los vacíos, por las texturas y los cortes. Que descubra que hay belleza en lo pequeño, en lo entrelazado, en lo que no siempre vemos. Si esta muestra logra despertar la curiosidad por la vida que habita el sur austral, y también por nuestra conexión con ella, entonces habrá cumplido su propósito”.